Eran las 4:00 p.m. y el corporativo Bacan Company se paralizó. Una ciberamenaza había bloqueado los servidores de la empresa, y la pantalla de todos los ordenadores mostraba un irónico mensaje: “El sistema ha sido tomado. Tiempo de descuento: 10 horas. Que empiece el juego.”
Alejandro Manrique, Ingeniero en Sistemas, se dirigió a la sala de servidores. Su equipo de TI estaba en pánico. Una amenaza de ransomware era un golpe directo a la imagen y las finanzas de la compañía.
—¡Necesito soluciones, no lamentos! ¡Estamos perdiendo valor cada minuto! —rugió Alejandro, el estrés convirtiendo sus ojos grises en dos trozos de hielo.
Lisbeth se acercó a la sala. Había un caos organizado, pero Lisbeth sentía el olor de la catástrofe.
—Ingeniero, ¿qué sucede? ¿El nuevo software de Adrián nos vendió un virus? —preguntó Lisbeth, sin perder su ironía, aunque su voz reflejaba preocupación genuina.
—Es un sabotaje, Lisbeth. Un ataque externo. Y si no lo detenemos en diez horas, la empresa podría quedar paralizada. Necesito que Adelina y tú busquen cualquier anomalía en las transferencias de los últimos seis meses. Podría ser un ataque interno.
Mientras el equipo de TI buscaba la puerta trasera del hackeo, Lisbeth y Adelina revisaban las cuentas y los logs de acceso. Adelina era meticulosa con los números, pero Lisbeth, con su ingenio rápido, buscaba el factor humano.
—Mira, Adelina. El ataque es sofisticado, pero el mensaje es una broma infantil. Hay ego detrás de esto. Esto no es solo dinero; es venganza. ¿Quién salió de aquí recientemente con ganas de destruir al Ingeniero Manrique?
Lisbeth repasó la lista de despidos y salidas. De repente, dio un golpe en la mesa.
—¡Lo tengo! El exdirector de Innovación que Alejandro despidió hace un año por malversación. Era un hacker brillante y tiene un ego más grande que el edificio. Es personal. Y él sabe que Alejandro tiene una debilidad: su padre.
Lisbeth irrumpió en la oficina de Alejandro, donde él estaba solo, tecleando furiosamente.
—¡No es al azar! Es Carlos Varela. Es un ataque personal. Él sabe de su obsesión por el ajedrez. ¡El mensaje de "Que empiece el juego" no es genérico! Varela está jugando contigo, Ingeniero.
Alejandro detuvo sus manos. Su mirada de asombro se mezcló con una confianza silenciosa. —Eso... eso tiene sentido. Él siempre quiso vencerme en el tablero. ¿Pero cómo lo detengo? No podemos negociar con un hacker.
—No vamos a negociar con el hacker, vamos a negociar con su ego. Si es ajedrez, hay un jaque mate. Varela quiere que sepas que él ganó. ¡No lo permitas!
Lisbeth se sentó frente a Alejandro, y en ese momento, la relación de secretaria y jefe desapareció. Eran dos estrategas en una crisis.
—Escúchame. Varela quiere atención. Dale un pequeño atisbo de victoria para que se confíe, y luego lo atacas. Necesitas un hacker que sea mejor que él, uno que conozcas.
Alejandro, por primera vez, dejó de lado su orgullo.
—Solo conozco a una persona así. Un excompañero, Mateo. Es excéntrico, no habla con nadie, y solo trabaja por desafíos.
—¡Entonces, lo llamas y le dices que es el mayor desafío de su vida! Yo me encargo de distraer a los medios y a los inversionistas para que no cunda el pánico. Adelina prepara un informe "ficticio" de estabilidad. Pero, escúchame bien, Ingeniero. Esto es entre tú y yo. No podemos involucrar a tu madre o a Leonor; ellas añadirán el drama innecesario.
Alejandro miró a Lisbeth. Ella era el caos, sí, pero un caos enfocado. Era el único ser humano en la empresa que no le tenía miedo y que entendía que la estrategia era más importante que el protocolo.
—Bien. Hacemos un pacto de fuego. Si la empresa cae, caemos juntos. Pero si ganamos, y ganamos con tus reglas, te daré el aumento y el puesto de análisis que mereces. ¿Trato?
Lisbeth le estrechó la mano con firmeza. —Trato. Y por cierto, Ingeniero. Necesitas café. Del bueno, no del que te da la empresa. Yo invito. Esto es solo el comienzo.
La crisis se resolvió de madrugada, gracias a la estrategia de Lisbeth de "picar" el ego de Varela (con un correo anónimo sarcástico que ella redactó) y al trabajo del hacker de Alejandro. Bacan Company fue salvada por la dupla inesperada de la Economista y el Ingeniero.
Al día siguiente, la Sra. Génesis, que había estado llamando a Alejandro histérica, se presentó en la oficina.
—¡Alejandro! Escuché que pasaste toda la noche con esa... mujer. Ella está usando esta crisis para seducirte, te lo aseguro. Leonor está furiosa.
Alejandro, agotado, pero con una satisfacción silenciosa, se limitó a responder: —Madre, Lisbeth es mi socia de crisis. Ella no me sedujo; salvó esta compañía con su cerebro.
Lisbeth entró en la oficina y vio a Génesis y Leonor (que estaba de visita) fulminándola con la mirada.
—Buenos días, Ingeniero. Ya arreglé la agenda y le pedí a Grace que pusiera un cartel de "No se permiten hackers ni chismes de fraude". ¡Y por cierto! La próxima vez que haya una crisis, que sea al menos en un hotel de cinco estrellas, que el sofá de su oficina no es cómodo.