Tentación Irresistible

33| Pruebas.

 

Justin

Lotty

 

Esa noche alguien llamó a la cabaña donde me ahogaba en el fondo de mis propias lágrimas. Ni siquiera pensaba atender la llamada, pero el teléfono sonó durante quince minutos sin parar. El sonido no me dejaba lloriquear en silencio, así que me levanté del suelo, anduve hacia el salón sumido en la penumbra y descalcé el aparato.

Ni siquiera recuerdo quién habló del otro lado.

Pero en el momento en el que habló, todo se unió en un completo hilo para mí. La reacción de Justin hace una hora atrás. Su mirada naufragando en aguas turbias. El modo en el que parecía que le habían clavado una daga mortal en medio del pecho.

Todo. Todo cobraba sentido.

Esa noche murió la madre de Justin.

(...)

Nunca había vivido una noche tan fría como esta. Continúa nevando pero la lluvia ha apaciguado a medida que nos fuimos alejando de las montañas. Tengo una cobija gruesa enfundándome los hombros, hay un leve sonido que golpetea en la parte de atrás de la camioneta alzándose detrás del silencio. Miro los árboles que dejamos atrás y el cielo tan negro que parece un enorme hoyo negro tragándose la tierra.

Lana me ha ído a buscar a la cabaña luego de que la noticia se corriera por la ciudad. Sigo demasiado conmocionada como para poder darme cuenta de lo que sucede a mí alrededor. Mi mente no hace otra cosa que pensar en Justin. Y cuando la camioneta aparca a una prudente distancia de la casa de Justin, no dudo dos veces antes de abrir la puerta y aventarme fuera.

El titileo de un par de luces rojas y azules me aturde. Camino despacio a través de la calzada, acercándome. Hay alrededor de dos patrullas policiales, otro par de vehículos, una cinta amarilla que bordea el perímetro impidiendo que nadie pase más allá. Y luego lo veo, Justin está sentado en el último peldaño de la casa, con las rodillas flexionadas y la cabeza entre las manos.

Mirarlo no hace más que transportarme de vuelta a la dura conversación que tuvimos en la cabaña. Era complicado, nunca me convencí de que sería lo contrario. Y tiene razón, Justin siempre fue la clase de chicos que temí dejar entrar a mi vida. Pensé que su cabeza no daba para otra cosa que jugar con las chicas y burlarse en los vestidores de todas los pasatiempos que ha tenido.

Pero me equivoqué.

Justin Brandon no es como los chicos que temí enamorarme.

Es algo más. Es todo lo que no sabía que necesitaba hasta que estuvimos juntos.

Y que ahora, no sé cómo dejarlo ir.

Avanzo con el corazón hecho un puño y conteniendo las lágrimas que me produce la escena. Pequeños copos de nieve viajan hasta estrellarse en mis hombros. Miro a los policías, a los cuales dejo atrás ignorando sus voces para sacarme del lugar. Recorro el sendero de grava bajo mis pies, ahora ahogado en una gruesa capa blanca, y me dejo caer a su lado.

No rompo el silencio. A veces, hablar no es la única herramienta que puedes usar para ayudar a alguien.

A veces el silencio es el mejor remedio.

Ajusto la cobija sobre mis hombros y me dedico a observar el ambiente. Nunca me esperé una situación como esta el día de navidad. Hay vecinos husmeando por sus ventanas y otros que fingen conversar con la policía para echar más de un vistazo.

Hasta que finalmente, le escucho hablar. Su voz me rasga el pecho por la mitad.

—No deberías estar aquí. —Es lo único que dice.

Asiento.

—Tu tampoco.

Y el silencio regresa. Entonces, mis ojos resbalan sobre Justin. Veo sus manos cubiertas de manchas rojas al igual que su suéter. Me tiembla el pecho y debo usar toda la fuerza dentro de mí para no echarme a llorar como una niña. No necesita otra nube tormentosa sobre su hombro.

Justin saca la cabeza entre las manos y registro un par de lágrimas secas en sus párpados. Sus ojos se ven del gris más claro que haya visto jamás.

—Nunca creí que la vería morir —dice con la voz suave. Parece cansado de pelearse consigo mismo. Toma una profunda bocanada de aire que deja ir como una nube de humo fuera de su boca—. Siempre creí que yo moriría primero.

—Pero... estás vivo.

Justin asiente con lentitud. Como si asimilar aquellas palabras supusiesen el mayor esfuerzo de su vida.

—Sí. Lo estoy...

—Justin. —Intento tocarlo, pero se aleja un poco y niega. Está cubierto de sangre. Tiene un par de rasguños en el costado de su cara—. ¿Por qué no me dijiste? —Es lo único que pregunto.

—¿Decirte qué, Lotty? —Noto el modo en el que presiona la mandíbula como si quisiera desencajarla—. ¿Cómo esperabas que te dijera que un maldito enfermo estaba presionándome para regresar a casa y poder matarme y que mi madre se metería en el medio para evitarlo?

Sus palabras me arrancan un par de lágrimas.

¿Su madre... lo salvó?

—Yo solo la vi morir. La sostuve entre mis brazos mientras la sangre salía fuera de su cuerpo y su alma me abandonaba. Me pidió perdón por no haber sido una buena madre, pero ¿sabes? —Me mira con una sonrisa tan real que duele—. En ese momento, mientras la perdía, me di cuenta de que he estado enojado con ella por no haber hecho nada durante mucho tiempo. Que la culpaba por todas esas noches oscuras. Pero nunca me puse a pensar en lo que sí hizo por mí. En los momentos en los que me sacaba una sonrisa por la cosa más absurda que era capaz de decir. Porque su sueño frustrado era ser chef pero se le quemaba hasta la leche. Porque quería tantas cosas y tenía tantas ganas de vivir, porque nunca dejó que nadie aplastara esa chispa en ella. Y... suena tonto, pero mientras la perdía, me di cuenta que siempre fui un idiota que no valoró lo poco que pudo darme. Lo mucho que me hizo feliz. Y todo lo que sucedió en medio dejó de tener tanto peso.




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