Astrid Manrique no había vuelto a tener citas desastrosas. Seguía soltera, pero había encontrado la paz en la honestidad. Su problema ahora era el miedo a la estabilidad en su carrera de nadadora profesional. Había clasificado para un importante campeonato, pero le aterraba el compromiso de la victoria.
Astrid visitó a Lisbeth, buscando terapia de urgencia.
—Lisbeth, voy a competir por el campeonato, pero tengo miedo de ganar. Si gano, tendré patrocinadores, contratos, y me exigirán ser predecible. ¡Me quitarán la libertad!
—Astrid, mi amor. El miedo a ganar es el miedo a que te definan. ¿Y qué? Tú eres la dueña de tu libertad. Tienes que ganar, pero a tu manera.
Lisbeth, la economista de la estrategia, le propuso un plan: —Gana el campeonato. Firma los contratos. Y en tu primera rueda de prensa, diles a todos que tu pasión es ganar, pero que tu estilo de vida será siempre caótico y libre. Sé auténtica. Eres una Manrique. Tienes el dinero para que no te importen los contratos.
Astrid compitió y ganó. En la rueda de prensa, firmó los contratos con una sonrisa. Y cuando le preguntaron sobre su futuro, Astrid, con la valentía que Lisbeth le había enseñado, respondió:
—Mi futuro es libre. Gané porque amo la natación, no porque quiera ser una máquina de patrocinios. Mis entrenamientos seguirán siendo impredecibles, mis relaciones serán honestas, y mi vida seguirá siendo un desastre glorioso. ¡Y mi próxima meta es que mi hermano elija una secretaria que no lo vuelva loco!
La autenticidad de Astrid fue un éxito mediático. El arco de Astrid se cerró: había encontrado la libertad en la responsabilidad.
El ambiente en Bacan Company era ahora de una integración total. Lisbeth era la estratega; Adelina, la subgerente; Adrián, el gerente honesto; y Alejandro, el jefe aliviado.
Grace Cáceres, ahora bajo el control de Lisbeth, ya no chismeaba sobre fraudes, sino sobre las maravillas del corporativo.
—¡El chisme es que el Ingeniero nos va a dar un bono de Navidad por la moral corporativa! ¡Y que Lisbeth lo aprobó!
Lisbeth, escuchando, sonrió. La felicidad de la oficina era más grande que la infelicidad de sus hogares.