Dos días después del desastre de la cena de compromiso (y el escape de Leonor Ferreti, que ya era un chisme viral), la Sra. Génesis de Márquez irrumpió en el Corporativo Bacan Company con la misión de restaurar la dignidad y el orden que, según ella, Lisbeth había pulverizado.
Génesis no venía a ser sutil. Venía a declarar la guerra.
Se dirigió al lobby y, con una voz que resonó en todo el piso ejecutivo, anunció: —El Ingeniero Manrique y yo hemos acordado que la moral y la imagen del corporativo deben ser restauradas. A partir de hoy, entran en vigencia dos nuevas normas: El Código de Vestimenta del Buen Comportamiento y la Política de Cero Tolerancia al Sarcasmo.
Lisbeth, que estaba tomando café con Adelina, casi escupe su bebida.
—¿Cero tolerancia al sarcasmo? ¡Me acaban de prohibir el 80% de mi vocabulario! —susurró Lisbeth a Adelina.
Génesis se acercó al escritorio de Lisbeth. —En cuanto al código de vestimenta, señorita. Prohíbo los escotes, los colores llamativos y la ropa que distraiga al personal. Solo se permite el business casual en tonos neutrales y corte recto. Queremos seriedad.
Génesis miró las curvas latinas de Lisbeth con desaprobación. Su objetivo era claro: neutralizar el magnetismo caótico de la secretaria.
—Y por último, señorita. Ha sido transferida. Su nuevo escritorio está junto a Adrián Albán, en el área de Finanzas. Lejos de la oficina de mi hijo.
Lisbeth se puso de pie, enfrentando a la matriarca. Se había puesto un blazer de un color vibrante que, según su interpretación, era "un tono neutro, pero feliz".
—Con todo respeto, Sra. de Márquez. Mi contrato dice que soy secretaria ejecutiva del CEO. Si me muevo de aquí, el Ingeniero no tendrá quien le recuerde que coma o que respire. ¿Está usted dispuesta a asumir el riesgo de que el CEO muera de inanición o de un infarto por protocolo? Eso sí que afectaría la bolsa.
Alejandro, que había escuchado el intercambio desde su oficina, solo suspiró, pero no intervino. Sabía que Lisbeth tenía razón sobre su supervivencia.
Génesis ignoró la amenaza y se centró en las reglas. —El código es innegociable. Cero escotes, colores sobrios.
Al día siguiente, Lisbeth llegó a la oficina vestida con una burla sarcástica al código. Llevaba una camisa de cuello alto, un blazer gris oversize que la hacía parecer dos tallas más grande, y unos lentes falsos. Pero lo había compensado con el cabello recogido de forma elaborada y unos pendientes enormes que parecían lámparas.
—¿Algún problema, Sra. de Márquez? El gris es neutral. El escote es nulo. Y mi atuendo es tan serio que parezco una bibliotecaria de los años 50. —Lisbeth movió la cabeza, haciendo sonar los pendientes.
Génesis arrugó la nariz. —Esos pendientes son inapropiados.
—Inapropiados, pero no prohibidos, Sra. de Márquez. El código habla de vestimenta, no de accesorios. Y dado que soy la única que usa la cabeza para pensar, ¡mis pendientes reflejan el brillo de mi intelecto!
La confrontación por el escritorio también fracasó. Lisbeth se sentó en el escritorio de Finanzas, pero llevó consigo una máquina de café expreso ruidosa y puso música clásica a un volumen inapropiado, mientras hacía llamadas en alta voz en las que se quejaba de las "nuevas normas de etiqueta dignas de un convento". A las dos horas, Adrián Albán suplicó a Alejandro: —¡Por favor, Ingeniero! ¡Devuélvala a su puesto! ¡Con Lisbeth cerca, no puedo concentrarme en mis fraudes!
Génesis, enfurecida por el fracaso de sus normas, confrontó a Lisbeth en el pasillo, con Alejandro observando desde la distancia.
—Usted se burla de la autoridad, señorita. Está intentando demostrar que mis reglas son absurdas.
—No, Sra. de Márquez. Yo solo estoy demostrando que el talento no se puede vestir de gris. Usted quiere que yo sea Adelina: metódica, silenciosa y centrada. Pero si yo fuera Adelina, ¿quién le diría a Alejandro que está a punto de firmar un contrato con un proveedor fraudulento que su hacker no detectó?
Lisbeth sacó un documento que había estado revisando. —Mientras usted se preocupa por mis escotes y mis chistes, yo encontré una cláusula abusiva en la nueva app de la empresa. Este proveedor está cobrando doble por servicios de almacenamiento. Su hijo casi firma esto hace una hora.
Génesis tomó el documento, su rostro cambiando de furia a shock. Lisbeth no estaba bromeando.
—Usted es un desastre, señorita —dijo Génesis, con una voz temblorosa de rabia—. Pero debo admitir que es útil.
—Útil no. Soy indispensable. Y soy el activo más valioso de esta empresa. No por mi belleza o mis modales (que no tengo), sino porque mi experiencia de vida en un orfanato me enseñó a oler la trampa a kilómetros de distancia.
Lisbeth le dedicó una sonrisa a la matriarca, con un tono de victoria innegable. —Usted quería orden. Yo le doy seguridad financiera. Elija su veneno, Sra. de Márquez.
Alejandro salió de su oficina. Miró a Lisbeth, luego a su madre, y tomó una decisión.
—Madre, el código de vestimenta queda suspendido. Lisbeth, vuelva a su escritorio original, y por favor, deje de torturar a Adrián. Y en cuanto a la Política de Cero Tolerancia al Sarcasmo, consideraré su implementación solo si me promete usar el 20% de su vocabulario que queda para alabar mi liderazgo.