Eran las 3 de la tarde y el nivel de energía en Bacan Company caía en picado, solo reanimado por la constante charla de Lisbeth. Estaba explicando a Adelina (quien fingía interés) su nueva teoría sobre por qué el color verde en los logos empresariales era un invento capitalista para generar falsas esperanzas de dinero.
De repente, una figura esbelta y atlética con un total look deportivo irrumpió en el piso ejecutivo. Era Astrid Manrique, la hermana de Alejandro, nadadora profesional, soltera empedernida, e igual de llamativa que su hermano gracias a los mismos hipnóticos ojos grises.
—¡Lisbeth! ¡Necesito terapia urgente! —declaró Astrid, sentándose sin invitación en la esquina del escritorio de la secretaria.
—Qué sorpresa, la Manrique menos productiva del clan. ¿Qué pasó? ¿El agua de la piscina estaba demasiado mojada? —respondió Lisbeth con su habitual sarcasmo, pero con una sonrisa genuina. A pesar de sus personalidades opuestas, Lisbeth y Astrid se habían hecho buenas amigas.
—¡Terminé con Ricardo! Duramos exactamente dos semanas, tres días y cuatro horas.
—Oh, ¿y ahora qué le encontraste? ¿Dejó la tapa del inodoro levantada? ¿O resultó ser fanático del reggaetón? —preguntó Adelina, sin dejar su teclado, ya familiarizada con el patrón de la Manrique.
—¡Peor! Resulta que no sabe respirar bien. Cuando duerme, hace una pausa tan larga entre cada respiración que me entra el pánico de que muera en medio de la noche. ¡Yo necesito un hombre ideal, Lisbeth! Uno que sea guapo, inteligente, que sepa nadar, que no respire como pez fuera del agua, ¡y que no tenga miedo de comprometerse!
Lisbeth se recostó en su silla, analizando a su amiga con los brazos cruzados.
—Astrid, mi amor, tú no tienes problemas para encontrar hombres; tienes problemas para retenerlos. No buscas un "hombre ideal", buscas un unicornio que brille, pague las cuentas, y que no tenga defectos. Mi consejo sin filtro: si vas a seguir buscando defectos, mejor quédate con tu piscina, que al menos ella te da lo que quieres sin pedir nada a cambio.
Mientras Lisbeth terminaba su discurso, el gerente financiero, Adrián Albán, un hombre bajito y no muy agraciado, casado e infeliz, se acercó al escritorio con un aire de superioridad artificial. Era conocido por ser un adulador y, sobre todo, un mujeriego lamentable.
—Buenos días, señoritas. Lisbeth, qué ingenio el tuyo. El Ingeniero Manrique está pidiendo un reporte que solo tú podrías hacer, de esas cifras que solo tu mente brillante de economista comprende.
Lisbeth le lanzó una mirada que podía congelar el Amazonas. —Oh, ¿ahora mi mente es "brillante"? Hace tres años me dijo que yo era una "contratación de caridad". ¿Necesitas un favor, Adrián? Porque tu adulación está tan poco disimulada como tu intento de cubrir tu calvicie con ese peine.
Adrián se ruborizó hasta la raíz de su poco cabello. Intentó reírse, pero sonó como un graznido. —¡Pero qué cosas dices, Lisbeth! Yo solo quería ofrecerte un café... fuera de la oficina... para hablar de esa brillantez tuya... y de unos bonos...
—Adrián, —Lisbeth se puso de pie, su expresión era seria por una fracción de segundo— la única cosa que vamos a discutir fuera de la oficina es tu presupuesto, y lo vamos a hacer en presencia de tu asistente, que es quien en realidad hace tu trabajo. Soy huérfana, crecí en un orfanato y soy una profesional becada. No tengo papá rico ni esposo, pero tengo principios, y no estoy en venta. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a hacer el trabajo que tú deberías estar haciendo.
Adrián se batió en retirada, totalmente humillado, sin poder quejarse formalmente, pues Lisbeth no había usado ninguna palabra soez, solo la verdad incómoda.
Grace, que había visto toda la escena desde su escritorio en RR.HH., levantó su teléfono para contarle a su vecina de cubículo.
—¡Vieron eso! ¡Lisbeth humilló a Adrián! ¡Creo que está enamorada del jefe y por eso no le da cuerda a nadie más!
Astrid miró a Lisbeth con admiración. —¡Wow! Eres brutal. Necesito que me enseñes a "despachar" a los hombres así.
Lisbeth se encogió de hombros. —Fácil. Siempre diles la verdad con una sonrisa y sin filtro. Ahora, volviendo a lo de respirar... ¿de verdad lo dejaste por su respiración? ¡Ay, Astrid! Tienes que enfocarte en los hombres que te hagan dejar de respirar a ti. Y créeme, por la forma en que tú y mi jefe se miran a veces... él podría ser uno de ellos.
Lisbeth y Adelina intercambiaron una mirada cómplice, dejando a Astrid pensativa sobre la posibilidad de que su hermano ogro pudiera estar siendo afectado por el huracán Lisbeth.
—Mañana en la noche, ¡vamos a la piscina a que me digas más verdades! —dijo Astrid, antes de despedirse con un abrazo.
Lisbeth sonrió y asintió. Se sentía satisfecha. Había logrado sobrevivir a otro día sin ser despedida, había humillado al mujeriego de la oficina, y le había dado un buen consejo a una de las hermanas del jefe. Sin duda, Bacan Company era un mejor lugar que cualquier casa.