Capítulo 11 [Parte 2]: A la luz de las velas.
Aferrada a él, observaba las calles de Groween con pesar. Un pueblo pequeño, tranquilo, acogedor, sumido en las llamas del infierno de una persona que no ve adolescentes, ve presas, ve bolsas de carne que cree que puede rebanar con solo enviar un par de mensajes.
Saliendo de mis oscuros pensamientos, noté que estábamos tomando el camino hacia el instituto. Las alarmas en mi sistema se activaron.
¿Qué haríamos en el instituto?
Si su plan era ingresar como pequeños pillos al establecimiento, estaba muy equivocado. No entraría al instituto como la vez anterior para volverme a ganar un problema, ya estaba cansada de ellos.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunté con un enfado evidente.
No me contestó, solo se bajó de la moto y se dirigió hacia la puerta de entrada. No sé qué rayos hizo con la cerradura, pero en menos de cinco minutos, una de las puertas ya estaba abierta. Yo me quedé de pie junto a la moto ya que no me movería ni un poco hasta que me explicara que hacíamos allí.
—Vamos, tenemos que entrar —me dijo mientras se hacía a un lado de la puerta.
—No.
—Por favor, confía en mi —pegó las manos en modo de súplica e hizo un puchero que en otro momento me hubiese causado gracia.
Mi mente era un lío en ese momento.
¿Entraba o no?
Resoplé resignada y a paso apresurado ingresé al instituto. Sergio cerró la puerta detrás de nosotros, avanzamos un poco hasta que hizo que me detuviera cuando estábamos cerca del campus.
—Okey, voy a necesitar que cierres los ojos y cuando lleguemos los abres —asentí un poco desconfiada, pero de inmediato cerré los ojos y con su ayuda continué caminando.
Avanzamos un tramo considerable, hasta que hizo que me detuviera.
—Bien, puedes abrirlos —en cuanto abrí mis ojos me llevé ambas manos a la boca, mis ojos se humedecieron de inmediato.
Un pequeño mantel blanco reposaba sobre el césped y varias velas del mismo color lo rodeaban. En el centro del mantel había una funda del restaurante de comida rápida del pueblo, la gaseosa estaba servida en copas muy elegantes y había dos platos vacíos, donde se supone que pondríamos la comida que se encontraba en la funda.
—Ey, no llores, se supone que te debías emocionar, no llorar.
—Esto es… es… gracias —no encontraba las palabras exactas para expresar lo que sentía en ese preciso instante. Mi corazón iba a salirse de mi pecho en cualquier momento por la cantidad de emociones que experimentaba mi cuerpo en aquel instante.
—Tome asiento, distinguida dama —hizo una reverencia a lo que yo reí estruendosamente.
—Que caballeroso —me senté sobre el mantel y él imito mi acción.
—Se que nuestras salidas habían resultado un poco… desastrosa, así que decidí hacer algo ¿Lindo? —se rascó la nuca un poco nervioso y tomé su mano libre.
—Es precioso, gracias —le di mi mejor sonrisa a lo que él se sonrojo un poco.
Después de un pequeño silencio me dijo que comiéramos porque o si no se enfriaría, degustamos de una deliciosa hamburguesa y unas papas a la luz de las velas, con la gaseosa servida en una elegante copa, por lo cual brindamos y luego nos reímos un poco por lo ridículos que nos veíamos.
Conversamos un poco sobre cualquier tema que se cruzara por nuestras mentes y sobre lo mucho que odiábamos el instituto. Nuestra conversación se tornó un tanto incómoda cuando comentó sobre las misteriosas muertes que se habían estado dando en el pueblo, desvié el tema con éxito, no quería arruinar lo bien que estaba yendo la cita.
—Y bien, dime ¿Quién es Teresa? —su pregunta me tomó por sorpresa.
—Pues yo, quien más —rodó sus ojos.
—No me refería a eso, la verdad es que… no conozco mucho de ti, lo único que sé, es que eres… explosiva.
—¿Explosiva? —pregunté incrédula.
—Si, tu personalidad… siempre dices lo que te pasa por la cabeza, eres espontánea, divertida y muy, pero muy linda —dijo mientras se acercaba demasiado a mi rostro.
—Cuidado casanova —lo empujé colocando mi mano en su pecho y se alejó riendo por lo bajo mientras negaba con la cabeza.
—Me refiero a que no conozco nada de ti, de tu pasado, de dónde vienes —suspiré fuertemente, haciendo que él se detenga.
—Tengo un pasado complicado —apoyó sus codos sobre sus rodillas juntando sus manos, apoyando su cabeza en ellas.
—Soy todo oídos —dudé un poco en si debía contarle o no.
Mi corazón empezó a latir con frenesí, estaba a punto de abrir esa herida del pasado para compartirla con Sergio. No sabía porque, pero sentía que podía contárselo todo a él, que no me juzgaría y que me entendería.
—Soy de New York, de Brooklyn para ser más exacta. Pues tenía una vida normal, me iba bien en la escuela, luego ingresé a la secundaria, siempre con las mejores calificaciones. Toda estaba bien, todo estaba jodidamente bien —sentí el nudo instalarse en mi garganta—. Cuando tenía catorce años, nos enteramos que papá tenía cáncer en el hígado, lo que era una pequeña cirrosis creció hasta acabar con su vida.
Me miró con pesar y le dio un breve apretón a mi mano en señal de apoyo.
—Lo siento mucho.
—A mis dieciséis el falleció, fue la primera vez que tuve un ataque de pánico. Mamá se asustó tanto de solo pensar que aparte de haber perdido a su esposo, también perdiera a su hija… fue una época bastante dura —reuní valor desde los más profundo de mi ser y me deshice de la chaqueta de jean.
Sergio observaba atónito mis brazos, la verdad es que era una escena muy desagradable a la vista, las cicatrices eran demasiadas, unas más grandes que otras y la única persona que las había visto era mi madre.
—Tus brazos… —musitó con horror.
Me dio mucho miedo que él, al saber de esto, se alejara de mí. Arrepentida por habérselas mostrado tomé la chaqueta con rapidez para volver a colocármela, pero me interrumpió en el proceso negando con la cabeza.