Tensión Textual

10. De archivos digitales a secretos analógicos

Narrado por Holly

 

El día comienza a las cuatro y media de la mañana porque esta vez he apostado a media hora más en el placer de los sueños, pero mi cama me suplica que regrese. En vano, ya que no hay piedad en el mundo laboral que acabo de entrar. Al llegar al trabajo, Jordan ya está ahí, a la espera de la salida del sol y dispuesto a hacerme la vida imposible antes de que mi primera taza de café tenga tiempo de hacer su debida magia.

Las tareas que tengo asignadas parecen haber sido asignadas por un genio del mal, cosa que se reafirma en cuanto pasa por delante de mí con vibras a “estoy fresco esta mañana, mientras tú intentas sobrevivir” y me arroja un relajado:

–Buen día, Anderson.

Me habla sin detenerse.

–¡Buen día, señor Cooper!–le digo con el sarcasmo notable en mi voz.

Él habla un poco más fuerte mientras se aleja en dirección a la cocina.

–¡Cuida el orden, recuerda que estás en el pasillo!

Y desaparece tras el rastro de la cafetera.

Respiro hondo, tomando la determinación de que si seguiré acá, tendré que aprender a meditar para aprender a sobrellevar los desafíos que tengo.

Ya sé que estoy en el pasillo, justamente donde hiciste poner mi escritorio expuesta ante todos.

Intento sujetar el libro con un pisapapeles para seguir tecleando en la computadora. He considerado la idea de conseguir una transcripción ya realizada del texto y simplemente leerlo, pero necesito que él me vea tecleando como una desaforada, que crea que me está matando con su trabajo.

Claro que me gustan los libros, además, una parte de mí no se termina de creer el cuento ese de que los escribió él.

Ahí viene de regreso. Me pregunto con qué misil va a salir ahora, cuando pasa por delante de mí sin más.

–Ejem, señor Cooper…–murmuro tras sopesar varias veces la idea de hablarle o no hacerlo.

–¿Sí, Anderson?

Detesto que me llame solo por mi apellido, es como si pusiera distancia, pero hay una diferencia jerárquica notable entre él y yo.

–Quería felicitarlo por estos libros. Lamento no haberle dicho antes que estoy orgullosa de lo que ha conseguido.

–¿Orgullosa tú?

–Ajá–. Rayos, quizá no debería haber dicho eso último.

–De la única persona que sientes orgullo es de ti misma, pero no es una crítica, está muy bien. Como dice el dicho “solo puedo hablar de mí porque no existe persona a quien conozca mejor y quiera más que a mí mismo”.

–¿Me está diciendo que soy una…egocéntrica?

Frunce el entrecejo y sonríe:

–Eso lo estás diciendo tú. Por cierto, si tienes comentarios para hacer sobre algunos de mis libros, ponlos por escrito en un análisis aparte. Uno por capítulo vendría bien. Permiso, tengo trabajo por hacer.

Si. Estoy empezando a creer que él tiene una bola de cristal que revela cuál es la actividad más desagradable y desgastante o inútil que puedo hacer en un día determinado. ¿Coincidencia? No lo creo.

Cada vez que me ordena algo, estoy convencida de que en su cabeza hay una risa malévola de película. Si solo pudiera sacarle una sonrisa genuina, honesta, ¡tal vez cambiaría de opinión! O al menos suavizar los tantos entre él y yo.

 

Mis brazos luchan bajo el peso de una pila de papeles que parece tener la densidad de una piedra gigantesca cuando una mano detiene las puertas antes de que se cierren, y allí está Jordan, entrando al ascensor con una sonrisa que sugiere que ha olvidado el significado de la palabra "compasión". En lugar de ofrecer ayuda, está mirando su móvil.

–¿Necesitas una mano?–sugiere, su tono sarcástico resonando en mis oídos mientras las puertas se cierran delante de nosotros.

–Oh, no, señor Cooper, es que estoy practicando para el próximo campeonato de levantamiento de papeles pesados–respondo con una sonrisa forzada mientras intento mantener mi equilibrio.

–Pensé que los papeles eran tu especialidad, después de tantos libros que te has estudiado con tu aplicada manera de ser. No sabía que necesitabas un curso de entrenamiento para sostenerlos con las manos–comenta Jordan con una risita socarrona que me hace dar ganas de arrojar los papeles encima de sus pies y gritarle las cuarenta.

Pero claro que eso solo sucede en una suerte de realidad paralela ya que no me atrevo a llevarlo al tiempo presente.

–Quizá solo sea necesario alistarme en un gimnasio–paso de largo por su ofensa, no me engancharé a eso.

Pero él tiene listo su arsenal:

–Estoy de acuerdo, los años desde la última vez que te vi te han sentado terrible, necesitas hacer ejercicio urgentemente.

¡Pero…! ¡Cómo se atreve…!

El ascensor llega a destino y aún estoy elucubrando ideas para decirle todos los insultos que se ocurren.

–¿Vas a bajar?–me pregunta, notando que su piso no es.

Lo evado sin más y salgo de ahí cargando conmigo lo que me queda de dignidad.

La indignación comienza a burbujear en mi interior mientras intento procesar la idea de grabarlo y difundir por las rede sociales o denunciarlo, algo que haga que las cosas no queden así ante sus bromas afiladas y el hostigamiento al que me está sometiendo en menos de una semana que llevo en la empresa. ¿Qué me depara cuando llevemos un mes? ¿Se cansará de torturarme?

He venido a guardar lo que me pidió digitalizar, documentos que probablemente nunca nadie vaya a usar cuando encuentro en un rincón de las estanterías algo que me deja con cierta sorpresa.

Es un retrato de Jordan como empleado del mes.

Entonces…él entró como un simple empleado a la empresa y en menos de tres años se convirtió en el CEO.

Sigo buscando en esa estantería y encuentro otro cuadro viejo.

Es un equipo de trabajo completo en estas mismas oficinas. Pero la única figura que permanece es la de Jordan, de todos los demás no conozco a nadie.

Entonces recuerdo lo que dijo Sarah: él en persona fue quien la contrató. ¿Entonces todos los empleados son nuevos? ¿Qué sucedió con todos los demás? ¿Qué les hizo?




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