Adelina Sifuentes era la asistente del Gerente Financiero (Adrián Albán), pero en la práctica, era el verdadero cerebro detrás del departamento. Metódica, centrada y delgada ("sin curvas", como se describía a sí misma con resignación), Adelina vivía su vida con la precisión de un reloj suizo. Sin embargo, en el corporativo Bacan Company, incluso la perfección podía desmoronarse.
La crisis llegó a las 10 de la mañana. Adelina estaba preparando la presentación de resultados para el Directorio, una tarea que Adrián le había delegado por completo. El pánico se apoderó de ella cuando notó un error crítico: había usado las tasas de interés del trimestre anterior en una proyección clave. La diferencia eran $500,000 dólares.
—Lisbeth, esto es un desastre. ¡Un error garrafal! —Adelina, rara vez agitada, estaba al borde de las lágrimas en su cubículo. Lisbeth se acercó de inmediato.
—Tranquila, Adelina. Cinco minutos de Lisbelada de pánico y luego a la acción. ¿Qué pasó?
—Usé la celda equivocada. ¡Medio millón de dólares! Alejandro lo notará, Adrián se va a desentender, y yo... yo voy a perder todo el respeto. Sabes cuánto me costó llegar aquí.
—Claro que lo sé. Yo te traje aquí, ¿recuerdas? Y también recuerdo que ganaste esa posición por ser más inteligente que diez Adriáns juntos. Ahora, respira. Yo puedo corregir el error en cinco minutos. Pero hablemos de lo importante: ¿por qué el drama?
Lisbeth se sentó al lado de Adelina, mientras Adelina seguía corrigiendo la hoja de cálculo con manos temblorosas.
—El drama es porque, a diferencia de ti, Lisbeth, yo no puedo improvisar. No tengo tu ingenio para defenderme, ni... ni tu físico. Tú llegas tarde, usas sarcasmo y a la gente le parece encantador porque eres ingeniosa y latina con curvas. Yo llego tarde y solo soy la asistente delgada y aburrida que se equivocó en el cálculo.
—¡Qué tontería! —espetó Lisbeth, su falta de filtro se encendió en modo "terapia de choque"—. Adelina, si yo no fuera ingeniosa, me habrían despedido por mi boca. Y si yo tuviera tu cerebro, ¡ya sería la CEO de una empresa rival! No uses tus "curvas" o mi "latinidad" como excusa para tu valor.
Lisbeth se inclinó, hablando seriamente. —Tu físico no tiene nada de malo. Eres elegante, metódica y preciosa a tu manera. Pero te escondes detrás de la oficina, de las faldas largas y de las hojas de cálculo porque crees que la vida es un balance financiero y que si sales de tu zona de confort, vas a terminar con un saldo negativo. ¡La vida es un riesgo, Adelina!
—Pero me da miedo. Me da miedo que la gente me vea como un error en una hoja de cálculo.
—¡Y eso no va a pasar! ¿Sabes por qué? Porque tú eres mi roca, mi cable a tierra. Pero eres más que eso. No te has permitido vivir más allá de esta oficina, Adelina. ¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien? ¿Cuándo fue la última vez que te pusiste algo que no fuera color beige o gris? ¡Tienes un corazón y un cerebro brillantes!
Lisbeth finalizó la corrección de la hoja de cálculo. —Ya está. El error se corrigió. Ahora, mi plan es el siguiente: hoy, no vas a ir a casa a ver tutoriales de excel.
—¿Y qué voy a hacer? —preguntó Adelina, desconcertada.
—Vas a venir conmigo. Te voy a llevar a un lugar donde tienes que improvisar y donde tu físico no importa, sino tu actitud. Y por una vez, Adelina, vamos a dejar de hablar del corporativo.
Esa noche, Lisbeth arrastró a Adelina a una clase de salsa improvisada en un barrio pintoresco. Al principio, Adelina estaba rígida, incómoda con su ropa de oficina y su falta de coordinación.
—Lisbeth, hago un mejor trabajo con un algoritmo financiero que con estos pasos. ¡Mírame! No tengo tu gracia... ni tus curvas para este ritmo.
—¡Mentira! ¡La salsa no se baila con curvas, Adelina, se baila con el corazón! —replicó Lisbeth, sin dejar de bailar con alegría contagiosa—. ¡Deja de ser una hoja de cálculo y sé un ritmo! ¡Siente la música!
Poco a poco, Adelina se fue soltando. No era tan fluida como Lisbeth, pero la risa en su rostro era genuina y el brillo en sus ojos no se veía en Bacan Company. Lisbeth había logrado que Adelina se viera más allá de las cifras y las inseguridades físicas.
Al día siguiente, Adelina llegó a la oficina con una energía diferente. Llevaba una blusa de color vivo, y por primera vez, se sentía más relajada con su físico. Su presentación de resultados fue impecable. Alejandro Manrique ni siquiera notó el error inicial, tan absorto estaba en los números finales.
—Excelente presentación, Adelina —dijo Alejandro—. Lisbeth, tome nota. La señorita Sifuentes es un ejemplo de profesionalismo y compostura.
—Sí, Ingeniero. La señorita Sifuentes es el ejemplo de que salir a bailar salsa con tu mejor amiga es más productivo que quedarse en la oficina. —Lisbeth sonrió abiertamente.
Alejandro la miró con exasperación. —Lisbeth, por favor, un día sin tu sarcasmo.
Adelina, sin embargo, se acercó a Lisbeth y le susurró: —Gracias, Lis. Tenías razón. Hay más vida que las cifras. Y sobre mis curvas... bueno, la próxima vez, me pongo algo más rojo. ¡Y creo que me ha invitado a salir el instructor de salsa!
Lisbeth sonrió triunfalmente. Había cumplido su misión. Su amiga se había atrevido a invertir en sí misma y había descubierto que su valor iba más allá de su físico y de su rendimiento laboral.