Tentación Irresistible

18|Barcos de Papel. Parte II.

Justin

Justin

Noviembre 24th, 2008

Mirar los partidos de fútbol era de mis pasatiempos preferidos. Cada tarde, como todos los sábados, me preparaba un bol de palomitas al microondas y me espercochaba rodeado de un manojo de mantas en aquel polvoriento sofá. No era el más cómodo que pudiese existir. Tampoco nuestra casa era muy cómoda, o grande, o al menos habitable. Pero era nuestro hogar. Y nadie podía arrebatarme aquella única certeza.

Mi madre solía salir a comprar panecillos por la tarde. Mi padre se unía a mirar los partidos conmigo, de vez en cuando, por supuesto. Nunca demostró mucha garra para esto de los deportes. Pero se notaba su enorme esfuerzo en comprender cuándo era un fuera de sitio o el misterio detrás de la tarjeta amarilla. Sobre todo, se notaba a leguas el esfuerzo que hacía en darme una tarde llena de tranquilidad. Mi casa solía ser muy ruidosa. Salvaje le quedaría mejor para definirlo.

Esa tarde no era la excepción. Eran cerca de las cuatro de la tarde cuando el pitido del microondas me sobresaltó. El desquiciante olor a palomitas y mantequilla inundaba la estancia. Estoy seguro que podía olerlo la cuadra entera. Saqué la bolsa del aparato soltando jadeos porque quemaba mis dedos, y vacié su contenido dentro de un tazón de plástico.

Desde la cocina alcanzaba a escuchar la antesala del partido. Esa tarde me había puesto una gorra de mi equipo favorito en la cabeza. Me quedaba algo grande, porque le pertenecía al abuelo. Me metí una palomita a la boca y entorné hacia la sala, donde mi padre aguardaba por mí.

Solo que el ruido estalló como una peligrosa tormenta. Me quedé tan quieto como pude, simulando ser el mejor jugador del juego de las estatuas. Una voz se sumó a la estancia... era mi madre. No me sorprendió que estuviesen discutiendo. Era algo normal.

Pero algunas cosas no deberían normalizarse. Esta era una de ellas. El hecho de que algo ocurra con determinada frecuencia no significa que debas soportarlo. No significa que debas vivir acobijado por ello. No califiquemos como normal aquello que nunca lo será.

Me detuve junto a la puerta de la cocina, a tan solo un paso de meterme dentro del salón.

—No puedo seguir haciendo esto, Anna. No puedo...

—¿Y qué vas a hacer entonces? ¿Te vas? ¿Nos abandonarás como un maldito cobarde?

—Anna...

—¡Nunca lo has querido! ¡Nunca nos amaste! ¿No es así? ¿No es la puta verdad esa, James?

Una extraña sensación comenzaba a crecer dentro de mi estómago. No podía ver el rostro de mi madre, pero podía sentir sus lágrimas quemándome en el pecho. Justo en aquel hoyo que no hacía más que crecer sobre mi pecho.

—No lo vas a entender.

—¿Tienes otra familia?

—Ya hablamos sobre esto.

—¿Por qué mierda me hiciste creer que seríamos una familia? —La voz de mi madre se quebró. La escuché soltar las bolsas que había traído al suelo—. ¿Por qué mierda me mentiste, James? ¿Por qué le haces daño a Justin? ¿No ves lo mucho que te admira?

—Él lo va a entender. Algún día será un hombre, y entenderá que a veces las cosas no funcionan como deseamos. Entenderá que a veces hacemos daño porque... sentir dolor es inevitable. Pero lo superará. Es fuerte.

—¡Tiene nueve años! ¡Es un niño, James!

—No hay nada que pueda hacer, Anna. ¿No quieres que sea feliz? Será mil veces más feliz lejos de mí, si me largo ahora.

Un mar de lágrimas comenzó a nublarme la vista. Mis dedos se presionaron con fuerza alrededor del tazón mientras me recargaba del marquillo de la puerta para no desbalancearme.

¿Por qué mi madre decía esas cosas sobre papá?

¿Por qué quería irse? ¿Por cuánto tiempo se iría? ¿Regresaría? ¿Fue por mí?

¿Fue por algo que hice?

Tal vez ni siquiera le gusta el fútbol. Lo ve conmigo para agradarme, pero en el fondo no le gusta. Y se marchará por eso. Para no tener que verlo conmigo nunca más.

—Entonces, hazlo. Vete. Pero habla con él. ¡Sé un maldito hombre, James! ¡Dile la verdad porque yo no le voy a romper el corazón a mi hijo! ¡Yo no voy a hacerle daño!

—¿Por qué tienes que hacer todo tan complicado, Anna? ¡Mierda! ¡Mierda!

—Hazlo. ¿Qué crees que iba a pensar cuando después del juego te marchases como siempre haces... solo que esta vez, no te volvería a ver?

—Ni siquiera le hubiese importado.

—¿A cuál de los dos, James? ¿A él o a ti?

Cerré los ojos con fuerza y me abracé a aquel tazón de palomitas que ahora me revolvían el estómago. El pecho me dolía, los ojos se me cubrían de lágrimas que me esmeré en contener. Nunca había sido un niño de llorar por cualquier cosa. Una vez me quebré el brazo jugando a la pelota. No lloré, ni siquiera cuando me llevaron a urgencias y el médico tuvo que reajustar el brazo en su lugar.

No solté una sola lágrima entonces.

Hasta que otro ruido me hizo abrir los ojos de golpe. Reconocía ese ruido hasta en mis sueños. Porque, de hecho, había soñado muchas noches con él. Sabía de dónde provenía. Y peor aún, sabía quién lo había causado.

Inmediatamente, el tazón resbaló de mis manos y las palomitas se esparcieron por todo el suelo. Entré en la sala para comprobar qué había sido aquél atrueno. Sus ojos cayeron sobre mí. Eran de un color gris tan profundo que apenas podía visualizarme dentro de ellos.

Sus manos parecían haberse atorado en la cara de mi madre. Sus dedos marcaban gruesas líneas rojas sobre su pálida piel. Ella trataba de liberarse, pero sus movimientos eran débiles y torpes. Su rostro cubierto de lágrimas me escoció el pecho una vez más.




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