Lotty
La gran ciudad de Boston me recibe cuando hago mi descenso del tren. Fue un viaje largo, por no decir ‹‹eterno››. Pero el paisaje valía cada centavo. Nunca había ido a Boston en tren. Siendo sincera, nunca había venido a Boston antes. Pero, si he visto muchísimos videos de la ciudad, y además, Maxine estuvo contándome algunos sitios bonitos a donde ir a pasar un buen rato o solamente disfrutar de la pintoresca compañía de la naturaleza.
Por suerte, mis padres me acompañaron a la estación. Por lo que tuve mi despedida oficial. Aunque sé que solo será cuestión de un par de meses para que nos volvamos a ver. Prometí regresar a la ciudad para navidad. También para Semana santa, y si es posible, para cada uno de los cumpleaños de mis familiares.
Miro el folleto entre mis dedos: ‹‹Universidad de Tufts››. Obtuve, gracias al cúmulo de buenas notas que gané en secundaria, una beca del quince por ciento para dicha universidad. Fui una de las privilegiadas según el periódico estudiantil, y aunque el quince por ciento solo cubre la cuarta parte de mi estadía en la ciudad, asumió un gran alivio para la economía de mis padres. Vale. Sé que no es Harvard o MIT pero es una prestigiosa universidad, y además, tiene un enorme campus al noreste de Boston.
¡Siempre he querido ir a un campus universitario!
Un Uber está aguardando por mí cuando arribo a la salida de la estación. El viento se estrella contra mi cara una vez fuera, y debo abrazarme con el único brazo disponible en un intento de protección. Arrastro las chirriantes ruedecillas de la maleta, y me subo al Uber, el cual ya ha de tener la dirección de la universidad. Durante el camino entero me la paso viendo apreciativamente a través de la ventanilla. Boston es gigantesca, y está colmada de puentes que comunican al centro de la ciudad con sus alrededores.
Cabe destacar que tiene muchísima población, y no puedo dejar de pensar en lo fascinante y aterrador que me resulta el hecho de saber que ahora estaré viviendo sola. Lejos de mis padres y de mi hermana mayor, Lana.
El campus de Tufts está a tan solo media hora del centro de la ciudad, luego de atravesar un longuísimo puente. El Uber se detiene frente a la enorme verja, y mi corazón se desbarata de la emoción cuando leo el letrero con el nombre de la universidad. Pronto, se detiene y debo tomar una profunda bocanada de aire para calmar mis nervios. Salgo tirando de mi pesada maleta, y me esfuerzo en sacarla.
Pero, parece que he empezado el día con el pie izquierdo.
Porque las ruedas se rehúsan a abandonar el suelo del Uber. Se han estancado. Gruño, y me fuerzo a tragarme una profunda ráfaga de aire, antes de seguir tirando de la manilla.
—Ey, ¿necesitas ayuda?
Una voz me hace dar un brinquito. Me giro hacia el chico, y luego vuelvo a ver mi maleta atorada. ¿Esto no puede ser más patético?
‹‹Tú eres patética, Lot››, me regaño a mí misma.
—Ejem... sí, la verdad. Se ha atascado.
—Veamos.
El chico estira su comisura con afabilidad, y me hace un ademan para que le abra espacio. Hago lo que me dice, torpemente a cuestas. Veo al chico inclinándose sobre su abdomen, y envolviendo sus dedos alrededor de la manija. Medio la sacude, y enseguida, la tiene en el suelo frente a mí.
Me vuelvo un poema, con los labios entreabiertos y la boca seca.
—Aquí tienes... —Hace un ligero silencio que tardo más de la cuenta en interpretar.
Está pidiéndome mi nombre.
Me lamo los labios como una tonta, y fuerzo a las palabras a moverse fuera de mi boca.
—Lotty.
El chico amplía su sonrisa.
—Bueno, aquí está tu maleta, Lotty.
—Gracias. —Mi voz es tímida, aunque podría atreverme a jurar que he sonado hasta desconfiada.
El chico ni siquiera se inmuta. Cierra la puerta del Uber, y veo a la camioneta negra moviéndose lejos de la verja. El humo que escapa del tanque se mezcla con una ligera capa de niebla flotando en el ambiente.
Un carraspeo me hace traer mi atención devuelta. Corrección; el carraspeo del chico.
—¿Y estudias aquí? —inquiere, señalando el lugar con sus brazos.
Me fijo en que va ataviado con un short de mezclilla gris junto a un buzo con el nombre de la universidad bordado en grandes letras azules. Es lindo, y se ve acogedor. El buzo, obviamente.
La mirada del chico me apresura en dejar mi allanamiento visual, y responder.
—Sí. —Sacudo la cabeza, y agrego—: Bueno, en realidad, acabo de llegar. Pero estudiaré aquí este año.
—Oh, ¿entonces, eres una reclusa?
—¿Reclusa? —Alzo las cejas con horror.
Él menea la cabeza, y una risita suave brota fuera de sus labios.
—No te asustes. Son apodos que solemos ponerles a los de primer año.
—Hum, ya.
—Bueno, ¿y vivirás en el campus? —indaga.
—Sí...
—Deberías irte ya, ¿sabes? —indica, echándole una mirada rápida al reloj que adorna su muñeca—. Es algo irritante llegar de último a la habitación.
—¿Por qué? —No puedo evitar mirarle extrañada.
—Bueno, porque el armario es pequeño, y no hay peor cosa que dormir en la litera de abajo —susurra lo último, y subraya sus palabras con un gesto de advertencia.
—¿Por qué suenas con tanta experiencia? —inquiero siguiéndole el rollo.
El chico suelta un suspiro, y encorva uno de sus hombros.
—Pues... no creas que me pasó a mí —masculla con un aire divertido—. Pero, sí les ha pasado a muchos de mis conocidos.