Justin
Aceptar la beca para Boston fue probablemente la decisión más difícil que he tenido que tomar en la vida.
Pero, a veces, cuando todo se desmorona, la única solución que queda es huir. Escapar de la vil realidad que nos persigue, aunque eso signifique hacer muchos sacrificios. Más de lo que jamás hubiese imaginado.
Mamá quería que tomase esa beca. Podía verlo en su cara o en su mirada llorosa todas las mañanas. Me negué hasta más no poder. Me negué aunque sabía que era lo mejor para mí. Un futuro en lo aparente brillante aguardaba por mí. Esas fueron las palabras del David Whitepool. El tipo que hizo todo esto posible al creer en mí. Pero, seguí negándome hasta que algo sucedió. Un algo que hizo una detonación en mi vida.
Jack, el novio de mi madre, fue a prisión finalmente.
Sucedió varios días luego de navidad. Cuando encontré kilos de cocaína ocultos en el colchón de su cama. Sabía que estaba firmando mi propia sentencia a muerte, pero fue la única opción que obtuve para enviarlo al lugar en el que verdaderamente merecía estar: en una puta celda mugrienta. Tanto como su asquerosa alma, si es que acaso tenía una. Fue la noche más feliz de mi vida entera. Sentía que todas esas pesadas bolsas de rocas que había estado cargando durante gran parte de mi vida, finalmente, habían sido despojadas. Jack era un ser detestable. Mi madre no se merecía tanto dolor. Merecía algo más que lo único que yo había conocido en la vida: dolor y oscuridad.
Porque ese es el verdadero trasfondo de esta historia. Nunca se trató de un fuckboy que hace con la vida lo que desea. Siempre fue sobre lo que se oculta detrás de esa fachada: Yo, Justin Brandon, un chico que no tiene ni puta idea de cómo tocar superficie luego de haber vivido tanto tiempo en la profundidad.
El sonido de la campanilla me hace levantar la mirada hacia el mostrador. Me encuentro haciendo el inventario del día, y contando la reserva de cafés para asegurarme que tendremos lo suficiente al acabar la semana.
Chandler está allí, detrás del mostrador. Lleva un buzo gris con el logo de la universidad, y luce sudado. Presumo que habrá de haber estado haciendo ejercicio. Dado a que se considera seriamente algún tipo de celebridad. Su modestia no le permite notarlo.
Abandono la libreta en la que estaba enumerando la mercancía, y me decanto por dirigirme al mostrador. Él me ofrece una de sus típicas sonrisas amables, y señala el pizarrón detrás de mí.
—Hola, Justin. ¿Me das un Latte?
Busco la opción en la computadora, y clickeo sobre ella.
—Serían seis dólares.
—Aquí tienes.
Chandler me entrega el dinero, y a cambio le entrego su factura.
—¿Hasta qué hora tienes turno? —Oigo que pregunta al girarme hacia la máquina de hacer café.
—Hasta las cuatro.
—¿Tanto?
Sirvo la espuma recreando la forma de un trébol, y le coloco la tapa.
—Sí. Carrie, la chica del turno de la tarde, me pidió que la cubriera dos horas más.
Chandler recibe el café, y le da un sorbo.
—Sabes que no tienes que hacer esto, Justin.
—Sí tengo qué.
—No. Mi padre se comprometió a cubrir toda tu estadía en Boston. Deberías tomarle la palabra —aconseja, tras darle otro sorbo a su café. Veo que saca la lengua, y una sonrisa burlona se ajusta en mis labios.
—No quiero deberle nada a nadie.
—No estarías debiéndole nada. Él se empeñó en sacarte de ese lugar.
—Y lo consiguió. ¿O no? —Limpio la maquina con un paño, y saco una de las cestas llena de migajas de pan.
Chandler suspira.
—Sí, pero puede hacer más.
—Ya hizo suficiente.
—Tu madre lo querría.
Me paro en seco al escucharle mencionar a mi madre.
Se siente como si acabase de darme un puñetazo en la mandíbula. Pensar en ella es algo que sigue estremeciéndome. Sobre todo, porque luego de aquella noche en la que denuncié a Jack, algo se rompió entre nosotros dos. Un algo que jamás podré entender, porque la voz de la razón me dictaba que había hecho lo correcto; estaba sacando la inmundicia fuera de nuestras vidas.
¿No era eso lo que quería?
¿No era eso lo que se suponía que debía hacer?
Un suspiro escapa fuera de mis labios.
—Me gusta trabajar aquí, Chandler —le digo. Aunque no es verdad. Me irrita trabajar en un lugar en el que los comensales piensan que soy su maldito lacayo que limpiará todo el café que derramen en el maldito suelo.
Pero a pesar de todo los contras, se me resulta entretenido para pasar el tiempo. La beca que obtuve fue deportiva, por ende, todas las tardes debo ir a entrenar y durante las noches tomar clases teóricas.
Chandler no se equivoca en todo lo que ha dicho. David sí me ofreció costear toda mi estadía en Boston. Fue su acto de benevolencia del año. Sacarme de casa fue el primer paso, pero permitir que me diese dinero para comprar condones y cigarrillos era irse de lleno. No quería recibir tanto. Porque cuando recibes todo de alguien, tienes que darle todo también. Y no sé si estoy dispuesto a entregarlo todo por alguien más. Ya lo hice una vez, y no salió tan bien.
—¿Te gusta limpiar mierdas en inodoros y trapear café del suelo? —El tono de Chandler desborda ironía.
Ladeo la cabeza.
—Es lo que hay.
—Vale. Pero cuando te canses de limpiar mierda ajena, ya sabes qué hacer.
—No saldré corriendo a pedirle nada a tu padre.
Chandler sube las cejas y dilata las narinas.