Tentación Irresistible

6|El Encuentro.

Lotty

 

Lotty
 

—¿En qué consiste la riqueza de un país?

Mi brazo sale disparado al aire tan pronto escucho la pregunta de la profesora Jeaggins. Ella me apunta con su señalizador laser, y me cede la palabra.

En ese mismo instante, una risita burlona reverbera en algún punto de la estancia, arrastrando palabras burlonas por parte de otro estudiante. Alguno de los que siempre tienen preguntas para todo, y respuestas para absolutamente nada. Ya llevo mucho rato acostumbrada a tratar con los saboteadores, solo que, dentro de mí, rogaba por no hallarme ninguno en la universidad.

—¿Las mujeres? —inquiere el chico.

—¡El alcohol!

—¡La marihuana!

—¡Mi abuela en tangas! —pronuncia alguno de los graciosos de la clase.

La profesora mueve su cabeza en direcciones divergentes, y avanza a gráciles pasos alrededor de las tribunas. Su laser sigue apuntándome. Así que me preparo mentalmente para soltar una respuesta.

—El trabajo —murmuro con voz queda. Ella asiente, y frena sus pasos tan pronto me alcanza. Ella tiene unos grandes ojos negros que resaltan bajo sus parpados franjeados por pestañas gruesas y negras. Me hace temblar el estómago, pero espero ser buena ocultando mis nervios—. ¿Lo he dicho bien? —inquiero, al ver que no me ha hecho ninguna objeción.

Sus largas uñas se clavan sobre el escritorio a mi lado. Hans se arranca los auriculares inalámbricos de las orejas, y agita la cabeza.

—¿Sí, señorita Jeaggins?

—Hans, ¿qué puedes acotar a lo que ha dicho su compañera?

Hans busca refugio en mi mirada. Sus grandes ojos parpadean reiteradas veces, y abre muchísimo los parpados.

—Yo... ehm...

Mi corazón se tuerce al ver cómo lucha. No se me ocurre otra cosa que mediar por él.

Me aclaro la garganta, y prosigo:

—Según el padre de la economía moderna, Adam Smith, un país no se define únicamente por sus reservar naturales. Sino también por todo aquello que se engloba dentro del término capital. Y, evidentemente, el trabajo de los miembros de una nación es el factor más influyente en dicho capital. ¿No es así, Hans?

Hans se esfuerza en procesar mis kilos de información que tal vez nunca alcanzó a leer porque se mantuvo durante la clase entera entretenido en documentales de Youtube.

En un par de ocasiones, temí que fuesen a descubrirlo.

Bueno, el momento había llegado. Y yo acababa de sacrificar mi cabeza por la suya.

La profesora se vira hacia a mí. Sus grandes ojos se hunden en los míos, y me apunta con la mínima lucecita roja justo incidiendo sobre mis pupilas. Arde mirar a su dirección, pero no puedo dejar de sudar y temblar a la vez.

—¿Y le pregunté a usted, señorita Gilbert? —demanda con su severa voz. Casi podría jurar que ha estado engruesándola a propósito.

Me tiemblan las manos, las piernas, el pecho, las tetas...

—Yo... —Me congelo, y Hans no demora en salir a mi rescate.

—Fue un esplendido resumen de Las Riquezas de las Naciones —comenta con entusiasmo. Un matiz de diversión que puedo pillar también se cuela en sus palabras—. ¿No lo cree, señorita Jeaggins?

Ella me sonríe. O eso creo, porque sus labios se estiran lentamente.

—Fue un buen resumen, sí. ¿Hace cuanto lee sobre Adam Smith, señorita Gilbert? —Ella se toma el atrevimiento de descansar su grueso muslo sobre la mesita de mi escritorio.

Trato de meter aire dentro de mis pulmones.

—Un amigo que solía ser fanático de la lectura me regaló el libro cuando le conté que estudiaría comercio en la universidad.

—¿Un amigo que suele leer qué tipo de libros?

—No lo sé... —Vale, ¿a qué va todo este interrogatorio?

Noah solía leer desde jeroglíficos hasta librillos de caligrafía para niños. Según él, todo lo que tuviese letras era algo digno de ser leído por alguien más.

La profesora nos da una última mirada, antes de mover su muslo lejos de mi escritorio. Se vuelve hacia las diapositivas y reanuda su clase como si nada hubiese sucedido justo ahora.

La tensión acumulada en mi pecho se libera cuando la veo bajar las escaleras. Enseguida, me relajo. Hans suelta un suspiro, y se desordena el pelo.

—Qué intensa es esa mujer, ¿no?

—Sí, la verdad.

Hans posa una mano sobre mi hombro, y me muestra una sonrisa afable en los labios.

—Gracias por ayudarme —dice. Suena sincero, y colmado de gratitud.

—No hay de qué.

—¿Vienes esta noche al encuentro? —inquiere, metiendo a tirones todos sus libros dentro de la mochila.

Hago lo mismo, pero dejo algunos libros fuera.

—No lo sé. Creo que todo el mundo irá.

—Así es, pequeña reclusa. Todo el mundo irá. Todo el mundo.

—¿Tú irás? —le pregunto, cuando termino de cerrar la mochila. Varios estudiantes han comenzado a abandonar la estancia, porque se supone que tenemos bandera libre para hacer lo que queramos por el resto del fin de semana.

Hans alza una comisura.

—¿Acaso no formo parte de todo el mundo?

No puedo evitar irme en carcajadas, mientras mantengo el equilibrio al descender los peldaños de las escaleras que conducen al exterior del edificio.

—Sí, lo siento.

—Chandler también vendrá. Justin era el que estaba medio reacio.

¿Es normal que mi corazón se vuelque a mi garganta de solo oír la mención sobre Justin?

Debería ir al médico.

O a un psiquiatra.

—Hum, ¿por qué?




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