Adrián Albán era un hombre nuevo. Divorciado, con la reputación ligeramente dañada, pero liberado de la mentira. Sin embargo, su mayor problema seguía siendo su falta de iniciativa y coraje profesional.
Lisbeth, ahora "Analista de Estrategia", lo notó y lo desafió.
—Adrián, eres un hombre divorciado. Estás limpio de pasivos maritales. Es hora de que dejes de ser un cobarde en las finanzas. Tengo un proyecto arriesgado, pero de gran potencial: la adquisición de una startup de fintech en Quito. Necesito que tomes la iniciativa. No como mi asistente, sino como el Gerente Financiero que deberías ser.
Adrián dudó. —Es un riesgo muy alto, Lisbeth. ¿Y si fallo?
—Si fallas, te despedimos y le echamos la culpa a tu cobardía. Pero si ganas, ganas respeto, y lo más importante, respeto propio.
Adrián aceptó el desafío. Por primera vez, en lugar de delegar a Adelina, él se metió de lleno en las negociaciones. Adelina Sifuentes, su asistente y ahora confidente, fue su ancla. Ella le brindó la estructura metódica que él carecía, pero él, por primera vez, lideró la negociación con honestidad y sin adulación.
La negociación fue difícil, pero Adrián, liberado del miedo a perder una fachada, actuó con una franqueza inusual. En lugar de esconder los riesgos, los expuso y negoció con transparencia.
El triunfo llegó de forma modesta. No fue un gran golpe mediático, sino una adquisición estratégica y sólida.
Alejandro Manrique convocó a una reunión para felicitar a Adrián.
—Adrián, has manejado esta negociación con una honestidad y una profesionalidad que no te había visto antes. ¿Qué pasó?
Adrián miró a Lisbeth, luego a Adelina, y finalmente a su jefe. —Ingeniero, aprendí que la mentira es el pasivo más costoso. Y Lisbeth me enseñó que si voy a ser un desastre, al menos que sea un desastre auténtico y estratégico.
En un gesto de redención total, Adrián se dirigió a Adelina. —Adelina, quiero que tomes el control de mi agenda y de las finanzas personales de la startup adquirida. Y quiero recomendarte formalmente para un puesto de Subgerente de Inversiones.
Adelina, sorprendida, aceptó. Su arco se cerraba: ya no era solo la asistente metódica, sino una ejecutiva respetada que había encontrado su voz, en parte gracias a la locura de Lisbeth.
El arco de Adrián se cerró con un toque de comedia y humanidad. En lugar de buscar una amante para llenar su vacío, se inscribió en un club de lectura.
Grace Cáceres intentó chismear: —¡Dicen que Adrián se inscribió en un club de solteros para encontrar una esposa rica!
Lisbeth replicó: —Grace, Adrián está leyendo El Quijote. Está buscando algo más grande que él mismo. Es su forma de reestructuración emocional.
Adrián, sin ser un héroe, había encontrado el respeto por sí mismo, cerrando el ciclo de su cobardía.