Tensión Textual

11. Misiles verbales

Narrado por Holly

 

Bueno, he concluido el libro de Jordan Cooper en menos de tres días. El libro tiene menos de trescientas páginas, podría haberlo leído en un día y medio, pero el muy canalla me obligó a transcribirlo así que tardé el doble, pero aún así estoy segura de que he de haber superado sus expectativas. Es viernes, la semana aún no acaba y ya he cumplido con la digitalización de documentos, ordenar el archivo, instruirme sobre el funcionamiento de las oficinas y he llegado en horario todos los días, excepto el segundo en que me descontó una hora completa de presentismo, pero no me importa. El resto de los días estuve con al menos diez minutos de anticipación aún haciéndome venir a un horario inhumano para las tareas que hacemos.

En un momento que sale de la sala chica de reuniones y despide a unos alemanes, lo atrapo en el pasillo cuando pasa delante de mí.

–Señor Cooper.

–¿Sí, Anderson?

No se detiene sino que sigue su camino hasta su oficina así que soy yo la que debe tomar el documento recién impreso y salgo tras él.

–Permiso.

–Sí, adelante, cierra la puerta.

Parpadeo, aterrada. Darle lugar a quedarme a solas con él es motivo suficiente para recibir su maltrato.

–Yo… Solo… Le traía el informe con la lectura del primer libro que me dio para transcribir y leer a conciencia.

–Bien, envíamelo al mail con el documento del libro digitalizado.

No me lo recibe en papel.

–Okay… Permiso, señor, seguiré por el próximo libro. Debo felicitarlo, aprendí mucho sobre estoicismo y principios de disciplina con el anterior.

–Ah, sí, basura, se mejora con el título siguiente.

¿”Basura”? ¿Le parece basura ese primer libro, o sea que me hizo hacer el supuesto análisis de manera innecesaria?

Apuesto a que ni siquiera lo va a leer. Cabrón.

–Encuentro muy meritorio escribir un libro, igualmente felicitaciones por el trabajo que hizo.

–Pones en duda que lo haya escrito yo, ¿verdad?

Me atrapó.

Convengamos que me esforcé un poquito para hacerle notar mis dudas.

–¿Crees que yo no puedo escribir un libro, Anderson?

Desearía haberle hablado una vez que ya se hubo sentado detrás de su escritorio porque ahora mismo me increpa su cercanía, su altura, su mirada penetrante y su perfume exquisito en combinación explosiva con su actitud confrontativa. Entiendo que esa actitud de avasallar con todo es precisamente la que le ha puesto en el lugar que está ahora, incluso avasallar con todos los empleados anteriores de la empresa, ¿cómo es posible que solo haya quedado él y en tanto jefe? ¿Habrá sido capaz de haberlos asesinado a los demás? ¿Qué clase de trampas les tendió? Bah, no creo que sea capaz de matar a alguien, pero ya nada me sorprende en absoluto de él.

–¿Cómo dice eso señor Cooper si ya ha escrito cinco libros?–le pregunto sin poder evitar dejar en evidencia el sarcasmo.

–Y puedo escribir cinco más. Todos best sellers.

–No lo pongo en duda, señor. Tiene usted un equipo de marketing increíble–le contesto sonriendo y temo estarme metiendo en serios problemas porque mi comentario acaba de sugerir de que las ventas no las gane por sí mismo sino gracias al marketing que su equipo le pudo haber hecho.

–¿Sabes cuánto invertí en marketing para el libro?

Me encojo de hombros.

–Cero. 

La palabra la dice en un susurro y gesticulando de tal manera que sigo atentamente el movimiento de su lengua y de sus labios.

Rayos, debo de ponerme seria de una vez y dejar de lado esa versión de mí que se fija un poco en lo superficial.

–Lo felicito, señor, es de un mérito enorme lo que ha conseguido–. ¿Es lo que quería escuchar? Listo, lo tiene.

–Sería maravilloso que lo dijeras de manera genuina.

–Es que estoy siendo genuina.

–No me gustan empleados mentirosos en mi empresa.

¿”Su” empresa? Estoy segura de que no es “su” empresa por más cargo de CEO que le hayan asignado.

–Señor, no me trate por mentirosa, se lo ruego. Usted más que nadie sabe cuánto me gustan los libros y lo mucho que valoro que alguien haya escrito tantos libros y ganado el éxito y reconocimiento que consiguió con ellos. Si ha sido tan vendidos, no pongo en duda tampoco que le haya cambiado la vida para bien a muchísimas personas allá afuera.

Sí, me he metido en problemas.

Mantiene silencio.

Y me sigue mirando.

Rayos, esto es realmente incómodo. ¿No tiene mejores cosas que hacer?

–Señor…–murmuro–, debo seguir con la transcripción del libro siguiente, si me permite…

–Pasa primero por la tintorería a buscar mis trajes, luego ve a retirar una camisa que compré por internet en Zara y no tardes que tengo obligaciones para antes que termine el día.

Sus palabras son un misil, o al menos eso busca ya que sabe que en esta conversación darle la delantera de manera intencionada es hacerle creer que me está ganando. Se regresa a su sillón y sus ojos se fijan en la computadora.

Bingo.

Lo he molestado.

Me sonrío victoriosa y me encamino hasta la puerta de su oficina aún con las rodillas temblando, pero con una sonrisa ferviente de oreja a oreja.

–¡Holly!–me llama antes de que cierre la puerta vidriada de su pecera.

–¿Si, señor?

Me detengo y le miro tratando de ocultar mi alegría.

–Estás despedida.

 




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