Terapia De Crisis Para El Ceo

CAPÍTULO 5: LA CONFESIÓN EN CLASE TURISTA Y EL 'FILTRO CERO' DE LISBETH

El Ingeniero Alejandro Manrique, con su habitual aversión al drama, había decidido que el informe financiero de un importante start-up que Bacan Company planeaba adquirir no podía ser discutido por videoconferencia. Tenía que ser en persona. Y, en un acto de castigo o de masoquismo, decidió enviar a su secretaria ejecutiva, Lisbeth, como acompañante del Gerente Financiero, Adrián Albán.

—No confío en el criterio de Adrián para negociar los términos finales. Lisbeth, tú tienes el cerebro para economía y, aunque me duela admitirlo, la lengua más afilada para negociar. Asegúrate de que no nos estafen—le había dicho Alejandro.

Lisbeth y Adrián abordaron el vuelo en clase turista (cortesía de las políticas de austeridad del corporativo). Adrián, bajito y visiblemente incómodo, trataba de disimular su infelicidad matrimonial revisando nerviosamente las cifras.

—Lisbeth, ¿de verdad no pudiste convencer al Ingeniero de volar en business? Mi espalda no está para estos trotes —se quejó Adrián, ajustándose el cinturón.

—Adrián, si yo no pude convencerlo de darme un aumento en tres años, ¿cómo voy a convencerlo de que te dé un mejor asiento? Además, tú deberías estar feliz; así no tienes que gastar tanto en el regalo de aniversario que nunca le das a tu esposa.

Adrián suspiró profundamente. La combinación del confinamiento, la presión del trabajo y la brutal honestidad de Lisbeth logró romper su fachada. Dejó a un lado los papeles e intentó, patéticamente, iniciar una conversación íntima.

—¿Sabes qué, Lisbeth? Eres diferente. Eres la única mujer en la oficina que me dice la verdad. Mi esposa... bueno, ya no hablamos. Nuestro matrimonio es una fachada.

Lisbeth lo miró fijamente. —Eso ya lo sabíamos todos, Adrián. Grace ya ha contado en el departamento de RR.HH. la historia del anillo de compromiso que compraste en oferta. Pero no me digas que vienes a buscar simpatía aquí.

—No es simpatía. Es... consuelo. Estoy atrapado. Me siento solo. Y por eso... busco otras mujeres. No me entiendas mal, no soy un mal hombre.

—Alto ahí, Adrián. Filtro cero. —Lisbeth puso su mano sobre la de él para detenerlo, pero no de forma coqueta, sino con la autoridad de una maestra—. No eres un mal hombre; eres un hombre cobarde. Si tu matrimonio es infeliz, sé un adulto y arréglalo o termínalo. No uses a otras mujeres, ni a tu pobre esposa, como excusa para tu mediocridad. Tu infidelidad no es un síntoma de soledad; es una prueba de que prefieres la mentira a la honestidad.

Adrián se quedó mudo. No era la respuesta que esperaba. Esperaba compasión o, al menos, la oportunidad de un halago.

—¿Por qué eres tan brutalmente honesta?—murmuró él, sintiéndose pequeño en el asiento estrecho.

—Porque fui criada con la idea de que la verdad, aunque duela, es más barata que la mentira. Y para mí, la infidelidad es una inversión muy cara y estúpida. Te va a costar la paz, el dinero y la dignidad. Ahora, si vamos a hablar de números, hablemos de por qué en tu informe hay una discrepancia de $10,000 dólares. Eso sí es un problema que me quita el sueño.

Adrián se sintió doblemente humillado, pero extrañamente aliviado. Lisbeth lo había desarmado al llevar la conversación del drama emocional a la fría lógica financiera.

—Esos $10,000... es un error de cálculo. Me distraje. Es difícil concentrarse cuando mi vida personal está hecha un desastre.

—Tu vida personal es un desastre porque lo permites. Tienes un trabajo que te da de comer y un puesto que te respeta (aunque no te lo mereces). La diferencia entre tú y yo, Adrián, es que yo no tengo nada más que mi trabajo, mis becas, mi amiga Adelina y mi lengua afilada. Yo peleo mis batallas de frente. Tú te escondes en los faldones de la gente. Deja de usar a tu esposa como excusa para ser un mediocre en la oficina.

Lisbeth abrió los archivos de la adquisición y comenzó a señalar las fallas de Adrián con una precisión quirúrgica. En el fondo, no quería que Bacan Company perdiera dinero por la negligencia de un hombre infeliz. Ella había luchado demasiado para conseguir su puesto (aunque no fuera el que deseaba) como para que un mujeriego lo arruinara.

—Mira, Adrián. Los números no mienten, y yo tampoco. En lugar de fantasear con tu próxima aventura, concéntrate en esto. La adquisición depende de que corrijas este error. Y no se te ocurra incluir mis gastos de snacks en ese $10,000, porque te juro que le envío un correo a Alejandro con copia a la Sra. Génesis.

Al aterrizar, Adrián se sentía derrotado a nivel personal, pero sorprendentemente enfocado en lo laboral. Gracias a la presión y a la guía forzada de Lisbeth, lograron identificar y corregir el error financiero antes de la reunión con el start-up.

Lisbeth, por su parte, había demostrado una vez más que su agudeza mental como economista era su mayor activo, eclipsando su función de secretaria.

De vuelta en la oficina, Lisbeth le reportó a Alejandro el éxito de la negociación y, con una sonrisa maliciosa, solo mencionó:

—El informe de Adrián tenía un error de cálculo, pero ya está corregido. Y sí, el Ingeniero, creo que el pobre Adrián está al borde de una crisis nerviosa. Creo que necesita un aumento de sueldo, no, mejor dicho, unas vacaciones largas con su esposa.



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En el texto hay: humor, oficina y enredos

Editado: 16.11.2025

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