Tentación Irresistible

21|El Amanecer.

Justin

 

Justin.

El atisbo del amanecer se alza desde el horizonte.

Todavía sigue lo suficientemente oscuro como para levantarse, pero un recuerdo martillea en mi cabeza al despegar mis párpados. Se siente tan vivo que por un segundo alucino que se repite el instante.

Ese instante.

El mismo en el que vi a mi padre marchándose ese día.

Trago el bulto que se forma en la parte posterior de mi garganta, y me froto la cara para quitarme los rastros de sueño que aún albergo en mi sistema. Entonces, resbalo la mirada a mi lado y la veo. Lotty sigue dormida junto a mí. Se ha puesto mi camisa a mitad de la noche, asumo que le ha entrado una oleada de frío. Su mejilla descansa sobre sus manos bajo la cabeza. Observo su cara, sus músculos relajados y la apariencia tan suave de su piel.

Me transmite tanta paz verla dormir. Sustrae un poco de mi mierda.

Y no puedo evitar ser invadido por una corriente de culpa. Ella luce con tanta tranquilidad que no quiero arruinar eso. No quiero quitarle su felicidad con mis malditos problemas. Con toda la mierda que arrastro de mi historia.

Maldito John.

Maldito James.

Maldito Justin.

¿Qué demonios estoy haciendo? ¿A caso no me doy cuenta del caos que causo a dondequiera que me muevo?

Aplasto lo que toco. Marchito lo que veo. Hiero sin darme cuenta.

No me importaría herir a cualquier otra persona. Pero a ella no. No lo merece. Ha estado por mucha mierda también. ¿Para qué demonios sumarle más?

Humedezco mis labios y la miro de nuevo. Sé que no lleva nada además de mi camiseta sobre su cuerpo. Me tiembla el estómago. Anoche fue algo maravilloso. Se enterró bajo mi piel para siempre. Nunca olvidaría lo que sucedió entre nosotros. Fue un rayito de luz en medio de una tormenta que no parecía tener final.

Ella era tan hermosa.

¡Dios! Ella era perfecta. Todo por lo que un hombre mataría. Y yo lo había conseguido casi sin esfuerzo. Ansiaba besar cada centímetro de su cuerpo y lo hice. Soñaba con experimentar la sensación de convertirnos en una sola alma, ambas consumidas por lo que sentimos.

Me separo con cuidado, temiendo despertarla. No quiero despertarla todavía y que este momento se acabe. Al ponerme de pie, me sacudo la arena de los hombros y salgo del toldo. El aire frío se mete por debajo de mi piel, pero lo ignoro. El océano se alza justo en frente de mí demostrándome que es más grande que todos nosotros. Camino hacia la orilla. No veo a nadie deambulando a vísperas del amanecer.

Las espumosas olitas se quiebran contra mis piernas. Me siento justo en esa línea imaginaria que el agua apenas consigue alcanzar. La arena se siente fría bajo mi cuerpo. El sol saldrá en unos cuantos minutos, y quiero verlo. Todavía tengo mucha mierda en la cabeza en qué pensar. Pero, por ahora, solo quiero clavar mi culo en la arena y ver el alba. Ya me enfocaré en el mañana.

Ya tendré tiempo de pensar en el maldito de John, o en las mentiras de David, o en qué coño haré cuando deba enfrentarme a ello.

Estoy muy cansado ahora mismo.

—Te has despertado temprano —dice alguien a mi espalda.

Ladeo la cabeza para ver a sus centellantes ojos azules y melena rubia acercándose.

—No tenía mucho sueño.

—Ya veo. Eres todo un búho madrugador. —Se ríe y se acurruca a mi lado. Sigue ataviando mi camiseta que le queda bastante holgada, pero se las apaña para que el aire no se meta dentro de ella.

La miro por unos segundos. Ella clava sus ojos justo sobre el punto exacto en el que el sol saldrá en cualquier momento.

—¿Te sientes bien? —le pregunto.

Ella asiente. Una leve sonrisa se esboza en sus labios.

—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?

—Pues... anoche fue muy salvaje —le recuerdo. Una sonrisita juguetona se apodera de mis labios.

Noto el rubor que inunda su cara.

—¿Ah sí? No lo recuerdo.

—¿No lo recuerdas?

—Nop. —Niega, dignándose a mirarme por primera vez desde que se sentó en la arena. Veo a sus labios estirarse ligeramente.

Estiro el brazo y tiro de su camisa. Mi camisa.

—¿A caso quieres que te lo recuerde? —cuestiono, inclinándome hacia ella para que nuestras caras se encuentren más cerca. Sus ojos no paran de mirarme, tan brillantes como nunca. El rubor en sus mejillas le asienta tan bien.

—No lo sé. ¿Deberías recordármelo?

—No lo sé. ¿Quieres que lo haga?

—Pues...

Presiono mis labios sobre su hombro, y le sonrío.

—No juegues conmigo.

—No lo estoy.

—Lo estás. ¿Cómo es posible que no recuerdas nuestra frenética noche de pasión y lujuria?

—¡Justin! —chilla, atinándome un golpecito en el pecho desnudo. Sus dedos se detienen sobre mi clavícula, y sus ojos se ahogan en los míos. Mierda. Nunca me había sentido tan atraído hacia alguien como con ella. Ni siquiera a Max cuando el Justin puberal le tenía muchas ganas.

Sus mullidos labios rosados me tientan de robarle un beso justo a minutos antes de atestiguar la primera luz del día.

Y no me contengo.

Ella atrapa mi beso separando sus lindos labios para mí. Voy suave y sin prisas, saboreando ese tinte dulzón de su boca. No podría hastiarme de ella ni que me lo proponga. Es adictiva la forma en la que nuestros labios parecen amoldarse a la perfección. Lo malditamente bien que se sienten nuestros cuerpos al rozarse. Las sensaciones que flotan a nuestro alrededor y nos apresan sin titubear.




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