Tras la destitución de Leonor y la promoción de Lisbeth a "Analista de Estrategia Corporativa y Ejecutiva de Crisis", el corporativo Bacan Company respiraba un aire de orden caótico.
La sorpresa llegó con una invitación formal de la Sra. Génesis de Márquez. No era un juicio, sino una cena de disculpa para Alejandro. Lisbeth recibió una nota adjunta, escrita a mano por Génesis: «Señorita Lisbeth. Su presencia es requerida no como acompañante, sino como la socia estratégica que mi hijo ha elegido. Favor de venir en atuendo apropiado para un acto de mea culpa familiar.»
—¡No puedo creerlo! ¡Tu madre te invitó a su cena de disculpa! —dijo Alejandro, mostrándole a Lisbeth la nota con incredulidad.
—Quiere disculparse contigo, Ingeniero, pero quiere desafiarme a mí. Es su forma de rendirse sin usar la palabra. Acepto el desafío. Pero iré vestida con algo que combine con mi dignidad ganada.
Esa noche, en la mansión Manrique, el ambiente era formal pero tenso. Génesis, impecable, reunió a sus hijos: Amelia, Astrid, y Alejandro. Lisbeth llegó sola, irradiando confianza y luciendo un vestido sencillo pero de un color vibrante que desafiaba cualquier "código neutral" que Génesis hubiera querido imponer.
Génesis comenzó su discurso con una rigidez incómoda.
—Hijos. Quiero ofrecer mis disculpas por intentar forzar la boda de Alejandro con Leonor. Mis acciones fueron motivadas por el bien de la imagen corporativa y no por su felicidad. Pero he aprendido que la estabilidad de esta empresa reside en la honestidad, no en la fachada.
Alejandro asintió, conmovido pero reservado. Astrid y Amelia aplaudieron con entusiasmo.
Entonces, Génesis se dirigió a Lisbeth, forzando cada palabra.
—Y en cuanto a usted, señorita Lisbeth. Admito que fui clasista y equivocada al investigar su pasado. Juzgué su origen en lugar de su carácter. Usted me demostró que el linaje no es tan valioso como la resiliencia.
—Gracias, Sra. de Márquez. La dignidad es un activo que no se compra, se gana —replicó Lisbeth, aceptando la disculpa con la calma que Génesis nunca esperó.
El verdadero acto de tregua se reveló en el menú. El chef sirvió el plato principal, y para sorpresa de todos, no era comida gourmet, sino una versión de alta cocina de la fritada con mote que Lisbeth había improvisado en la cena de compromiso.
—Es un símbolo, señorita Lisbeth —explicó Génesis, apenas sonriendo—. Un símbolo de que la autenticidad es necesaria, aunque sea ruidosa y picante.
Durante la cena, Génesis hizo preguntas a Lisbeth, no sobre la vida de Alejandro, sino sobre la fusión y el presupuesto del proyecto de Amelia. Era la primera vez que la matriarca trataba a Lisbeth como una igual profesional.
—Señorita Lisbeth, ¿qué piensa sobre la inversión en blockchain para el próximo trimestre? Mi hijo está considerando un riesgo alto.
Lisbeth no dudó. —Sra. de Márquez. El blockchain es un activo volátil, pero con potencial. Yo le aconsejo que Alejandro tome el riesgo, pero que yo me encargue de establecer un fondo de contingencia de inmediato. La innovación necesita ser asegurada.
Amelia y Astrid se miraron, asombradas. Lisbeth no solo había sobrevivido a la matriarca, sino que ahora estaba dictando la política financiera de la cena familiar.
Génesis de Márquez miró a Lisbeth, y en sus ojos grises no había desprecio, sino una tregua silenciosa.
—Usted es un desastre, señorita Lisbeth —dijo Génesis, con un tono que ahora era casi cariñoso—, pero es un desastre necesario para mi hijo y para esta empresa. Necesita a alguien que lo contradiga con hechos, no con sentimientos. Es la única que lo hace felizmente miserable.
—Y usted, Sra. de Márquez, es la única que me ha dado un desafío digno en el corporativo. Lo acepto. Pero sepa que, si vuelvo a encontrar un investigador de antecedentes husmeando en mi vida, no voy a hablar con su hijo, ¡voy a hablar con sus contadores!
Ambas mujeres se rieron, una risa tensa, pero genuina. El conflicto de "suegra y nuera" había terminado, evolucionando hacia un pacto de respeto.
Al terminar la cena, Génesis se despidió de Lisbeth con un gesto formal.
—Espero verla pronto, señorita. Y por favor, siga asegurándose de que mi hijo no haga tonterías.
—Con gusto, Sra. de Márquez. Es mi especialidad —respondió Lisbeth.
Alejandro acompañó a Lisbeth a la salida. Estaba exultante.
—Lisbeth, lograste lo imposible. Hiciste que mi madre admitiera que eres indispensable. Eres una fuerza de la naturaleza.
—Lo sé, Ingeniero. Y ahora que tienes mi cerebro y mi dignidad de tu lado, somos imparables. Ya no soy tu secretaria, soy tu aliada estratégica principal.
Lisbeth se subió a su taxi, satisfecha. Había pasado de ser la huérfana despedida a la mujer más respetada (y temida) por la matriarca del clan Manrique. Su evolución era completa.