Aunque tu no lo sepas,
me he inventado tu nombre
—Enrique Urquijo
Me da la sensación de que se acerca en cámara lenta.
Pero no como en esas series adolescentes con el guaperas de turno sin camiseta y poniendo cara de interesante, sino como el asesino de una peli de terror que se aproxima a su siguiente víctima.
Casi puedo oír el chirrido de las cuerdas del violín siendo rasgadas en el silencio en que todos lo observamos.
No sé qué ha pasado últimamente entre ellos; quizá la tensión solo está en mi cabeza, pero el recuerdo de sus tormentosas peleas sigue muy fresco en mi memoria.
Tras unos interminables segundos, Yeray finalmente se detiene frente a nosotros luciendo sorprendido.
—¿Y estas? —les pregunta a ellos como si nosotras no estuviéramos.
Nunca entendí por qué a una chica como Gara le gustaba semejante imbécil. El amor es ciego y todo eso.
—"Estas" estaban aquí antes de que ellos llegaran —aclara Gara, sacando a relucir su carácter—. Y tenemos nombres, que te sabes muy bien.
Me alegro del corte que le da, pero la última frase me causa un respingo. No es mi culpa que se fijara en mí primero, pero siempre fue un hecho incómodo. Para los tres.
—Habíamos quedado nosotros aquí —responde de mal humor Yeray.
Aaaa... ahora lo entiendo. No tenía sentido que de repente les diese por pasar el rato con nosotras.
Gara levanta una ceja y le dedica su expresión más odiosa.
—¿Y? ¿Es vuestra la plaza acaso? Si no te apetece vernos, pues te vas a otro lado; mira qué rápido lo arreglas.
Yeray bufa enfadado.
—Nosotros siempre quedamos aquí, lo sabes perfectamente.
Ahora es Gara la que resopla con indignación.
—¿Qué eres, un niño pequeño en el patio del recreo? Todos venimos aquí porque todos vivimos aquí. Y por si no te has fijado, Tayri volvió después de un montón de tiempo y nosotras siempre veníamos a la plaza y nos sentábamos aquí los veranos que ella venía. Así que si es por antigüedad, ya te puedes ir largando.
El énfasis que le da a ciertas palabras como si él fuese tonto me hace morderme el labio para evitar reírme. A Yeray sin embargo no le hace gracia. Puedo ver la vena en su frente hincharse por momentos.
—Bueno, bueno... —interviene Rayco, listo siempre para hacer lo más estúpido que podría; por ejemplo meterse entre dos fieras ansiosas por despedazarse—. No pasa nada, todos somos colegas, ¿no? Podemos pasar el rato los cinco juntos.
Nuestras caras deben ser un poema porque, tras verlas, se queda confuso. No sé si es realmente tonto o si no se da cuenta de la corriente de tensión entre nosotros ya que es algo ajeno a él.
—O podéis largaros y dejarnos a nosotras tranquilas como estábamos —replica Gara volviendo a la carga.
Yeray no se queda atrás.
—¿Y tú quién te crees que eres para echarnos? Ya no eres mi novia, no me puedes decir lo que tengo que hacer como una puta loca.
Oh. Dios. Mío.
Estoy más escandalizada de lo que debería al oír la palabra con "p". En mi defensa, llevo demasiado tiempo viviendo en el país de la extrema educación.
—¡¿A quién mierda llamas loca?! —ruge Gara casi echando fuego por la boca—. ¡¿Me vas a acusar ahora de controladora cuando eres más tóxico que la ceniza volcánica?!
Yeray suelta una risa que suena amenazante.
—No me hagas hablar, Gara... no me hagas hablar, que te puedo dejar muy mal.
—¿Qué te crees que te tengo miedo? ¡Di lo que te dé la gana! ¿Te piensas que tus amigos no saben cómo eres? A nadie le importa una mierda lo que tú digas.
En cuanto Gara cierra la boca, el silencio cae sobre nosotros. Pesado, tenso. Porque es cierto, incluso sus amigos piensan que es un idiota que se pasa tres pueblos. Es el típico al que aceptan en el grupo, pero que a la mayoría le cae mal por sus actitudes y, cuando alguien trae eso a la mesa, no hay manera de negarlo. Él también lo sabe.
—¿En serio? No me digas, ahora me voy a llorar.
Su respuesta solo hace que el momento se sienta aún más vergonzoso porque es obvio que las palabras de ella sí le afectaron.
Es Aday el que se mete ahora, tal vez por lástima.
—¿Y si mejor lo dejan ya?
—Yo paso, bro —asegura Yeray—. Paso de ella, ni te ralles.
Gara resopla y choco mi hombro con el suyo, diciéndole con la mirada que se calle ya.
—¿Los otros van a venir? —pregunta Rayco animado al pensar que se acabó el drama.
—Sí, ahora vienen —es la respuesta cortante de Yeray antes de extender la mano—. Dame dinero para comprar cigarros.
Cuando Rayco le da el dinero, se va sin siquiera agradecérselo. Aday también parece notarlo.
—¿Cuánto te debe ya?
Rayco se encoge de hombros.
—Somos colegas, da igual.
—Pues a ver cuándo él hace algo de colega por ti.
Rayco parece más incómodo ahora que durante la discusión de los amantes de Teruel. No debe ser la primera vez que tienen esa conversación.
Las personalidades tóxicas como las de Rayco siempre consiguen atraer personas de las que aprovecharse.
Estoy deseando levantarme e irme, pero nunca sé cómo hacer eso. Además, con lo orgullosa que es Gara, no va a querer darle el gusto a su ex de irse.
—¿Cuánto tiempo hace que lo dejaron? —le pregunto a Gara, que abre un paquete de papas con brusquedad.
—Tres meses.
Uff, entonces es una ruptura reciente. Una relación de cinco años con idas y venidas.
—¿Quién lo dejó?
—Yo, porque estaba harta de que me pusiera los cuernos.
Bebo un trago de mi refresco arrepentida de haber preguntado.
Por suerte o por desgracia, aparece entonces un coche con la música a todo volumen que se detiene junto a las motos.
—Ahí están —declara Rayco con una gran sonrisa mientras tres chicos se bajan del coche.