Justin
Estar en casa nunca se había sentido más gris.
Cuando era niño, a duras penas dormía en mi habitación. Cada vez que tenía la oportunidad de escaparme de esas paredes pintadas de verde, lo hacía sin mirar atrás. Siempre que colocaba el pie sobre el alfeizar de la ventana, me detenía un momento, miraba sobre mi hombro y pensaba en mi madre. Y en todo lo que podría acontecer en mi ausencia.
Sucedió lo mismo cuando acepté ir a Boston. Puedo recordar el día en el que recibí el mail de aceptación para la universidad de Tuft. Lo escondí en mi chaqueta y cuando volví de entrenar, encontré a mi madre con un pastel chamuscado en la mesa y dos vasos con té helado. Nunca la vi tan feliz antes. Estaba orgullosa de todo lo que había logrado y no dejó de recalcármelo durante ningún instante de esa noche.
—¡Tienes que ir, Justin! ¡Oportunidades como esta ocurren una sola vez en la vida!
—No lo sé, ma... ¿qué pasará contigo? No puedo dejarte aquí, sola.
—Claro que no estoy sola. La vecina Berta me trae pastel de papa todos los viernes. ¿Ves? No estoy sola.
—La vecina Berta te cobra a fin del mes por el pastel de papa, mamá. Además... no sé si me gustaría pasarme el resto de mi vida jugando en un equipo.
—No digas tonterías, Justin. Este es solo el principio del gran trampolín que te llevará hasta el cielo. Es tu salida. Esa que has estado buscando para escapar de aquí desde que empezaste a caminar.
—Y... ¿tú qué harás?
—Ser feliz.
—¿Y cómo lo harás?
—Viéndote triunfar. Tu felicidad es todo lo que me importa. Es todo lo que me llena. Es por lo que vivo y respiro. Así que... ¿por qué no mejor vamos a hacer tus valijas?
—Ni siquiera tengo una.
—Vamos por una, entonces.
—Pero...
—Tómalo como mi primer regalo.
Termino de meter un montón de artilugios que nunca usamos dentro de las bolsas negras y echo a andar a través del pasillo. Sin embargo, al pasar por la habitación de mi madre, no puedo evitar detenerme. Hay una luz que se cuela entre las rendijas de la ventanilla. La puerta está entreabierta y se me oprime el pecho cuando dejo caer la mano sobre el picaporte y la empujo.
Me quedo estático en el umbral. Indeciso entre entrar y darme la vuelta. No he entrado desde que me fui de casa a esta parte de la casa. Pero huele a su perfume favorito de lavanda y el aire se siente ligero y fresco. Tomo una profunda bocanada de aire y barro el lugar entero con la mirada. Observo su cama prolijamente ordenada. Su peinador con un montón de ligas para el cabello, accesorios y pulseras hechas a mano.
Ella no está aquí.
Pero todo está como si lo estuviese. Una parte de ella, en efecto, se quedó atrapada en esta habitación. Miro las fotografías colgadas en su pared. Un montón de flores. Un par de la luna. Y la mayoría de ellas, de nosotros dos. Me tiembla el labio cuando descuelgo una y la acaricio bajo mis dedos. Una sonrisa se aferra a mis labios cuando veo su sonrisa. Tan brillante y llena de luz.
Esto es lo que siempre quiero recordar.
Es la parte que quiero llevarme de ella.
Es la razón por la que me fui.
Un crujido me hace levantar la cabeza de la foto. No necesito girarme para saber que se trata de Lotty. Ha venido muy temprano a ayudarme a guardar todas las cosas para luego llevarlas a una bodega. No tiene sentido dejar que todas estas cosas se llenen de polvo. No es así como quiero que acaben las cosas que le pertenecían a mi madre.
—Qué linda sonrisa que tenía —comenta.
—La más hermosa de todas. —Sigo sin poder sacarle la mirada a la foto. Me tiemblan las manos mientras la sostengo. Dios... cómo la extraño.
—Te faltaba un diente.
Miro ese pequeño agujero en medio de mis dientes y me rio.
—Lo tenía flojo y acabé sacándomelo con una puerta. Nunca había sangrado tanto como esa noche.
La miro y noto sus brillantes ojos azules cautivados por la foto. Tiene el pelo atado en un moño y el suéter lleno de polvo.
—¿Me la regalas? —inquiere, alzando los ojos hacia mí.
—¿Para burlarte de mi agujero?
Ella sonríe y niega.
—Porque este es el Justin que siempre quiero recordar. Ese que hace un millón de travesuras. El que se mete en cada problema pero su sonrisa es tan linda que siempre sale ileso. Ese que... siempre está dispuesto a intentarlo todo una y otra vez. —Me quita la foto de las manos y la acaricia—. El Justin que me enseñó que la vida es más de lo que las demás personas te dicen que es.
Una sonrisa me atraviesa la cara y una sensación de descarga se apodera de mi cuerpo. Ella siempre hace que mis días grises dejen de serlo. Siempre sabe cómo hacerme regresar a mi carril cuando más perdido me siento.
Es ese faro al que te aferras en medio de la marea más turbulenta y sientes que naufragas, pero esa luz te llena de esperanza.
—Es toda tuya —le digo—. Pero tú tienes que conseguirme tu foto más vergonzosa a cambio.
—¿Por qué mierda te quieres reír de mí?
—Porque eres graciosa. Y una nerd. Y también muy torpe.
Ella arruga la nariz y me aplasta con su mirada.
—No eres gracioso.