Teorema de lo absurdo

Apéndice 2A: Relatos del Limbo by Minna: La hermosa esposa del rey.

Bienvenidos, amiguitos. El plan original para el día de hoy era publicar un blog con una lista de los destinos más populares solicitados en la agencia de reencarnación, pero hubo un pequeño giro de prioridades: justo ahora comenzará la adaptación live action de una de mis historias favoritas. Y sí, antes de que pregunten, vendí algunos de los derechos de los libros que han llegado hasta esta Biblioteca (de alguna manera hay que financiar las reformas del Limbo, ¿no?).
Hoy se estrena uno de esos relatos transformados en espectáculo audiovisual.
Sinceramente espero que el protagonista sea interpretado por Channing Tatum. O algún otro chikibeibi.

El archivo que verán a continuación es un registro originario de Laniakea. Su clasificación ha sido confirmada como: Histórica.
Veamos de qué se trata.

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Los días en Laniakea transcurrían con la serenidad de un reino aún joven, donde la aparente paz escondía desigualdades sociales. En el núcleo del territorio vivían los nobles —duques, condes, vizcondes y demás títulos que servían más como adorno que como mérito—, todos ellos pertenecientes a un linaje de piel pálida, vestidos con telas brillantes y joyas ostentosas, transportados en carruajes tan rimbombantes que temblaban al menor bache.

Abajo, sin embargo —y por “abajo” entiéndase en todos los sentidos posibles—, se encontraban los verdaderos habitantes de Laniakea: la gentuza, osea los pobres. Pobres no solo en recursos, sino también en espíritu, en representación y en apariencia. Porque sí, si eres feo tu estatus social cae estrepitosamente.

En medio de esa región olvidada, marcada por la tierra arida, los platos rotos y la esperanza perdida, nació una niña cuya belleza no correspondía con su entorno. Demasiado hermosa para ese escenario pobre y miserable. Su nombre completo era María Belén, pero por su entorno barrial y el folclore oral que todo lo trastoca, la apodaron con ternura y resignación: María la del Barrio.

Desde los primeros años, algo en ella desentonaba con su entorno. Su belleza llamaba la atención no como virtud, sino como amenaza. Los vecinos cuchicheaban: “Es bruja”, decían, algunos con miedo, otros con envidia.

Su madre era una mujer de piel clara, con una belleza tan ausente como su sentido común. Su padre, en cambio, era un campesino humilde, de piel oscura como la noche sin luna, cuyo rostro solo se iluminaba cuando reía; y aún en la más cerrada penumbra, su sonrisa era un faro.

La vida de María fue difícil, y no solo por la pobreza material, sino por el peso de ser "demasiado hermosa" en un mundo que castiga lo extraordinario cuando nace en el lugar equivocado.

Con el tiempo, la familia se trasladó a un pueblo costero. Para evitar el acoso que su belleza generaba, decidieron cubrir su rostro con un velo azul marino. En este nuevo lugar, los lugareños comenzaron a llamarla Marimar, en honor a su abuela Claudia (aunque su verdadero nombre era Patricia, pero nadie osaba discutir con esa vieja loca que peleaba con el diablo en el cerro).

Marimar creció, y con los años comenzaron a surgir en ella conductas inquietantes: hablaba sola, leía yaoi a escondidas, desayunaba vasos de coca con yema de huevo, y entre una rutina y otra, lanzaba frases proféticas como pasatiempo.

Alarmados por estos síntomas poco ortodoxos, sus padres la llevaron al sacerdote del pueblo. Y este, al verla, sintió que algo se quebraba en su alma.

—Es demasiado bella para existir en este mundo —murmuró con un suspiro, y tomó la decisión de adoptarla.

Así fue como Marimar pasó a vivir en una iglesia semiderruida, cuya arquitectura parecía diseñada por palomas con complejo de espiritu santo. Allí creció, entre ecos de salmos y gotas filtrándose del techo, hasta cumplir los dieciocho años. Fue entonces que su conexión con Dios se manifestó plenamente.

El sacerdote, conmovido, se apoyó en su bastón de roble y le dijo con voz temblorosa:

—Hija mía, esta iglesia es demasiado pequeña para alguien tan… tú.
Ve al reino. Busca al Gran Sacerdote. Dile que eres mi hija. Tal vez... haya un futuro para ti.

María, sin protestar, recogió lo poco que tenía: una maleta desvencijada, un par de sandalias rotas, y un mango a medio comer. Caminó durante quince minutos bajo el sol ardiente, lo que en su narrativa ya contaba como una “travesía épica”.

Al llegar a las puertas de la zona alta, vio a un joven montado en un corcel blanco. Él vestía un traje negro bordado en dorado que brillaba como el sol. Ella, en contraste, llevaba un vestido improvisado con costales reciclados, que aún olía a cebolla.

—¿Está usted perdida, mi lady? —preguntó el joven, con voz educada y mirada desconcertada.

Pero en María, el dramatismo era genética y esencia. Con una mezcla de indignación y dolor acumulado, respondió:

—¡Sí! ¡Soy pobre pero también soy hermosa y bella! ¡Soy humana y tengo sentimientos! ¡No me juzgue solo por mi apariencia!

Y sin mayor explicación, salió corriendo, dejando atrás su sandalia. El joven no entendió nada, pero supo algo con certeza: estaba perdidamente enamorado.

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María llegó al gran templo del Reino. Al cruzar sus puertas, una corriente de energía divina —Eark— la envolvió por completo. Entonces, vio.

Una visión se proyectó en su mente como una pintura quemándose desde adentro:

Gran Laniakea, tierra joven de un mundo en progreso,
llorá desconsolada porque tu fin está cerca.
Cuando los tres guardianes del cielo se alineen,
la noche rodeará a tu gente y devorará esta tierra.

Toda la población — tanto ricos, pobres y nobles — escuchó esa visión en simultáneo, como si la realidad se hubiera colado en sus oídos por la puerta trasera. María cayó inconsciente durante tres días.

Cuando despertó, ya no era la misma. Se había convertido en un símbolo, en una santa: María de Todos los Ángeles.



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En el texto hay: referencias, magia, ficcion

Editado: 03.09.2025

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