Lotty
Labrine solía ir de campamento los fines de semana más largos. Siempre tuvo una conexión inexplicable con la naturaleza, de una forma que siempre cuestioné pero nunca entendí del todo.
Solo sé que allí estaba, atada a su alma como una enredadera. Yo, por otro lado, era más de quedarme en casa disfrutando de la tranquilidad de mi habitación. Lana era más de irse a casa de los Janssen cada fin de semana, y aparecerse los lunes por la mañana con una nueva anécdota acerca de esa familia. Ellos la querían como una hermana, y aunque los sentimientos de mi hermana llegaron a entremezclarse, hubo una parte de ella que cedió a dichos sentimientos.
Siempre dijo que me sucedería lo mismo con el menor de los Janssen.
Asumo ha de deberse a nuestra contemporaneidad. Y sucedió tal y como lo predijo. Durante un tiempo estuve profundamente enamorada de Mickey Janssen. No sé bien cuantos años transcurrieron conmigo acechándolo desde la friendzone. Una zona de su corazón de la que nunca podría surgir.
Nada ocurrió, y menos mal.
Pero lo que más me molestaba de todo aquello no era el hecho de que él no correspondiese mis sentimientos.
Sin duda alguna, lo que más me llenaba el alma de un auto-enojo era que nunca reuní el valor suficiente para decírselo. Nunca le dije que me importaba más que como un amigo. Nunca le dije que me gustaba la forma en la que su sonrisa me hacía sentir mariposas en el estómago. Nunca le dije que su voz me llenaba de ilusión y que, por las noches, me quedaba dormida con su voz acariciándome en los oídos, como un puñado de pétalos.
Nunca he sido tan valiente. Nunca me he sentido tan segura de mis sentimientos o mis pensamientos.
Han transcurridos varios días desde la noche en la que el equipo Tufts fue galardonado como los primeros campeones de la temporada. La conmoción sucumbió en el campus como un virus, propagándose de persona en persona, y contagiando a todos con la nueva emoción y las cosquillas de un futuro incierto pero brillante.
Nos encontramos en una de las áreas verdes del campus. Ha sido un día agradable dentro de todo lo cuestionable. He terminado clases más temprano, porque mi profesor se ha enterado que será papá. He avanzado con mis deberes, y ahora estoy disfrutando de una lectura a la orilla de un árbol.
O eso intento en contra de la marea de distracciones que se avecina.
—¿Vieron el vestido de Lady Gaga en la alfombra roja de los Oscars? —pregunta Naomi, pasando su dedo índice por la pantalla de su móvil.
Hans, que se encuentra tumbado boca abajo junto a mí, emite un gruñido.
—No me gustó —opina, poniendo un morrito en sus labios.
Naomi se lleva una mano al pecho.
—¿Estás loco? ¡Se veía como una diosa!
—La diosa del gallinero —continúa Hans. Siento que se remueve, pero sigo tratando de mantenerme en el hilo de mi lectura. Pronto, siento un tirón en mi brazo—. ¿Ya llegaste a la parte en la que...?
—¡No lo digas! —le corto, soltando el libro y enterrando mis dedos en mis oídos.
Él desliza una sonrisita burlona.
—Pues... ¡Al final...!
—¡Ya, Hans! —le grito, y cierro la tapa del libro de un golpe.
Hans rompe a reír, cogiéndose el estómago con las manos y niega en señal de redención. Pero no le compro su mascara de niño bueno. Es un demonio en el fondo. Ya me ha dado tres spoilers en lo que va de libro.
Le miro con una mueca de recelo.
—No quiero oírte.
Él pone una sonrisita de inocencia.
—¿Por qué no?
—¡Porque arruinas la diversión de todo!
—¡Eh, reclusa! —Alza los brazos, y sonríe—. La diversión trabaja para mí.
Me esfuerzo en mantenerme con cara de señora impoluta, pero su sonrisa tantea la mía, y termino rompiendo en risitas hasta que nos lagrimean los ojos. Naomi solo esboza una mueca, y rueda los ojos.
Hans se incorpora, sentándose con una pierna flexionada contra su pecho. Sus dedos se pierden en la grava, y me fijo en sus lentes oscuros. El sol ha sido tenue por la tarde, y algunas nubecillas se arremolinan encima de nuestras cabezas, amainando el brillo de la naturaleza.
Nuestras respiraciones se escuchan jadeantes mientras nos recomponemos. Últimamente he descubierto que me gusta pasar tiempo con Hans. También con Fergus, porque juntos recrean un dúo icónicamente divertido. Naomi se nos une de vez en cuando, y Taissa... la veo en las noches encendiendo velas alrededor de su cama, y de la mía.
Por otro lado, podrían pensar que, al pasar mucho tiempo con ellos, también pasaría algo de tiempo con Justin.
Solo que no es así.
No he vuelto a ver a Justin desde aquella noche en la que nos besamos, y... ¡Mierda!
Se me llena la cara de calor al recordarlo.
Ni siquiera sé en qué demonios estaba pensando cuando lo besé. No. Es que no estaba pensando. Mis hormonas habían tomado el control, y lo más grave de todo el asunto era que, ansiaba más.
Deseaba más.
Me estremecía por más.
Un más que no sabía que era, solo sentía una necesidad ferviente llevándome al fondo del océano en busca de algo.
—¿Has visto a Justin? —La pregunta escapa de mi boca, incluso antes de que pueda conectarla en mi cerebro, analizar los pros y los contras, y luego declinar la orden.
Hans se masajea la barbilla con una mano. El indicio de una sonrisa tirando de sus labios.
—Vivimos juntos.
—Lo sé.
Hans sonríe, y se toma un par de segundos para pensar. Segundos que se consumen en un silencio amortiguado por la melodía de las avecillas en la puesta del sol.