Terapia De Crisis Para El Ceo

CAPÍTULO 4: LA TRINCHERA DEL AMOR Y LA BATALLA DE LOS ÁNGELES

Era un mediodía gris y agitado. Lisbeth había salido del corporativo Bacan Company para una supuesta reunión con un proveedor de servicios de catering (orden de Alejandro, que no confiaba en sus propios gustos), pero en realidad estaba usando la hora de almuerzo para buscar unas prendas en oferta que Adelina había visto en línea.

Mientras cruzaba una calle bulliciosa, vio una figura familiar sentada en un banco, con el rostro hundido entre las manos, a las puertas de un prestigioso hospital pediátrico. Era la Dra. Amelia Manrique, la hermana menor de Alejandro.

Amelia, la médica oncóloga pediatra, era conocida por su dedicación casi monacal a su trabajo. Rara vez mostraba debilidad, pero en ese momento, su compostura habitual se había desmoronado. Lisbeth, por un instante, olvidó su misión de shopping y se acercó con cautela.

—Doctora Manrique, ¿se perdió buscando un café sin azúcar?—preguntó Lisbeth, intentando aligerar el ambiente con una chispa de su humor habitual.

Amelia levantó la cabeza, y sus ojos estaban rojos e hinchados. Lisbeth notó que no eran los ojos grises calculadores de Alejandro, sino unos grises más profundos, cargados de dolor.

—Lisbeth. ¿Qué haces aquí? ¿Deberías estar en el corporativo haciendo la vida imposible a mi hermano?

—Ese es mi trabajo de tiempo completo, pero hoy tengo un permiso para causar problemas fuera de la oficina. Pero hablando en serio, no se ve bien. ¿Todo bien con sus "angelitos"?

Amelia soltó un sollozo ahogado, señalando hacia el hospital. —Perdimos a Matías. Tenía solo cinco años. Tres años luchando. Tres años de promesas. Y hoy... hoy se fue.

Lisbeth se sentó a su lado. El aire sarcástico de la oficina se evaporó. Lisbeth, la huérfana que creció sintiendo la pérdida desde muy joven, comprendía el desamparo.

Amelia, liberando la frustración acumulada, comenzó a hablar sobre su dolor, sobre la injusticia y sobre cómo eso había minado su fe en todo lo hermoso.

—Lisbeth, ¿sabes por qué no creo en el amor, en las promesas, en nada? Porque si existe un universo que permite que la inocencia muera de esta manera, ¿cómo voy a creer en una estupidez como "felices para siempre"? El amor es un contrato roto.

Lisbeth se quedó en silencio un momento. Luego, habló con una sinceridad inusual.

—Tiene razón, Doctora. Yo también crecí pensando que la vida era una serie de contratos rotos. Mi madre no pudo cumplir el de criarme, y el universo me dio un orfanato. Pero aquí está mi punto de vista, y se lo digo sin filtro, como a su hermano: usted no está en la trinchera equivocada.

Amelia la miró con curiosidad.

—Usted es una guerrera, Doctora. Y sí, perdió una batalla. Pero salvó la vida de veinte niños antes que él. Si no creyera en algo hermoso y poderoso, no lucharía con esa intensidad. Y no importa si un niño se va; importa que usted, con su amor, les dio más tiempo de vida, más sonrisas. El amor no es un contrato, es una guerra, y usted la pelea todos los días contra la muerte.

Lisbeth, de lengua afilada, le estaba dando una lección de vida a la médica que salvaba vidas.

—Yo soy huérfana, Amelia. Sé lo que es sentirse abandonada por el destino. Pero créame, ver a alguien luchar por la vida, como lo hace usted, me da más esperanza que cualquier saldo bancario. No cambie su corazón.

Amelia limpió sus lágrimas y se rió un poco, sorprendida por la profundidad inesperada de la secretaria de su hermano.

—Nunca pensé que la mujer que vuelve loco a mi hermano con sus "Lisbeladas" me daría una de las mejores lecciones que he recibido.

—Yo tampoco pensé que la médica sabelotodo que no sonríe me daría un motivo para no quejarme del tráfico. Su dolor es válido, Amelia, pero no lo convierta en un escudo contra la alegría. Mire lo positivo: al menos yo, en Bacan Company, solo tengo que luchar contra el ogro de su hermano y las proyecciones financieras erróneas de Adrián. Mis batallas son menos sangrientas.

Amelia sonrió sinceramente por primera vez en horas.

—Gracias, Lisbeth. Necesitaba ese... sarcasmo con alma. Por cierto, sobre mi hermano. ¿Por qué le gusta hacerlo enojar tanto?

Lisbeth se encogió de hombros, volviendo un poco a su personaje habitual.

—Porque es divertido. Y porque si no lo mantengo al borde del infarto, él no saca lo mejor de sí. Es mi forma de ser "útil", como dice Leonor.

Amelia rió más fuerte. —Tienes que venir a mi casa a cenar un día. Mis hermanos necesitan de tu perspectiva. Y mi madre, definitivamente.

—Será un honor. Pero no le diga a su hermano que estuve aquí dándole terapia gratuita, o me va a cobrar las horas de psiquiatra. Ahora, si me disculpa, debo volver antes de que el Ingeniero Manrique se dé cuenta de que la reunión de catering es una excusa para no verme.

Lisbeth se despidió con un golpe suave en el hombro de Amelia y se alejó. Se sintió extrañamente ligera. Ayudar a Amelia le había recordado que su ingenio y su honestidad podían ser algo más que herramientas de defensa o ataque.

En el hospital, Amelia se puso de pie, su dolor aún presente, pero su corazón menos pesado. La doctora se dio cuenta de que Lisbeth era mucho más que la secretaria insoportable de Alejandro. Entendió por qué, a pesar de todo, su hermano nunca la había despedido.



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En el texto hay: humor, oficina y enredos

Editado: 06.11.2025

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