Capítulo 1 [Parte 1]: Meyer
—Teresa muévete que vas a llegar tarde —gritó mi madre desde la cocina. Terminaba de abrochar mi pantalón y a paso torpe, salí de mi habitación. Traté de arreglar un poco lo desprolija que se encontraba mi larga melena negra.
—Buenos días mami —planté un beso en su mejilla mientras ella terminaba de hacer las tostadas.
—Buenos días, apresúrate que ya es tarde —me dijo en un pequeño regaño; tomé mi tostada y le di un gran mordisco.
—Te prometo que mañana me levanto más temprano —aseguré en un balbuceo.
—No se habla con la boca llena —volvió a reprocharme.
Me atarugué la tostada y el jugo de naranja para luego correr hacia el baño de mi habitación a cepillarme los dientes. Me enganché la mochila y bajé a toda velocidad, me despedí de mi madre y empecé mi trayecto hacia el Instituto de Groween.
Era mi primer día del último año en un nuevo instituto. ¿Estaba nerviosa? Demasiado. No quería que nadie me viese como un bicho raro y tuvieran una primera mala impresión de mí, solo quería que la palabra normal volviese a estar incluida en el vocabulario de mi vida.
Mamá y yo nos habíamos mudado a este pequeño pueblo dos semanas atrás, para empezar de nuevo. Después de la muerte de papá se nos hizo bastante difícil quedarnos en Brooklyn, así que decidimos tener un nuevo comienzo, algo a lo que yo le llamaría un… renacimiento. Empezar un lugar en el que nadie nos conociera, en el que no recibiéramos miradas de pena y dejar los resentimientos atrás.
El instituto no quedaba muy lejos de casa, así que caminar no sería un problema para mí. El pueblo era acogedor, algo propicio para un nuevo comienzo, la gente parecía amable y muy cortés. Ya ingresando al establecimiento era notable la abundancia de estudiantes, algunos cuchicheaban y otros conversaban en voz alta. Mientras atisbaba mi vista por cada detalle del instituto, choqué estrepitosamente contra un muchacho.
—No era necesario que tropezaras conmigo, podías hablarme directamente —le puse cara al esbelto cuerpo y este parecía obra de los mismísimos dioses griegos. Reaccioné al instante ante sus palabras con algo de desconcierto, mientras me dedicaba una sonrisa pícara.
—¿Eh? —Ni siquiera pude formular una pregunta coherente ante tal imponente figura.
—Mucho gusto, Meyer ¿Y tú guapa? ¿Cuál es tu nombre? —¿Guapa? Nadie en mi insignificante vida me había dicho guapa, lo único “lindo” que tenía eran mis ojos azules, de ahí era muy normal.
—¿Ah?
—Tranquila, sé que puedes estar nerviosa, es lo que causo en las chicas por lo general —¿Me estaba hablando en serio? Su arrogancia me causó cierto fastidio, lo que me hizo reaccionar de una vez por todas.
—Perdona, no te conozco.
—Claro que me debes conocer preciosa, soy Meyer. Todos aquí me conocen —una sonrisa ladina junto a una expresión de malicia se formó en su rostro.
—Bueno, sigue hablando con tu ego amiguito —palmeé su hombro y en un movimiento ágil lo rodeé para avanzar.
Okey, ese había sido un encuentro un tanto extraño. No voy a negar que estaba buenísimo en todos los aspectos posible, esos ojos avellana junto a esas largas pestañas y esas cejas pobladas, podrían derretir a cualquiera. De seguro era deportista, su cuerpo era muy atlético y a simple vista se podía decir que estaba muy marcado. Su cabello era tan negro como el ébano y encajaba perfecto con sus finas facciones. ¿Cómo me había dicho que se llamaba? ¿Miller? ¿Manuel? Expulsé rápidamente esos pensamientos al entrar al auditorio del instituto.
Era muy bonito, tenía un aspecto rústico, pero elegante. Darían una pequeña bienvenida por el nuevo ciclo escolar y la verdad no tenía muchas expectativas, era mi último año. Lo único que quería era terminar el hormonal colegio y entrar a la universidad lo más rápido posible. Aunque casi todo el mundo se desvivía diciendo que el colegio era la mejor etapa de sus vidas, yo creía todo lo contrario. Para mí, simplemente se reducía a amistades falsas, romances tóxicos y dramas adolescentes.
Tomé asiento en una de las butacas finales, mientras dejaba caer mi mochila en el suelo. Saqué el celular del bolsillo trasero de mi pantalón para revisar Instagram y bajarme la autoestima con chicas que precian salidas de revista. Mientras deslizaba mi dedo índice por la pantalla, una figura se mantuvo de pie frente a la butaca vacía junto a mí.
—¿Ocupado? —preguntó una voz masculina. Ni siquiera levanté la mirada, hice un ademán con la mano para que prosiguiera. Sentí el peso de su mirada sobre mí, aunque traté de ignorarlo por completo, no pude evitar mirarlo. Me llevé una gran sorpresa al notar a un chico muy simpático, sus ojos eran de un verde muy vivo, su cabello castaño rizado caía hasta más debajo de sus orejas y su rostro te inspiraba seguridad. Su piel estaba ligeramente bronceada y tenía una contextura normal.
>> ¿Eres nueva? —su pregunta me sacó de mi exhaustiva evaluación de su anatomía.
—Si, Teresa —extendí mi mano para mostrar cordialidad, el respondió al saludo.
—Pierre.
—Mucho gusto Pierre —le dediqué mi mejor sonrisa.
—¿Qué te trajo a Groween? —noté cierta curiosidad en su pregunta.
Espera, espera ¿Cómo sabía que era nueva en la ciudad también?
—¿Cómo sabes que acabo de llegar? —cuestioné como reproche a lo que me arrepentí al instante.
—Teresa ¿no? Este pueblo es tan pequeño y absolutamente todos pasan por este colegio. Así que solo puedes estar aquí un último año si eres nueva en el pueblo —explicó con suma tranquilidad y confianza.
Claro que tenía razón, pero ¿Cómo sabía que estaba en último año?
—Espera, ¿Cómo sabes que estoy en mi último año? —cualquiera que me escuchara aseguraría que me estaba empezando a incomodar. Pierre exhaló con frustración, como si debiera explicarme con manzanas.