Terapia De Crisis Para El Ceo

CAPÍTULO 9: LA TERAPIA DE PISCINA Y EL RESCATE ANTIESCÁNDALO

Eran las 7:00 p.m. y Lisbeth estaba terminando un informe financiero urgente para Alejandro (el que Adrián no podía hacer) cuando recibió un mensaje frenético de Astrid Manrique: «¡S.O.S.! ¡Estoy en el club de natación! ¡Acabo de terminar con Ricardo, el casado! ¡Lo necesito para nadar, pero lo odio por estar casado! ¡Estoy al borde de un colapso público! ¡Ven ahora! Tu sarcasmo es mi única terapia. ¡Y trae donas!»

Lisbeth, aunque agotada, no podía ignorar un código de auxilio tan dramático. Se puso unos jeans y se dirigió al exclusivo club de natación. En la cafetería, encontró a Astrid, la nadadora profesional, con un aspecto sorprendentemente frágil y una bolsa de gimnasio lista para estallar de frustración.

—Lisbeth, llegaste. ¡Gracias a Dios! Acabo de darme cuenta de que soy una terrible persona. Salí con un hombre que me hacía "dejar de respirar" y ¡resultó ser el mejor amigo de Alejandro y el ex de la ex de Adrián! ¡Soy un cliché! —gimió Astrid.

—Astrid, mi amor, eres la versión Manrique del drama. Pero no eres una terrible persona; solo tienes una puntería horrible para los hombres. Es como si el universo te diera a elegir entre un millón de dólares o un puñado de arena, y tú eligieras el puñado de arena con un solo grano de oro.

—¡Ricardo es oro! ¡Y sí, está casado, pero su matrimonio ya era un desastre! —protestó Astrid.

—Todos dicen eso, Astrid. Si fuera un desastre, él ya se habría divorciado. El hecho de que te esté usando a ti como chaleco salvavidas de ego lo convierte en un cobarde, como Adrián. Tú no necesitas un cobarde, necesitas un hombre con agallas.

Astrid se quejó, pero sabía que Lisbeth tenía razón. El hombre en cuestión, Ricardo, entró en la cafetería, buscando a Astrid. Era alto, apuesto y desprendía el aire de un hombre que estaba acostumbrado a conseguir lo que quería. Al ver a Lisbeth, pareció incómodo, pues sabía de la relación cercana entre las hermanas Manrique y el huracán Lisbeth.

—Astrid, pensé que podríamos hablar... —dijo Ricardo, con una voz suave y seductora.

Lisbeth se interpuso en el camino con la frialdad de un témpano.

—Ricardo, ¿verdad? El amigo de Alejandro que usa a mi mejor amiga como un break de su matrimonio infeliz. Permítame darle un consejo de economista: el costo de oportunidad de salir con Astrid es demasiado alto para usted.

—¿Disculpa? ¿Y tú quién eres para...? —intentó replicar Ricardo.

—Soy la que va a evitar que Alejandro Manrique te rompa la cara cuando se entere de que estás usando a su hermana para una aventura barata. Y la que sabe que estás usando un dinero de dudosa procedencia en tus entrenamientos de golf. Mi jefa es Génesis de Márquez; yo investigo el valor real de las personas. Y, créeme, tu valor emocional y financiero es pésimo.

Lisbeth se inclinó, hablando en voz baja para evitar el escándalo público, pero con una intensidad que hizo retroceder a Ricardo.

—Si no quieres un escándalo que afecte tu imagen con Bacan Company (que, por cierto, es tu principal cliente de software), harás dos cosas: primero, le dices a Astrid ahora mismo que lo suyo fue un error. Y segundo, desapareces de su vista antes de que mi amiga Amelia tenga que recetarle un sedante. ¿Entendido, señor de valor pésimo?

Ricardo, al darse cuenta de que Lisbeth no tenía filtro y que el riesgo de que Alejandro se enterara era real, asintió, visiblemente derrotado.

—Astrid, yo... lo siento. Fue un error. Eres fantástica, pero esto no puede ser.

Astrid, aunque herida, sintió una punzada de alivio. Ricardo se fue rápidamente, dejando a las dos mujeres solas.

Astrid se echó a reír y a llorar al mismo tiempo. —¡Dios mío! Lo hiciste. Eres la mujer más cruel y más leal que conozco. ¿Por qué haces esto por mí?

—Porque eres la hermana de mi jefe, y él me estresa demasiado como para que sus hermanas sean un problema más. Y porque las mujeres debemos tener la decencia de darnos cuenta cuando nos están vendiendo una ilusión. Tú no eres una ilusión, Astrid. Eres la nadadora Manrique. Tienes que ser fuerte, no una víctima de un hombre cobarde.

Lisbeth se sentó al lado de Astrid y le dio un sorbo a su refresco.

—Mira, yo crecí en un orfanato, Astrid. Aprendí a no depender de nadie y a no dejar que nadie me use. Eres mi amiga, y tienes que entender tu valor. ¿Quieres un hombre que te haga dejar de respirar? Pues bien. Pero que no sea por la frustración, ¡sino por la pasión!

Astrid abrazó a Lisbeth con fuerza. —Gracias, Lis. En serio. Eres la única persona que me dice la verdad. Y creo que tienes razón... necesito buscar a alguien que esté soltero y que no tenga el ADN de Adrián Albán en sus conocidos.

—Ese es el espíritu. Ahora, déjame ver tu historial de citas. Vamos a analizarlo como un informe de riesgo financiero.

Lisbeth y Astrid pasaron la siguiente hora analizando los "activos y pasivos" de las anteriores relaciones de Astrid. La nadadora, la mujer que huía de las responsabilidades familiares, y la economista huérfana, que había aprendido a ser responsable a la fuerza, se sintieron conectadas.

Al día siguiente, en Bacan Company, Grace Cáceres no tardó en acercarse a Lisbeth.

—¿Escuchaste, Lisbeth? ¡Ricardo, el amigo del Ingeniero, terminó con su amante! ¡Y dicen que la amante era Astrid! ¡El Ingeniero está que arde!



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En el texto hay: humor, oficina y enredos

Editado: 16.11.2025

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