El sonido infernal del despertador me arranca de mi querido sueño a las 4 de la madrugada. En la oscuridad, me encuentro atrapada entre las sábanas, luchando contra la idea de que este será mi nuevo horario de trabajo. ¿Quién en su sano juicio decide que trabajar en la oscuridad es una brillante idea? Es decir, empezar a trabajar antes de que salga el sol no creo que sea un hábito muy saludable, pero intento convencerme pensando en que las personas más exitosas así lo hacen ya que supongo que son seres super ocupados quienes aprovechan hasta el último segundo del día porque, claro, el tiempo es dinero. O eso dicen los libros de superación personal que suelo leer, una cosa es ponerlo en práctica y otra muy distinta es leerlo por placer imaginando que soy un diamante en bruto.
Mientras intento desperezarme, agradezco internamente que sea verano, sin poder evitar pensar en el infierno congelado que será este panorama en invierno. Me arrastro de la cama, evitando despertar a toda mi vecindad con mis gemidos de desesperación.
Mientras me visto en esta penumbra mañanera, mi mente vaga hacia el principal culpable de este tormento: Jordan. Sí, el mismo que se cree gracioso y encantador, el que sale ganando a expensas del trabajo de los demás y no por el mérito propio. En algún momento se le caerá la máscara y ahí estaré para reirme en su cara porque el diablo pierde los dientes, pero no las mañas, o algo así era el dicho que solían decir las señoras de antes. Además, siento la motivación interna de tener que demostrar a todos de lo que soy capaz y que soy alguien responsable por quien vale la pena apostar.
Salgo de mi pequeño apartamento rentado con ahorros de mis empleos de verano y la ciudad duerme en un silencio que parece burlarse de mi desventura. La madrugada me envuelve con su frescura, y mientras camino hacia la oficina, me imagino todos los escenarios posibles para dejar en claro mi descontento ante este cambio absurdo.
Aunque mi odio por Jordan es como una llama ardiente en mi interior, me digo a mí misma que esta será la oportunidad perfecta para mostrarle que, incluso en la oscuridad infernal de la madrugada, puedo ser más responsable y eficiente que él en todo su esplendor diurno.
El día aún no amanece cuando llego a la oficina a las 5:30 de la mañana en punto, ese es el momento en que atravieso la puerta principal del edifico armada con una determinación feroz y una buena dosis de resentimiento.
Saludo al guardia de seguridad que es el único que está (¡ni siquiera las recepcionistas han llegado!) y subo hasta el piso que me toca llevando unas ganas desaforadas de poner en marcha la cafetera. El solo aroma del café ya bastaría para espabilarme algunas neuronas.
Llego a la oficina en la penumbra, apenas iluminada por las luces de emergencia y la sombra de los guardias de seguridad, que parecen ser los únicos testigos de mi ingreso a esta hora. El edificio, ayer bullicioso, está sumido ahora en un silencio desconcertante a excepción de…
Sí.
Una luz en la oficina principal y una voz hablando ahí.
Para mi sorpresa, al llegar a mi área de trabajo, me encuentro con Jordan Cooper ya instalado en su oficina.
¿Es en serio? ¿A estas horas?
Las persianas ahora están abiertas y me hace un gesto de que me detenga. Él pone en pausa su reunión y se levanta al tiempo que abandono mi bolso en mi escritorio el cual ahora está plagado de cajas con papeles que parecen derrumbarse en cualquier momento.
–Hey–me dice.
–Ho…hola–le contesto, atónita, pero no tiene ánimos de saludarme:
–Llegas dos minutos tarde.
–¿Qué?
Miro la hora del reloj principal que marca 5:32.
–Lo siento–le digo, entregando mi orgullo.
–No lo sientas, se te descontará como una hora de tu nómina.
El desconcierto se mezcla con mi creciente indignación. ¿En serio está llevando un registro minuto a minuto de mi entrada? ¿Y encima me penaliza como si hubiera llegado tarde una hora entera?
–A la próxima la sanción es más severa, es tu segundo día de trabajo recién. No lo olvides.
Es un juego sutil pero maestro de su parte y no puedo evitar sentirme atrapada en sus artimañas.
Trago saliva, intentando mantener la compostura y asiento sin decir una palabra. Mi determinación de demostrar mi valía se mezcla con una nueva capa de rencor hacia Jordan.
–Por cierto–añade antes de regresar a su importantísima reunión y me señala las cajas–. Ordena y escanea todos esos papeles para hoy.
–¡¿Eh?! Pe…pero…
–¿Pero?
Eleva una ceja y me debo morder la lengua.
–S-sí, señor…
Creo que esboza una sonrisita maliciosa antes de regresar a su escritorio y me entrego a la parte que me toca por el momento.
Si soy capaz de dar diez, él me va a pedir veinte, entonces yo le tengo que demostrar que soy capaz de entregar mil. Ufff.
Este va a ser un camino largo y tortuoso, pero no pienso permitir que sus tácticas despiadadas me desanimen.
Por supuesto que yo también tengo mis truquitos.
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Editado: 22.05.2024