Justin.
En el momento en el que nuestros labios se encuentran sé que no podré echar marcha atrás. He estado ansiando este momento durante toda la noche. Ella despierta cosas en mí que nunca antes alguien había provocado. Consideraba que tenía un control suficiente de mis emociones, pero cuando ella está merodeando a mí alrededor, es imposible pensar con claridad.
Su boca se siente tan bien. Jodidamente bien. Sus labios son tan suaves y carnosos, y los amo. Ella es delicada, pero hay una sombra de fuego detrás de cada uno de sus toques. Sus piernas envolviendo mi cintura envías oleadas de calor por todo mi cuerpo. Su lengua encuentra la mía y comienza a enfrentarme. Pequeños jadeos escapan de su boca cuando mordisqueo su labio inferior.
Nos conduzco inmersos en la tenue luz a través de la sala, hasta que mis rodillas se tropiezan con el bordillo del mueble y la deposito sobre él con cuidado de hacerle daño. Ella se ríe, pero no deja de besarme. Sus delgados brazos siguen aferrados a mis hombros.
—Oye, cuidado.
—Eso intento —le digo, besando sus labios otra vez.
Ella se acomoda en el mueble y me subo encima, trepando entre sus piernas hasta alcanzar su cara. Mi boca se pierde su cuello, donde comienzo a dejar besos húmedos y calientes. Su cuello se estira dándome más espacio. Siento a sus dedos enterrándose en mi cabello mientras me pierdo en la deliciosa y suave piel de su cuello.
Presiono mis labios por su clavícula y bajo hasta el cuello de su suéter. Observo la tela delgada que cubre sus pezones erectos, implorando por un poco de atención. Le lanzo una mirada mientras hundo mi dedo por el escote y ella jadea. Lo meto dentro y me encuentro con su pecho desnudo. No lleva brasier y eso me roba una sonrisa.
Hum... niña mala.
Me gusta.
—¿Por qué no llevas brasier? —le pregunto en un susurro ronco.
Ella apenas consigue tranquilizar su respiración para responderme.
—Porque tenía un abrigo gigante. Nadie vería mis bubis. O eso se supone.
—Se suponía —le corrijo su pequeño error—. Bueno, tu plan te ha salido mal, supongo.
Su sonrisa se asoma.
—¿Ah sí?
—Hum ja. —balbuceo antes de meter mi mano y tomar su pecho con descaro.
Noto el rubor que enciende sus mejillas y me causa ternura. Pero también afloja los nudos que han comenzado a formarse en mi vientre. Los músculos de mi abdomen se tensan y se contraen con fuerza. Dios... necesito sentirla ya.
Decido saltarme la tortura y sacarle el suéter. Lo lanzo al suelo y veo sus pezones frente a mi cara. Duros y rosados. Los rodeo con mis manos, masajeándolos y la escucho respirar entre los dientes. No sabe cuánto me pone escucharla jadeando. Llevo mis labios a uno de sus pechos y lo meto en mi boca. Ella arquea la espalda, empujándose contra mi boca. Mientras mis labios se ciernen alrededor de su sensible piel, uso mi mano para apretujar su otro pecho y mantengo mis movimientos hasta que su respiración y sus jadeos inundan la estancia entera.
Muevo mi boca a su otro pecho y mantengo el ritmo.
Todavía sin dejar de besarla, deslizo una mano hasta sus pantalones. La tela es suave y flexible, por lo que no tardo en atravesar el elástico y hundirme entre sus piernas.
Ella gime con fuerza, y abre los ojos al tope, mirándome con un brillo cadencioso y desesperado.
Su centro está tan húmedo que puedo sentir la sangre bombeando por mi pene, endureciéndolo. Respiro con dificultad, y deslizo un dedo entre sus labios, humedeciéndome en su calidez. Sus dientes enganchan su labio, y tira de mi cabello con fuerza.
—Estás tan mojada... —mascullo.
Y empujo mi dedo dentro de ella arrebatándole un gritito.
—Se siente tan...
—¿Cómo se siente, nena? —le exijo—. Dime cómo se siente tenerme dentro de ti.
Meto otro dedo y comienzo a acariciar sus paredes con movimientos oscilatorios.
—Hum... bien.
—Quiero verte —le digo. Saco mis dedos de su pantalón, me siento sobre mis talones y me aclaro la garganta—. Tócate para mí.
Su respiración sale como un silbido de sus labios. Tiene la boca entre abierta y atestiguo sus labios hinchados.
—Justin... —Entonces, sus manos caen sobre el botón de su pantalón.
Comienza a sacárselo y la ayudo. Queda en bragas frente a mí y sus pezones se alzan. Se rueda en el mueble para estar más cómoda y me sostiene la mirada cuando juguetea con el elástico de sus bragas. Su índice juega con el bordillo mientras que sus otros dedos acarician la humedad por encima de la tela rosada. Toma aire a través de los labios y hunde sus dedos hacia ella.
Me quito la camiseta cuando empiezo a sudar mientras no le quito los ojos de encima. Su mirada azulada refulge con un brillo sensual y tentativo. Se muerde el labio al empezar a mover sus dedos dentro de ella.
Mierda... debería detenerla.
Algo comienza a molestarme en los pantalones, y veo mi erección luchando para sobrepasar la tela. Aterrizo mi mano sobre mi pene, y masajeo por encima de la gruesa tela de mis vaqueros sin dejar de mirarla.
Ella arquea la espalda y aprieto más fuerte perdiéndome entre sus pechos, moviéndose de arriba abajo al igual que su mano. El calor me inunda de pies a cabeza, y la lujuria apenas me permite respirar o ver con claridad.
—Justin... creo que... —jadea.
—¿Vas a venirte?
Asiente, sin dejar de darse placer y dármelo a mí.
—Sí.
—Resiste un poco más, nena —le suplico, enronquecido.