Los tres sintieron un escalofrío recorrerles la espalda hasta las piernas.
Siegfried fue el primero en reaccionar: se colocó delante de todos, protegiendo el cuerpo inmóvil de Hiro.
Roan, por su parte, levantó del suelo una roca afilada y la apuntó hacia donde creía que estaba el origen de la voz.
—¿En serio, Roan? ¿Le vas a dar con una piedra hasta que se rinda? —murmuró Peter.
—Cállate, al menos intento defendernos —le lanzó una mirada retandolo —. No como tú, que ni sabes lo que haces.
—¿No harán nada por su compañero? —retumbó la voz desconocida, resonando desde algún punto en el cielo, o ¿quizás en sus mentes?—. Lo necesitarán... la exploradora ya viene. Y está sobre ustedes...
—¡Muéstrate, no te tengo miedo! —gritó Roan, sacudiendo su improvisada arma.
Pero la voz ya no respondió.
El cielo crujió como cristal y fueron expulsados violentamente del plano anterior.
Ahora, sobre ellos flotaba un platillo plateado con detalles rosados.
Y desde el centro descendía... eso.
—Hi, soy Dora.
—Y yo... Boots .
Una quimera deformada, mitad mono y mitad humano, descendía con dificultad. Cada cabeza hablaba por separado.
—¿Les gustan los juegos? —preguntó la cabeza humana, con una sonrisa congelada y ojos vacíos.
Silencio.
El grupo apenas se atrevía a respirar.
Aquella criatura no podía verlos… pero escuchaba incluso el susurro del viento.
—Hoy tendremos un picnic en el desierto —dijo la cabeza humana, con tono alegre.
—Vamos, amigos. Haremos sándwiches, empanadas y cóctel de frutas —añadió la cabeza de mono, olfateando el aire.
—¿Les gustaría saber cuál es mi comida favorita...? —preguntó con una pausa dramática.
—USTEDES — rugieron ambos al unísono, lanzándose hacia su dirección.
Siegfried tomó la iniciativa, clavando su espada en el suelo.
—¡Bastión del verso final!
Un domo dorado envolvió a Peter y a Hiro. Siegfried cerró los ojos, recitando una oración muda.
—Lady Eitav, lamento pedirlo, pero... necesito que intervenga. No podré usar capacidades ofensivas.
Roan, que estaba escudada detrás de Hiro, asintió emocionada. —Pensé que nunca lo pedirías.
Se incorporó extendiendo una mano al frente y aclarando su voz invocó una antigua fábula de su mundo... — Dragón
Pero nada ocurrió.
En su lugar, una lanza oxidada emergió del aire y se incrustó brutalmente en su abdomen.
Siegfried giró, pero fue demasiado tarde: su concentración se rompió.
—¡Siegfried, detrás...! —gritó Peter.
Y la cabeza de Hiro cayó rodando.
Roan, al borde de la inconsciencia, pensó vagamente en los mangas que le había robado a Hiro.
— Esto no puede terminar aquí… — dijo con dificultad.
Una masa naranja emergió de su cuerpo. Flamas plasmáticas dibujaron orejas de zorro sobre su cabeza y nueve colas se desplegaron tras ella.
—¡Oh no! ¡Alguien quiere poner las cosas difíciles! —rió la quimera con voz disonante.
—¡Digan conmigo! ♪♪♪ Mochila, mochila ♪♪♪ —entonó la otra cabeza mientras un enorme saco vomitaba otra oleada de espadas flotantes que terminaron incrustadas en todo el cuerpo de Roan.
—¡Princesa! —Siegfried extendió una mano hacia ella para curar sus heridas. Luego sin perder la calma le dio instrucciones a Peter. — Sir Williams, la cantidad de Eark en este mundo es deficiente, con mi última energía le daré un impulso de velocidad. Salga de aquí. Aunque no estemos, sé que usted... puede arreglar esto.
El escudo se desvaneció.
Siegfried invocó su poder restante.
Y mientras lo hacía, ambas cabezas entonaban con voz infantil y dulzura asesina:
—Vamos, come on, vamos todos allá… manos a la obra… en una sola maniobra...
Y una daga se clavó en su garganta.
Siegfried cayó de rodillas sujetandose desesperadamente la herida en la garganta.
—Sir… —dijo con la voz quebrada, escupiendo sangre.
Peter no podía dejar de temblar.
—Tú debes de ser el que nuestro señor nos mandó a buscar —dijo la cabeza femenina, sus ojos sin pupilas.
—Es una pena. Él no quiere que te matemos, no podremos terminar de jugar —añadió su contraparte simiesca, soltando una lágrima.
Ambas cabezas se acercaban.
Peter retrocedió, cayendo de sentón, arrastrándose entre rocas.
Y entonces lo vio.
Entre sus dedos… un hilo fino, invisible, casi etéreo.
Estaba conectado a una escena: Roan detrás de Hiro.
El hilo vibraba.
Lo atraía.
Pero el dolor… el solo rozarlo era inhumano.
Peter no lo pensó. Eran sus vidas… a un bajo precio.
Tiró.
Soltó un grito desgarrador. Sintió cómo los tendones del índice y anular se reventaban y vio cómo sus dedos se doblaron hacia atrás grotescamente. Luego su mente fue jalada hacia atrás.
—¡¿Por qué estás gritando?! —Le reclamo en voz baja a Peter — hala madre, ¿Qué te pasó en la mano?!
—¡Cállate! ¡Va a notarnos! — dijo Peter en voz alta mientras sujetaba con fuerza sus dedos sangrantes.
Pero ya era tarde, la exploradora los escuchó.
La criatura sonrió perversamente mientras cargaba de nuevo.
Siegfried clavó su espada y el escudo dorado resplandecía nuevamente.
Peter lo entendió: Había vuelto, había tirado una cuerda del destino. Pero no estaba rebobinando el tiempo, había enviado su conciencia a un punto establecido del pasado. Un suceso previo a la muerte de sus compañeros, uno conectado al hilo..
—Lady Eitav —menciono Siegfried—, necesito que intervenga.
—Ughh esto es culpa tuya— Roan miró hacia Peter. Iba a invocar su habilidad, pero esta vez él la detuvo.
—¡Espera! ¡No uses nada de tu planeta! Usa lo que aprendiste leyendo los mangas de Hiro.
—¿Qué...? ¿Cómo sabes que yo...?
—¡Solo hazlo!
Roan dudó. Luego cerró los ojos.
Y canalizó.
Una fuerza distinta sacudió el valle.
Su vestido jade se volvió negro, luego blanco rojizo.
Dos espadas aparecieron en sus manos: una larga y una corta.
Un cuerno dorado sobresalía de su frente.
Y en su voz, una sola frase resonó con dramatismo: