CAPÍTULO 10: ONE LIFE LEFT
—Peter Williams —dijo Mak-oh con ese tono que suena entre advertencia y coquetería—, ¿ya conociste al general?
Peter se detuvo. No porque no tuviera respuesta, sino porque en su cabeza las preguntas se aglomeraban.
—¿Tú sabes quién es el general?
—Claro que lo sé, cariño —sonrió con esa malicia suave que en ella nunca terminaba de ser inquietante—, pero hay detalles que no se deben decir… por el bien de la trama.
—Disculpa… ¿tú eres la novia del jefe? —Hiro se mantenía a prudente distancia, como si sus ojos vieran algo que los demás ignoraban: una luz que en Mak-oh parecía consumida por la oscuridad, con destellos que se apagaban en un pozo sin fondo.
—No lo sé, pero sé que quedarme junto a él me dará un glorioso final. Tanto a mí como a ustedes —respondió ella, y no se supo si sonaba como promesa o sentencia.
—Madame, usted tiene la capacidad de ver el futuro. ¿Acaso es un oráculo? —preguntó Siegfried, sintiendo en ella un Eark que le resultaba incómodamente familiar… el mismo que había poseído a María.
—No lo sé —repitió Mak-oh, con ese aire de quien vive en la frontera entre certeza y locura—. El destino no es fijo. Cada vez que cambia, una visión nueva me inunda la mente.
—¿Y qué más sabes? —preguntó Roan, que llevaba un rato hurgando en los escombros, metiendo en sus bolsillos lo que le llamaba la atención. Para ella, el mundo de Peter tenía una extraña familiaridad, como si lo hubiera visitado en sueños. —¡Mirá, estos pistachos están cerrados! Hoy cenaremos un manjar.
—Lo sé todo y, al mismo tiempo, no sé nada. Todo está desconectado —Mak-oh hizo un gesto de explosión cerca de su sien—. Además, hay una pantallita que me penaliza si hablo de más.
—¿Una pantalla? —Hiro frunció el ceño, enlazando ideas—. ¿También tienes un…?
Pero Roan interrumpió con un grito: —¡Hirooo, mira, ven!
Había llegado a las ruinas de una librería y sus ojos brillaban como si hubiese hallado un tesoro sagrado: un viejo reproductor de audio, varios mangas y cómics. Y así, sin más, la conversación cambió de carril.
El grupo continuó hacia Kioto. Peter caminaba unos pasos detrás, absorto, dándole vueltas a lo que acababa de pasar. El conflicto anterior había terminado y, de algún modo, había conseguido modificar el destino… pero aún no entendía del todo cómo. Y ahí estaba el otro peso: el hombre que lo seguía, “el general”. Podían volver a Japón y buscar el meteorito, pero la sensación era que, de alguna forma, se habían alejado más de su meta.
La formación era extraña: Siegfried al frente, firme como un paladín; Hiro detrás, medio escondido, casi como si fuera su escudero; Mak-oh caminando de forma errática, murmurando en voz dulce frases que sonaban peligrosas; y Roan, completamente abstraída, escuchando algo en el reproductor.
—Si hay problemas, solo llámalos… ¡TITANES! —canturreaba Roan en voz baja, moviendo la cabeza al ritmo.
—Desde su gran torre ven la acción… ¡TITANES!—
Siegfried la miró inexpresivamente, ni un solo músculo del rostro moviéndose, parecía desencanto .
Mak-oh aplaudía suavemente, cómo si observara a dos niños jugando en una plaza.
Hiro, en cambio…
—Cuando el mal nos quiere atacar… —entonó, exagerando la pose como si estuviera en un escenario invisible.
—¡Ya no temas, pues van a luchar! —respondió Roan, marcando el ritmo con una gracia innecesaria.
—¡El mundo necesita héroes hoooooy…!
—¡TITANES! —gritaron juntos.
Fue entonces que la atmósfera cambió. La saturación del entorno bajó, la luz se volvió más fría y el viento trajo un olor rancio, como carne podrida.
—¡Con superpoderes se unirán… TITANES! —continuaron, ajenos al cambio.
Peter los observaba con esa mezcla de pena ajena y verdadero miedo. Siegfried se detuvo. Su mano buscó la empuñadura de la espada. Peter lo entendió de inmediato: algo venía.
—¡No hay villano que pueda ganar! ¡TITANES! —Roan simulaba disparar un arma invisible.
—No se detienen en su misión —Hiro se pegó a ella, siguiendo una coreografía improvisada.
—¡Pues es un mundo fuera de controooool! —alzaron la voz juntos.
—¡TITANES!
Roan se desafinó de golpe, captando la gravedad de la situación. Hiro aún soltó el remate:
—¡1, 2, 3, 4… TITANE-UAAAAA! —y el grito se le quebró.
Mak-oh aplaudía, fascinada por el espectáculo, pero alrededor de ellos ya emergía un círculo de seres espectrales: cuerpos etéreos, rostros sin rasgos, hoces flotantes, y en cada frente un orbe oscuro con destellos azules que latían como corazones condenados.
—Por los dioses… ¿qué son esas cosas? —preguntó Siegfried.
—Son Laurita y sus amigas —respondió Peter, sarcástico—. Les encanta la carne fresca y drenar la voluntad. Seguro vienen de alguno de sus malditos mundos podridos. —Se inclinó, se llevó las manos a las rodillas, soltando un suspiro que se volvió lloriqueo—. Acabamos de salir de una, ¿por qué me odia tanto el universo?
—Parecen Demento… —intentó Hiro, pero un silbido agudo censuró la referencia para evitar infracción de derechos de autor.
—Se llaman Espectrones —corrigió Mak-oh con entusiasmo—. Se alimentan de emociones humanas, especialmente optimistas, y bombardean con recuerdos crueles a sus víctimas antes de decorarlas.
—Tenía que ser Roan… —bufó Peter.
—¡Ora, cómo que yo! —replicó ella, mientras el grupo cerraba formación.
—¿Sieg, qué podríamos hacer? —preguntó Peter.
—Si son espectros, puedo intentar magia sagrada.
—Puede funcionar. Los ataques físicos no les sirven —añadió Mak-oh, creando dos cimitarras blancas flotantes—. Puedes contar conmigo… todo sea por proteger a mi precioso —susurró.
Siegfried avanzó, clavó su espada en el suelo. Mak-oh cargó las cuchillas. Una neblina espesa descendió sobre todos.
—Lágrimas de la Santa —entonó el rey sacerdote con dolor en sus palabras.
Un aura dorada envolvió al grupo, agudizando sentidos y fuerza. Los Espectrones se debilitaron.