Tenerife Sea

Donde rompen las olas

¿A quien le contarás lo que no nos contamos?

—Aitana

Lo miro fijamente.

Ha cambiado en estos tres años. Su pelo es más largo y oscuro; lleva ese wolf cut, con algunos mechones del flequillo desordenado cayéndole por debajo de los ojos y rozando sus pómulos. Sus ojos siguen siendo dos gemas imperfectas: uno más marrón, el otro más verde. A simple vista, un cálido marrón verdoso que me transporta a un bosque profundo como el mar.

Además de los piercings que ya tenía en las orejas y la ceja derecha, ahora lleva un septum en la nariz. Los músculos en sus brazos —a la vista bajo la camiseta sin mangas azul oscuro— también son una novedad. Siempre fue fuerte gracias a la natación, pero ahora hay una solidez distinta en él, como si el tiempo hubiese cincelado lo que antes era solo una promesa.

Me quedo simplemente ahí, observando y tomando nota de todos sus cambios.

La canción se termina y empieza otra.

Una pequeña sonrisa sarcástica tira de mis labios mientras la angelical voz de Aitana grita "LIA" en mis oídos. Supongo que lo toma como una señal, porque da los pocos pasos que le faltan para quedar frente a mí.

Mueve los labios y, aunque no oigo la palabra, sé lo que dice:

—Volviste.

Pauso la canción en mi móvil.

—No porque quisiera.

Suelta un bufido.

—Lo has dejado claro. ¿Cuándo fue la última vez que viniste? ¿Hace dos años?

Tres, idiota.

—Más o menos —respondo de manera neutra volviéndome a poner las sandalias.

—Tu abuela incluso nos interrogó por si había pasado algo y nos ha pedido mil veces que te hablemos para que vengas.

No te debe haber importado mucho, porque no me has llamado ni una sola vez.

Ni siquiera nos seguimos en redes sociales. Mayor prueba de que no somos realmente cercanos no hay. No es que a mi abuela le importe avergonzarme delante de mis amigos... o de lo que sea Aday. Seguro que le dijo algo más que un simple "ya no quiere venir a pasar las vacaciones con su padre".

De hecho, puedo imaginar todo lo que le habrá dicho, las veces que habrá hablado de mí con cualquiera que quisiera escuchar. Las quejas y críticas camufladas de preocupación. Las teorías.

Y yo odio que hablen de mí.

—A mi abuela le sorprende que no quiera venir corriendo a hacer castillos en la arena y saltar por el monte, pero ya no soy una niña. Tengo una vida en Barcelona y otras cosas que hacer.

—¿En serio?

Parece una pregunta casual, pero veo claramente lo que hay detrás. Y mis mejillas se ponen rojas ante la confirmación de mis pensamientos de hace un momento. Suspiro por dentro. Este va a ser un mes muy largo.

—Sí —la palabra me sale a la defensiva, lo que solo hace que me sienta más enfadada y avergonzada—. ¿Quieres que te haga una lista, ya que estás tan interesado?

La mezcla de curiosidad y burla que veo en sus ojos, y que también escucho en su tono, no me gusta nada.

—No te enfades. Solo quería hablar contigo y ver cómo estás, ya que hace tanto tiempo que no nos vemos ni hablamos.

Si algo ha tenido Aday siempre es esa inquietante capacidad de tocar todos mis nervios.

Le sonrío con falsa dulzura antes de disparar:

—Y ha sido un tiempo tan increíblemente perfecto que es mejor no arruinarlo ahora.

Tras decir eso, le doy play a la música y paso por su lado, de regreso al inicio del muelle. Como él no se aparta, mi hombro lo roza fugazmente al pasar. Aprieto con fuerza el móvil en mi mano mientras siento las vibraciones de las olas rompiendo en el mar al ritmo de la canción que bloquea mis oídos mientras lo dejo atrás.

Alcanzo la rampa al tiempo que suena "Tú serás la que antes eras, Lía". Me muerdo el labio y sonrío, convencida de que el universo se empeña en burlarse de mí.

Cuando vuelvo a la calle del súper, mi abuela ya está frente al maletero abierto lleno de bolsas. Las dos viejas urracas vuelven a estar a su lado. Bajo el volumen de la música mientras me acerco, dejando que los cotorreos de Radio Patio lleguen a mis oídos.

Y sorpresa, sorpresa: soy la protagonista del día.

—...pues con lo guapa que es, no sé por qué...

—...ya se lo dije a su padre... hay que obligarla...

—...que se busque novio rápido, que los años pasan y luego...

Toso fuerte, adrede, cuando llego al coche, y hago todo un espectáculo al detener la música con el dedo. Luego las miro con inocencia... Tranquilas, brujas entrometidas, no he oído nada.

Enseguida mi abuela me sonríe de oreja a oreja.

—¡Tayri, cariño! ¿A dónde fuiste? ¿No estabas hablando con tu madre?

—Fui a ver el muelle —respondo mientras compruebo la batería de mi móvil. Treinta y cinco por ciento, suficiente para el trayecto de vuelta.

—¡Oh, es verdad! Fuiste tú quien pintó las tortugas en los tablones. Todavía están ahí. ¿Las viste?

—Mmm —confirmo en un murmullo, con la mente ya en otro sitio.

—Y dime, Tayri —interviene una de las amigas de mi abuela, de la que no recuerdo el nombre, aunque sí recuerdo haberla escuchado chismeando muchas veces—. ¿Qué estás haciendo ahora? ¿Estudias?

¿Y esa pregunta a qué viene ahora, señora?

No, no estoy estudiando, como ya sabes, porque te lo ha contado la bocachancla de mi abuela.

—Estoy en un año sabático —respondo, y mi tono no invita a continuar la conversación.

Peeeeero son tres señoras mayores, así que por supuesto que siguen con el interrogatorio.

—¿Un año selvático? —pregunta, frunciendo la cara—. ¿Eso qué es?

—Eso significa irse de vacaciones —dice muy segura la otra amiga de mi abuela—. Lo vi en un capítulo de Los Serrano.

La otra señora deja de fruncir la cara como un higo seco para soltar una risilla.

—¿Y qué más vacaciones quieres? ¿No es suficiente con tener todo el veranito para descansar? —niega con la cabeza con condescendencia—. Los adolescentes de hoy en día están siempre cansados y no hacen nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.