Capítulo 5: Encuentra la condenada bicicleta.
—Mierda —espetó Pierre casi en un susurro mientras se levantaba torpemente de la silla, haciendo que esta rechinara estruendosamente.
—Shhh —lo callé desesperadamente. Aunque los pasos se escuchaban lejanos, cualquier ruido podría delatarnos y la verdad es que no quería morir ese día, no cuando había un loco suelto al cual desenmascarar.
—¡¿Y ahora qué hacemos?! —preguntó desesperado.
—¡Solo cierra la boca! —le grité en forma de susurro.
Por suerte había cerrado la puerta del sótano cuando bajamos, porque o sino de seguro en este momento estuviésemos siendo rebanados cual filete.
—Tenemos que esperar a que deje de pasearse por la casa o se valla al segundo piso —le informé con la esperanza de tener un plan concreto, pero la verdad no tenía ni la más remota idea de lo que haríamos. Estábamos metidos en un lio muy gordo y suicida.
—¿Y qué haremos si baja?
—Estamos muertos, literalmente —no era el momento para bromas, Teresa.
La adrenalina mezclada con el pánico no era una muy grata sensación, podía sentir mis tripas retorcerse por lo asustada que estaba. Pierre era un manojo de nervios y ambos a punto de un colapso nervioso no era una buena combinación.
—Tenemos que calmarnos y salir de aquí lo antes posible —una torpe idea surcó mis pensamientos. En estos momentos cualquier estupidez era válida si nuestras vidas estaban de por medio—. Sube las escaleras y levanta un poco la puerta del sótano para que confirmes si la sala esta despejada –le expliqué a Pierre quien me miraba con horror.
—¡¿Y por qué yo?! —okey, tenía que bajarle dos rayitas a sus nervios.
—No seas idiota, si te descubren, igual nos matan a los dos, estaríamos a la par —okey, tenía que dejar de bromear con la situación.
Asintió resignado y se fue acercando lentamente hacia las escaleras para luego subirlas lentamente, yo iba tras él, con sumo cuidado también. Cuando ya estuvo en posición, pude ver como levantó lentamente la puertita y escaneaba sus alrededores.
—No hay nadie en la sala ¿Ahora que hacemos?
—Saldremos —la cara de Pierre fue un poema.
—¡¿Estás loca?! Saldrás tú, pero yo no voy a morir hoy —volteé los ojos.
—Bien —mascullé entre dientes mientras lo quitaba de mi camino para quedar frente a la puerta del sótano.
Volví a levantarla lentamente para cerciorarme de que el lugar estuviese despejado y efectivamente lo estaba. Con sumo cuidado, terminé de abrirla. Tenía miedo de que mis temblorosas manos fallaran e hicieran caer la puerta. Salí con una lentitud increíble, mi corazón latía a mil por hora y el silencio del lugar me hacía escuchar dichos latidos, lo que me causo un pánico terrible ¿Y si el asesino escuchaba los latidos de mi corazón?
No seas ridícula.
Puede escuchar como Pierre venia detrás de mí, creo que ni siquiera estábamos respirando. No dejaba de observar las escaleras que conducían a la segunda planta, por si nuestro asesino se encontraba en el piso de arriba y se le ocurría bajar, tenía un efectivo plan para esa situación: Correr por nuestras vidas.
Llegamos de vuelta hacia el largo pasillo, la oscuridad del lugar no ayudaba a nuestros nervioso que estaban al borde del colapso y el silencio sepulcral me ponía los pelos de punta. Agradecí mentalmente que Pierre no quisiera ponerse a hablar en estos instantes, eso no ayudaría mucho. Nuestra silenciosa caminata se vio interrumpida por unos pasos provenientes del recibidor e instantáneamente me volteé hacia Pierre con cara de: Listo, hasta aquí llegamos. Pierre como salvador de la situación, tomó mi brazo y me trasladó, como si fuese una muñeca de trapo, hacia la cocina. Nos ocultamos de un lado de la isla quedando frente a unas puertas de los mesones.
Del otro lado de la isla se encontraba la puerta trasera de la casa, nuestra única escapatoria. Los pasos se fueron haciendo mucho más cercanos y el nudo en mi garganta me estaba asfixiando. Unas inmensas ganas de llorar se apoderaron de mí, pero me obligué a retenerlas, ya que mi llanto podía costarnos la vida. Y entonces, un aura de miedo total nos absorbió a Pierre y a mí cuando el desconocido llegó a la cocina, mientras me asomaba un poco desde el costado de la isla donde me encontraba, con el rabillo del ojo pude divisar la sombra que formaba aquella persona.
Con solo ver su sombra, ni siquiera su espalda, ni su brazo, nada, constate que, hasta la persona más sencilla, más simple, un ser humano más, podía ser capaz de hacer cualquier cosa, de acabar con una vida sin remordimiento alguno y el simple hecho de ni siquiera saber quién me asechaba, me provocaba un pavor enorme. Abrió la nevera y saco algo de esta, Pierre y yo no movimos ni un solo músculo durante esos minutos que parecieron horas y horas de tortura. No sé qué carajos tomó de la nevera, pero después de hacer lo que sea que hubiese hecho, lo escuchamos abrir la puerta trasera de la casa y el aire que estaba reteniendo en mis pulmones salió estruendosamente.
—Creo que me cagué de verdad —soltó Pierre, lo que me hizo formar una mueca de asco, pero rápidamente me enfoqué en lo primordial.
—Salgamos de aquí —tomé su mano y a la vez lo obligué a levantarse junto a mí.
Al llegar a la puerta, la sensación de tranquilidad que tendría al salir de aquella casa sería impresionante, pero la felicidad no me duró mucho, pues en cuanto Pierre le dio vuelta a la manija, ésta no abrió.
Mierda.
—No, no, no, no —ahora sí que iba a llorar.
—Cálmate, tengo una idea —sin darme tiempo a preguntar, con su codo rompió el cristal de la puerta.
No.
Me.
Jodas.
—¡¿Qué carajos crees que haces?! —le reproché desesperada, ahora sí que estábamos fritos. De seguro el psicópata ese ya nos había escuchado y venía tras nosotros.