Terapia De Crisis Para El Ceo

CAPÍTULO 16: EL FRACASO Y LA CRISIS DEL CORAZÓN BLINDADO

La Dra. Amelia Manrique era conocida en el Hospital Pediátrico por su precisión fría y su compostura inquebrantable. Ella veía el mundo a través de la lógica de la medicina: un cuerpo es un sistema que funciona o falla. El amor y la felicidad eran para ella meros químicos que podían ser manipulados.

Sin embargo, ni la ciencia ni su cinismo pudieron protegerla de lo que sucedió. Una joven paciente, a la que Amelia había dedicado meses de esfuerzo e investigación, no logró superar una cirugía crucial. Fue un fracaso médico devastador que sacudió los cimientos de Amelia.

Durante los siguientes días, Amelia se aisló. No era la tristeza lo que la consumía, sino una profunda desilusión. Se cuestionaba si su trabajo valía la pena y, por extensión, si la vida misma tenía sentido más allá de la lucha constante.

Astrid y Adelina estaban preocupadas.

—No contesta mis llamadas. Solo me envió un mensaje que decía: «La vida es una mala inversión» —dijo Astrid, frenética, a Lisbeth.

—Esa es la señal de alarma —dictaminó Lisbeth—. Cuando una doctora que salvó a Adrián de sí mismo dice que la vida es una mala inversión, necesitamos una intervención.

Lisbeth encontró a Amelia en su apartamento, sentada en la oscuridad, rodeada de libros de medicina. Amelia no lloraba; estaba petrificada.

—¿Amelia? Vine a revisarte. Creo que tienes una sobredosis de cinismo. El Ingeniero Manrique me autorizó a darte un diagnóstico no médico.

—No tienes nada que hacer aquí, Lisbeth. Vuelve a salvar la economía de mi hermano. Yo no tengo solución —dijo Amelia, su voz vacía—. Lo perdí, Lisbeth. No pude salvarla. Y mi lógica me dice que, al final, la derrota siempre gana. ¿Por qué el riesgo, entonces? ¿Por qué el esfuerzo si todo se va a desmoronar?

Lisbeth se sentó en el suelo, quitándole el libro a Amelia y obligándola a mirarla.

—Mira, Amelia. Tú y yo somos iguales. La única diferencia es el escudo. Tú usas el bisturí y la ciencia para esconderte del dolor. Yo uso el sarcasmo y el descaro. Pero ambos escudos sirven para lo mismo: evitar que alguien nos diga la verdad.

Lisbeth bajó la voz, hablando con una honestidad inusual y sin el más mínimo rastro de burla.

—Tú tienes miedo, Amelia. No a que un paciente muera, sino a que tu corazón se rompa por la pasión de salvar a alguien. Por eso eres cínica con el amor y con la vida. Porque si no crees en nada, nada te puede doler.

—Es la única manera de sobrevivir, Lisbeth. Lo aprendí en el hospital.

—Y yo lo aprendí en el orfanato. Pero te diré algo: cuando te proteges del dolor, también te proteges de la alegría y del propósito. Yo sé lo que es la pérdida; nací en una. Pero mi propósito no es evitar que la gente se vaya, ¡sino darles algo de qué reírse mientras están aquí!

Lisbeth se puso de pie, su presencia llenando el cuarto.

—Tu paciente se fue, Amelia. Y eso te va a doler siempre. Pero la mejor inversión que puedes hacer es en el legado de la lucha. Deja de buscar la perfección médica y busca la conexión humana.

Lisbeth tuvo una idea brillante que mezclaba la caridad con el pragmatismo.

—Tu problema es que estás demasiado en la cabeza. Necesitas un proyecto que te exija emoción y acción. Varela, el hacker que atacó a Alejandro, no fue a la cárcel, ¿verdad?

—No. Se llegó a un acuerdo.

—Bien. Vamos a usarlo. Yo voy a convencer a Alejandro para que use parte del dinero de la Fundación Manrique para crear una Unidad de Cuidados Paliativos en tu hospital. No para salvar vidas, sino para dar calidad de vida en los últimos días.

Amelia la miró, intrigada. —Eso no es curar, Lisbeth. Es aceptar la derrota.

—No, Amelia. Es ser útil. Es un saldo positivo para la humanidad. Y para que no sea solo un proyecto médico, tú te encargarás de la parte humana, y yo me encargaré de la parte financiera. ¡Deja de buscar el bisturí para cortar la muerte y usa tu corazón para coser la vida!

Amelia sonrió ligeramente, la primera sonrisa en días. La idea de un proyecto que requeriría una conexión emocional profunda, combinada con la locura de trabajar con Lisbeth, la sacó de su parálisis.

—Es lo más irresponsablemente hermoso que he escuchado. No sé si quiero darles calidad de vida o que me quiten años de la mía.

—Yo me encargo de que Alejandro pague los años que te quiten. Ahora, levántate. Vamos a la oficina. Tienes que convencer al Ingeniero Manrique de que invierta en la derrota digna.

Al día siguiente, Lisbeth y Amelia se presentaron en la oficina de Alejandro con la propuesta. Alejandro, siempre pragmático, estaba dudoso.

—¿Cuidado paliativo? Lisbeth, eso no es rentable. Es una pérdida.

—¡Es una inversión de imagen corporativa, Ingeniero! —intervino Amelia, con una energía renovada—. Es mostrar que Bacan Company no solo se preocupa por la eficiencia, sino por la humanidad.

Alejandro miró a su hermana, que había recuperado su chispa. Luego miró a Lisbeth, que había logrado lo imposible.

—Bien. Haz los números, Lisbeth. Y, Amelia, gracias a Dios que tienes a esta... persona a tu lado.



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En el texto hay: humor, oficina y enredos

Editado: 16.11.2025

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