Capítulo 10: Consecuencias.
Después de comunicar donde me encontraba, me arrastré hasta Remi. Me acerqué lo más que pude, ya mis jeans se habían manchado de sangre por el enorme charco que rodeaba su cuerpo, quería tocarlo y a la vez no. La herida iba desde una esquina de su abdomen bajo hacia la otra, la sangre era demasiada y se alcanzaban a ver sus órganos.
—No por favor, no por favor —musité en medio de sollozos. Unas inmensas nauseas se apoderaron de mí por la cruda escena.
No entendía por qué su boca también estaba llena de sangre, hasta que me fijé en el pequeño bulto que se encontraba junto a su cabeza.
Su lengua.
Le habían cortado la lengua.
No aguante más y el vómito salió de mi con rapidez, era una escena repugnante. Me alejé hasta quedar con la espalda pegada a la tarima y ubiqué mi cuerpo en posición fetal, en ningún momento despegué mi vista del cadáver, no podía mirar hacia otro lado. Se sentía como el precio que debía pagar por no haber actuado rápido o haber avisado a la policía.
Creo que me quedé en esa posición por un buen rato hasta que una enfermera apareció frente a mí.
—¿Señorita? ¿Señorita se encuentra bien? —preguntó, pero no podía hablar. No me podía mover.
Estaban metiendo el cuerpo de Remi en una de esas bolsas de cadáveres, pero no podía dejar de verlo, no podía.
>> Señorita, debe acompañarme por favor —tomó mi brazo y como si mi cuerpo fuese de trapo, me levantó de un suave tirón.
Seguí a la enfermera por inercia, ya no lloraba, ya no sentía, solo tenía la mirada perdida y un cuerpo en el que no albergaba más que dolor y culpa. La culpa de no poder haber hecho las cosas bien para salvar tres inocentes vidas que no merecían morir de esa forma.
La entrada del instituto estaba llena de patrullas policiales y dos ambulancias. Al pobre conserje lo tenían acorralado haciéndole preguntas de cómo era posible que tres alumnos pudiesen colarse dentro del establecimiento, cosa que fue en vano porque el hombre estuvo en su casa todo el tiempo. Eran las fiestas del pueblo, así que todo el mundo tenía el día libre.
Yo no era más que una espectadora, la gente a mi alrededor me hablaba, pero no podía responder, me sentía… vacía. A lo mejor era así como se sentía la muerte, un vacío infinito, donde todo a tu alrededor se mueve, todo vive, pero a ti no te queda nada, ni un solo rastro de humanidad porque te ha sido arrancada sin tu consentimiento, te han arrancado la paz, te han arrancado la dicha de sentir y entonces te conviertes en un cascarón hueco, porque dentro no hay nada.
Nada.
En medio del limbo de mis pensamientos, observé a alguien en una camilla, estaba siendo transportado hacia una de las ambulancias, me deshice del agarre de la enfermera y caminé hacia allí para ver de quién se trataba. Fue entonces que reaccioné en cuanto vi esos rizos castaños, sentí el último balazo impactar contra mi pecho.
—¡NO! ¡PIERRE! —intenté correr hacia la camilla, pero un oficial me abrazó por atrás haciendo que mis pies abandonaran el piso —. ¡SUÉLTEME! ¡PIERRE, POR FAVOR! ¡NO ME DEJES! ¡PIERRE, TU NO PUEDES MORIR! ¡TÚ NO! —la garganta me ardía por los desgarradores gritos, pero tenía la esperanza de que él me estuviese escuchando.
—Señorita voy a necesitar que se calme…
—¡SE CALME Y UNA MIERDA! ¡DEJENME IR CON ÉL! ¡PIERRE! —forcejeé con el tipo, pero era evidentemente más grande yo, incrementó la fuerza en el agarre y eso empezó a lastimarme.
>> ¡SUÉLTEME MALDITA SEA! ¡Necesito verlo! Necesito… verlo —deje de patalear ya que el llanto me pudo más, la garganta me dolía, pero el dolor de la culpa era mucho más fuerte que cualquier otro.
El oficial literalmente me arrastró hasta uno de los asientos de plástico que se encontraban fuera del instituto, yo no dejaba de llorar y llamar a Pierre, quería que estuviese bien, él tenía que estar bien. Si algo malo le pasaba, no me lo perdonaría nunca. La gente que se había acercado a husmear, me miraba con pesar, porque lo único que se escuchaba eran las sirenas de las patrullas, la de las ambulancias y mi incontrolable llanto que parecía no cesar.
Un hombre que vestía diferente, pero que llevaba una placa de policía, se acercó hacia mí a grandes zancadas, parecía muy furioso e iba a descargar su ira en mí.
—Oficial Patrick Lisbon, del departamento de investigaciones —levantó la placa que colgaba de su cuello —. Soy el encargado de este caso.
>> Tengo entendido, señorita Crymble, que usted estaba recibiendo mensajes del dichoso asesino y que ya había comunicado esto a la policía. Quiero saber por qué no avisó que había recibido nuevos mensajes —yo seguía llorando y sollozando mientras el oficial me miraba enarcando una ceja.
—Yo… tenía miedo… de que me hicieran algo y… quería ayudar.
—Pues déjeme decirle que deje de jugar a la detective e informe cuando le lleguen nuevos mensajes, ¡Su ayuda ya se ha cobrado tres vidas! —espetó y mi llanto había incrementado aún más. El hombre tenía razón.
—Yo… lo siento mucho —musité y cubrí mi cara con ambas manos, me sentía el peor ser humano que pudo haber pisado el planeta.
—¡Oiga! ¡No le grite así a mi hija! —levanté la mirada para encontrarme a mamá -bastante furiosa, a decir verdad- caminando hacia nosotros.
—Señora su hija no había informado sobre los nuevos mensajes y ahora tenemos a un joven muerto y uno herido —contestó el oficial en cuanto ella estuvo frente a él.
—Si, pero eso no le da el derecho de gritarle así, es una adolescente, está asustada, un loco la está acosando y ustedes no dan con su paradero —el oficial la miraba con suficiencia, como si supiera que esta discusión la ganaría él.
—De igual manera, debemos llevarnos a su hija a la estación para someterla a un interrogatorio y confiscar su teléfono. Tenemos que comprobar que no es ella la que está cometiendo los asesinatos y los padres quieren a alguien tras las rejas, no dudaran en acusar a su hija como la culpable —la cara de mamá palideció.