Alejandro Manrique estaba al borde de la desesperación. Necesitaba cerrar un trato de fusión con una empresa japonesa, cuyo CEO, el Sr. Tanaka, era notoriamente tradicionalista y creía fervientemente que "un hombre de negocios solo es estable si su vida personal es estable".
—Necesito que me acompañes a la cena, Lisbeth —dijo Alejandro, con un suspiro que sonó a derrota—. Tanaka insistió en que trajera a mi "socia de vida". Desde el desastre con Leonor, he estado mintiendo, diciendo que mi socia de vida eres tú.
Lisbeth lo miró, incrédula. —¿"Socía de vida"? ¿Yo? Ingeniero, si yo fuera su socia de vida, usted ya tendría canas blancas y yo un cargo de CEO.
—Es una farsa, Lisbeth. Pero Tanaka es nuestro mayor inversor potencial. Si cree que somos una pareja estable, firma. Si cree que soy un soltero inestable que se divorció de su novia, perdemos el trato.
—Y en lugar de buscar otra pareja falsa, ¿me eliges a mí, el huracán de la oficina, como tu ancla? ¡Eso es una pésima estrategia de riesgo!
—Precisamente por eso. Nadie, excepto tú, ha logrado mantener mi vida y mis finanzas en orden. Ahora, por favor, por el bien de Bacan Company y de tu próximo aumento, compórtate como mi amante estable.
La cena se llevó a cabo en un restaurante de alta cocina. Lisbeth, vestida elegantemente, se esforzaba por mantener su "filtro cero" en modo bajo consumo. Alejandro, tenso, intentaba proyectar una imagen de pareja enamorada que contrastaba con su rigidez natural.
El Sr. Tanaka, un hombre mayor y observador, los escrutó con detalle.
—Ingeniero Manrique —dijo Tanaka, inclinándose—. Su "socia de vida" es una mujer de gran pasión. Usted parece... muy serio. ¿Están seguros de que esta relación funciona? El amor debe ser una fuerza que equilibre la lógica de los negocios.
Lisbeth se sintió ofendida por la implicación de que Alejandro no era divertido.
—Sr. Tanaka, el Ingeniero es un hombre de pasión, créame. Es solo que la tiene controlada. Como un buen activo financiero, no hacemos movimientos arriesgados en público, pero nuestra complicidad es inquebrantable. Yo soy el caos, y él es la estructura. Y eso, Sr. Tanaka, ¡es la definición del equilibrio perfecto!
Alejandro, por su parte, se vio forzado a sonreír y a poner su mano en la de Lisbeth bajo la mesa. El contacto fue un choque eléctrico, incómodo para él y sorprendentemente cálido para ella.
—Lisbeth tiene razón. Ella es mi inspiración. Me recuerda que la vida tiene más que ver con la estrategia y la emoción que con los números fríos. —Alejandro hizo su mejor esfuerzo para sonar enamorado, aunque en realidad estaba hablando de su dinámica laboral.
El Sr. Tanaka sonrió. —Me gusta la señorita. Pero mi cultura es exigente. Quiero ver la pasión descontrolada que dice equilibrar su lógica. Un gesto de cariño espontáneo, por favor.
La petición de Tanaka fue un ultimátum. Alejandro palideció, sintiendo el peso de la transacción. ¡Un gesto de cariño en público!
Lisbeth, pensando en las finanzas de la empresa y en el aumento de sueldo, sabía que no podían fallar.
—Ingeniero. Por favor, improvisa. —le susurró Lisbeth.
Lisbeth, en un movimiento rápido, se levantó de su asiento y se acercó a Alejandro. En lugar de un beso en la boca, Lisbeth puso sus manos sobre sus mejillas y le dio un beso intenso y ruidoso en la frente, como una tía a su sobrino favorito, pero con la pasión y el descaro que el Sr. Tanaka demandaba.
—¡Mi amor! ¡Tenía que recordarte lo mucho que valoro tu estabilidad! —exclamó Lisbeth, con su mejor imitación de una amante.
El Sr. Tanaka y todos los presentes se rieron de la espontaneidad del gesto. El toque de Lisbeth fue tan firme y su expresión tan sincera que no dejó lugar a dudas sobre su "pasión" por el Ingeniero.
Alejandro se quedó paralizado. Su cara estaba al rojo vivo por la vergüenza, pero sintió que el toque de Lisbeth lo había liberado de la presión.
—Sí. La pasión... es... intensa —logró murmurar Alejandro, recuperando la compostura.
—¡Excelente! ¡El trato está cerrado! Me gusta su "socia de vida", Ingeniero. Ella entiende que los negocios, como el matrimonio, necesitan estrategia y corazón.
El trato se cerró. Lisbeth había salvado la empresa y la reputación de Alejandro, una vez más, con su descaro.
En el taxi de regreso, el silencio entre ellos era denso, cargado de la extraña intimidad del acto que acababan de realizar.
—Lisbeth, ¿qué fue ese... ese beso? —preguntó Alejandro, con la voz apenas audible.
—Fue una inversión de alto riesgo con retorno inmediato, Ingeniero. El Sr. Tanaka dijo que usted necesitaba pasión. ¡Yo solo le di el 100% de mi pasión ecuatoriana! ¡Y ni siquiera me debe un aumento por esto, sino dos!
Alejandro se frotó la frente, donde aún sentía el calor del beso de Lisbeth.
—Me siento... sucio, Lisbeth. Y, al mismo tiempo, siento que mi vida está más en orden que nunca. Eres mi peor dolor de cabeza, y mi única ancla. Gracias.
Lisbeth lo miró. La complicidad era total. Habían cruzado una línea invisible. Ya no eran solo jefe y secretaria; eran dos cómplices que podían fingir cualquier cosa por el bien mutuo.