Lotty
—¡Oye, Chandler! ¿Podemos hablar... un minuto?
Y como si escuchar la voz de Justin fuese un click mágico dentro de mi cabeza, me salgo del agarre de Chandler a toda prisa. El corazón me ha comenzado a latir más rápido, y no puedo distinguir cuál ha sido la causa exacta esta vez.
Puede que sea la mirada que Justin nos ofrece. Una estela sombría se ha adueñado de su expresión. Él mantiene la cabeza ligeramente inclinada, las manos enfundadas en los bolsillos y la boca cerrada.
El pecho de Chandler se llena de una respiración. De repente noto una nube de tensión que nos arropa a los tres. Ellos dos comparten una mirada a muerte, y me hace sentir un manojo de nervios.
—Por favor —insiste Justin, al ver que Chandler no se mueve.
No sé bien a qué va todo esto, o porqué se miran como si fueses dos enemigos odiándose hasta morir. Solo sé que la vibra que los arrulla no es agradable.
Por su parte, Chandler apenas se inmuta. Sus ojos regresan a los míos, y yo solo me limito a cabecear con un gesto de ‹‹Te veré luego››. Entonces, ambos se alejan en la dirección opuesta. Me quedo observándoles hasta que sus cuerpos se desdibujan de mi panorama.
Una voz me hace dar un respingo de pronto.
—Creo que están teniendo problemas conyugales —dice Hans. Sostiene un botecito de palomitas de maíz, y sus ojos miran al mismo lugar en el que yo miraba antes.
Sin embargo, su comentario se lleva toda mi atención. Se notaba que entre Justin y Chandler estaba ocurriendo algún tipo de problema.
—¿Y sabes por qué? —pregunto.
Hans hace una mueca al tiempo en el que hunde su mano en el bote de palomitas.
—No, la verdad. Pero llevan un día entero sin hablarse.
—Vaya...
—¿Sabes cuál es la manzana de la discordia más frecuente en la amistad de dos hombres? —inquiere, a lo que niego con la cabeza. Él se traga el puñado de palomitas, y prosigue—: Una chica. Una jodida chica es, a menudo, la principal razón de una discusión entre chicos.
Mi cabeza se pierde hacia el estadio.
—¿Estás insinuando que están discutiendo por una chica?
—No lo sé. Puede ser. —Sus ojos perdidos hacia la nada, regresan momentáneamente a los míos. Una sonrisita tira de sus labios—. ¿Nos vamos al pub?
—¿Al qué?
—En vista de nuestra inesperada victoria, todos los chicos se van a un famoso pub del centro de Boston a celebrar —explica. Se sacude las manos, y estampa el bote de palomitas a medio acabar contra mis brazos. Me fijo en que sigue con el torso desnudo y salpicado de pintura—. ¿Vienes?
Sacudo la cabeza. —¿Tenemos permitido salir del campus?
—Nop.
—Entonces, ¿estaríamos rompiendo las reglas?
—Síp.
—¿Qué clase de influencia eres, Hans? —murmuro soltando una risita.
—La mejor que encontrarás en la vida, querida.
Hans enlaza su brazo con el mío, y me arrastra por el sendero de regreso hasta el auto. En el camino, nos interceptamos a Fergus y a mis compañeras de habitación.
Al parecer Hans tenía razón. Una de las particulares tradiciones luego de ganar un torneo deportivo de la universidad de Tufts es fugarse a un prestigioso bar en el centro de la ciudad. Justo a media hora de marcha rápida, y muchos frenazos. Me prometí no volver a viajar con Fergus al volante, porque para la próxima tal vez no contemos con la misma suerte de esta noche.
Pronto entramos al lugar. Un bar de apariencia tranquila que luego de recorrer un exiguo pasillo a oscuras te sitúa contra una puerta negra que clama ‹‹No entrar››. Irónicamente, es justo lo que las personas hacen al llegar al sitio. Abren dicha puerta, y la locura se desata a escalas que nunca imaginé. Otro bar, incluso con otro nombre, se encuentra dentro del mismo. Allí las cosas parecen sacadas de una película de strippers. Hay un montón de gente y tubos que se despliegan del techo en cada mesa. También una nube de niebla artificial que flota en el ambiente, y te bloquea la vista.
Me aferro al brazo de Hans mientras nos sumergimos a fondo en el lugar, en busca de alguna mesa.
—¡Este lugar es la coña! —aúlla Hans, subiendo la voz y dando algunos pasos en falso que me conducen con él. Señala a un montón de chicos semi desnudos que bailan en algunos tubos, y sus ojos se llenan de ilusión—. ¡Miren todos esos culos! ¡Me muero!
Fergus, que va mucho más adelantado que nosotros, lo escucha.
—¡Ah mira, Hans! ¡Los culos que tú no tienes!
—¡Ya vete a joder! —le espeta Hans.
No tardamos mucho en encontrar una mesa. Es circular, y un largo tubo se desprende del medio. El lugar me hace sentir un ovillo diminuto, y me está costando mucho trabajo mantenerme enfocada por encima del estridente sonido que brota de los altisonantes. Hay muchos de ellos distribuidos en cada esquina.
Me dejo caer junto a Hans, y Naomi se sienta junto a Fergus.
—¿Cómo se llama este lugar? —inquiere Naomi, sacando su móvil de su mini cartera. Últimamente se ha tomado entre ceja y ceja la labor de ser influencer.
Hans punza un botón rojo junto al tubo, desesperado.
—‹‹No entres aquí››. ¿No lo leíste junto a la entrada?
—Nunca leo las advertencias.
Hans suelta una risita burlona.
—¿Por?
Naomi teclea algo, y su mirada vaga por el rostro de Hans.
—Para luego no tener excusas para arrepentirme —le dice ella, con una sonrisita de superioridad armándose en sus labios. Hans mueve la cabeza en acuerdo, y parece que lo anota en su mente para ponerlo en practica en algún futuro.