Justin
El corazón me salta en volteretas enérgicas dentro del pecho. Me concentro en el tamborileo del pulso en mis sienes. La respiración me silba entre los labios secos. Látigos se hunden en la carne de mis piernas, recorriéndome desde la nuca hasta los talones. Me arde el cuerpo entero a pesar de las gotitas de lluvia que salpican desde el cielo.
No me detengo.
No paro de correr, aunque todo a mi alrededor grita que lo haga.
Mis movimientos se vuelven cada segundo más desesperados mientras cruzo el campo entero con el balón entre mis manos. Pongo la vista en mi objetivo: la línea blanca marcada con tiza en el extremo del vasto rectángulo. Tomo una honda respiración por la boca, y me impulso sobre mis pies.
Me siento seguro.
Demasiado.
Cada pieza cae en su lugar.
Pero justo cuando creo que lo lograré... alguien se mete dentro de mi jugada maestra.
Un alguien con nombre, apellido y la cara de culo más monumental que alguna vez haya evidenciado.
Chandler Robins.
Solo me limito a sentir el crujido de mis huesos contra los suyos. La pelota revuela hacia lado opuesto, quedando fuera de mi alcance. Gruño, y le lanzo una mirada voraz al idiota que se ha metido en mi camino. Me ha costado la última anotación. Sus ojos no demuestran arrepentimiento.
—¿Por qué mierda hiciste eso? —le reclamo, claramente enojado.
Chandler se frota la mandíbula mientras se mueve fuera de mi cuerpo. Su actitud grita petulancia, arrogancia, y un poco de mierda.
—Sólo estamos jugando, Justin.
—¡Al futbol! ¡No a los putos bolos! ¡O a las derribadas!
Él esboza un mohín, y se encoge de hombros.
—No me culpes porque no sabes perder. —Estira los brazos a sus costados, y su sonrisa se vuelve más intensa —. Solo es un juego.
Echa a correr en la otra dirección, mientras me quedo en el suelo, con el culo enterrado en el fango cubriéndome de gotitas de lluvia. Pronto, alguien se planta frente a mí. Me tiende su mano. La escaneo antes de mover mis ojos a su cara. Es Fergus.
—¿Otra vez con sus hormonas?
—Parece una perra en celo. —Tomo su mano, y hago un gran esfuerzo en recuperar la fuerza de mis piernas. Siento el culo lleno de lodo. Pongo un puchero—. Yo creía que nadie pudiese ser más hormonal que Hans.
Fergus se ríe.
—Solo sigue dolido.
—¿Porqué su papa me quiere más a mí?
—También por eso. Pero porque desde que llegaste te has robado su lugar en Tufts.
—¿Robarme su qué?
—A ver, antes de que llegases Chandler Robins era el icono de Tufts. —Caminamos en dirección a las gradas solitarias. Esta tarde nadie ha venido a lanzarnos las porras por la tormenta que se desato desde la madrugada anterior.
Siento un hormigueo en mi vientre al hacer memoria acerca de la madrugada anterior.
Fergus prosigue con su absurda explicación. —...cambiaste todo para él.
—Fergus... —Lo hago detenerse. Hundo una mano en su hombro, y elevo las cejas—. Nunca escuche algo tan tonto como eso.
—¡Pero piénsalo!
—Lo hago, y... no tiene sentido.
—Su puesto en el equipo —apunta.
—Me lo gané.
—El patrocinio de su padre.
—Me lo gané.
—¡Tus seguidores en tiktok?
—¡Me lo gane! —le suelto, pero luego me detengo cuando repito su argumento en mi cabeza. Una ceja se me dispara sin riendas—. Espera... ¿desde cuándo tengo TikTok?
Fergus rompe a reír, aunque no le veo lo gracioso.
No recuerdo haberme creado una cuenta en esa aplicación para aficionados. No quiero ofender a nadie, pero demasiadas tentaciones en un solo lugar.
Le atizo un codazo en el brazo para que conteste a mi pregunta.
—Hans te ha creado uno.
—¿Y mi autorización les vale un culo o qué mierda?
—No tengo nada que ver ahí —se excusa, alzando los brazos. Lo miro con irritación—. ¡Lo juro!
—Ya vere que hacer con Hans.
Reanudamos nuestro camino hacia las gradas. Están forradas con impermeable. Probablemente para que no se oxiden con el agua de lluvia. Ruedo el cuero, y me hundo en el asiento. Fergus me acompaña, haciéndome rodar un poco hacia la izquierda. No se tarda en sacar una cajetilla de cigarrillos de su mochila. Me tiende uno, al que apreso entre los dientes.
—¿Saliste anoche? —inquiere mientras se inclina con el encendedor hacia mí.
Su pregunta me pasma ligeramente, pero no me inmuto.
—¿Me estabas espiando? —cuestiono alzando una ceja con sorna.
Fergus niega de golpe.
—¡No!
No insiste luego de ello. Se limita a encender su cigarrillo, y hundirse en las gradas. Tiene puesto un grueso buzo marrón que contrasta con el color caoba de su cabello ondulado.
Le doy una calada al cigarrillo impregnándome la lengua de la esencia que destila.
Desmuteo el ambiente.
—Si salí anoche —murmuro tras varios minutos, en los que me pierdo con la vista inmersa en el horizonte. El anochecer se anticipa a la lejanía.
—¿Con alguien?
—No. —Doy otra calada, y jugueteo con el cilindro entre mis labios—. En cuestión, no estaba entre mis planes salir con alguien a las tres de la madrugada, pero...
—¿Pero?
—No estuve solo.
Fergus se sonríe.
—¿El espíritu de la llorona estuvo contigo?
—Idiota. —Ruedo los ojos, y me encojo de hombros —. No fue precisamente un espíritu. Creo que se parecía más a un ángel.
—¡Oh! Ya veo por donde va esto... —suelta con complicidad. Me giro hacia él para evidenciar la perversidad que tiñe sus facciones.
Le miro con recelo.
—¿Por dónde?
—El ángel que viste anoche. —Sus palabras causan eco en mi cabeza. Una sensación amarga se apodera de mi garganta de repente—. ¿Tiene ojos azules, pelo rubio y labios rosados?
Una risotada corre fuera de mi garganta.