Lisbeth se sentía extrañamente incómoda. Ya no estaba en el rincón de secretaria, sino en una oficina de cristal, con el título de "Analista de Estrategia Corporativa". Tenía un aumento, el respeto del CEO y la admiración de la matriarca. Era la estabilidad que siempre había luchado por conseguir, pero que la hacía sentir desarmada.
—¿Por qué esa cara, Lisbeth? Ganaste. Tienes el puesto que querías. ¿Por qué no estás gritando de alegría? —preguntó Adelina, con su calma habitual.
—Porque el caos es predecible, Adelina. Y esta paz... esta paz me asusta. No sé cómo se administra el éxito. ¿Y si me convierto en una burócrata aburrida como Adrián? —Lisbeth miró a su escritorio con desasosiego.
La paradoja del éxito de Lisbeth fue interrumpida por la recurrencia del peligro.
Esa mañana, un código de alerta roja parpadeó en los monitores del piso 30. No era un hackeo total, sino una filtración masiva de correos internos de la empresa, incluidos los chismes de Grace, los mensajes personales de Adrián, y lo peor: el informe clasista que Génesis de Márquez había encargado sobre Lisbeth.
El mensaje era claro: Carlos Varela, el hacker de la venganza (Cap. 11), estaba de regreso. «El juego no termina hasta que el rey esté solo.»
Alejandro Manrique, ya un veterano de las crisis, entró en la oficina de Lisbeth, pero esta vez, su pánico se enfocó en el aspecto personal.
—¡Lisbeth! ¡El archivo de mi madre sobre tu pasado está circulando! ¡El chisme de Grace sobre mi vida privada y la de Astrid! ¡Varela quiere destruirnos a nivel personal!
—Quiere destruirnos, Ingeniero, porque sabe que a nivel financiero no puede. Y quiere demostrar que usted es un mal líder que no puede proteger a su equipo. No se preocupe por mi pasado. Mi dignidad es a prueba de filtraciones.
Lisbeth activó su modo "Ejecutiva de Crisis". —El problema no es la información, sino la narrativa. Hay que matar la historia. Varela está buscando atención mediática con esto.
Lisbeth se dirigió a su nuevo equipo de analistas. —El plan es el siguiente: Adelina, tú contactas a todos los medios con un comunicado de prensa autorizado por la Sra. Génesis donde ella desmiente el contenido del informe y, de paso, alaba públicamente la resiliencia de Lisbeth.
—¡¿Mi madre?! ¿Alabar a Lisbeth? ¡Eso es imposible! —protestó Alejandro.
—No lo es. Ella valora su apellido más que su rencor. Y yo sé que es más fácil que firme una declaración de guerra que un documento de impuestos. ¡Usa esa presión, Adelina!
La genialidad de Lisbeth fue que convirtió la amenaza en una victoria de relaciones públicas. Al día siguiente, los titulares no hablaron del chisme, sino del "Liderazgo Humano de Bacan Company" y de cómo la matriarca elogiaba a su "Analista de Estrategia, la hija de la Resiliencia".
Lisbeth sabía que la amenaza no se detendría hasta que el ego de Varela fuera aniquilado. Ella sabía que él quería atención.
Lisbeth, junto a Alejandro, ideó un plan. Lo buscaron en la deep web y, usando un mensaje cifrado de ajedrez (el lenguaje de Varela), lo contactaron.
Lisbeth, no Alejandro, escribió el mensaje final: «Has perdido, Varela. El juego del rey no es estar solo, es elegir a sus aliados. Lisbeth ha vencido tu soledad con lazos que no puedes hackear: el honor y la dignidad. Ríndete. El juego terminó.»
El efecto fue inmediato. Al día siguiente, Varela, derrotado por la estrategia de Lisbeth de convertir su ataque personal en una victoria de imagen, envió un mensaje: «Ja. Me rindo. El juego fue divertido, Analista.» Y luego, borró todos los archivos filtrados y el código de ransomware.
La crisis había terminado, no con más seguridad, sino con más estrategia humana.
Alejandro entró en la oficina de Lisbeth, con dos tazas de café gourmet.
—Lo hiciste de nuevo, Lisbeth. Lo derrotaste. Y salimos de esta crisis con una mejor imagen que antes.
—Es el principio de la inversión en autenticidad, Ingeniero. Y me cobraste las dos tazas de café que trajiste, ¿verdad?
—Por supuesto. No abuses de mi buena voluntad. Y en cuanto a tu miedo a la estabilidad... no tienes que preocuparte. Mientras estés aquí, el caos siempre será parte del orden. Eres mi única constante en la locura.
Lisbeth se sintió en paz. Entendió que su mayor miedo no era el caos, sino la soledad. El éxito no se trataba del título, sino de la red de apoyo que había construido: un jefe que era su cómplice, amigas leales, y hasta una matriarca que la respetaba. Ella había encontrado su propia "familia".
Lisbeth sonrió y miró por la ventana de su nueva oficina. —Bien, Ingeniero. Ahora que la crisis está resuelta, tenemos que hacer el balance financiero del último trimestre. Pero antes, creo que es hora de que le diga a Amelia que su proyecto de Cuidados Paliativos fue aprobado con un presupuesto extra. La humanidad nos espera.