Una noche, el teléfono de su casa sonó.
Debía ser una llamada urgente, porque pese a las altas horas de la noche, el remitente seguía esperando que alguien contestara. El timbre no paró hasta que una mujer abrió los ojos sobresaltada.
Ellie se despertó, pues el sonido le perforó el oído como un grito en la oscuridad. El reloj de la mesita marcaba más de medianoche. Se levantó de la cama y caminó hacia la sala de su departamento, donde se encontraba el antiguo teléfono que servía más de decoración que como artículo de comunicación.
Con una expresión descorcertada, hizo caso al costante pitido.
¿Quién le estaría llamando a estas horas?
Elle descolgó el teléfono y acercó el aparato a su oído, un escalofrío subiendo por su espalda.
—Ellie… —susurró una voz grave.
El aliento se le congeló en el pecho, y su piel se erizó en un instante.
Por la sorpresa y el horror, Elle soltó el teléfono, cayendo abruptamente en la alfombra.
Esa voz. No podía ser… pero era inconfundible. Si la había escuchado todos los días por años.
—¿Ellie? ¿Estás ahí? ¿Ellie? No te asustes, soy yo, Ethan, cariño —la voz al otro lado seguía hablando, allanando el silencio sepulcral del ambiente.
Elle estaba en un estado de shock, incapaz de reaccionar.
—¿Me escuchas? Ellie, termina con él. Tienes que hacerlo. Ese sujeto es un hombre peligroso —continuó la voz, arrastrando las palabras, como si cada sílaba fuera un asunto de vida o muerte.
—¿Quién… quién eres? —preguntó ella al coger el teléfono con una rapidez incrédula, sintiendo el pulso desbocado en sus oídos.
—Sabes muy bien quién soy, mi vida—la voz sonaba cansada, rota—. Bueno, sabes quién fui. Solo quiero protegerte. Y ahora tengo una última oportunidad de hacerlo.
Antes de que pudiera reaccionar, la llamada se cortó abruptamente, dejando el aire impregnado de un silencio opresivo.
Aturdida, Ellie se quedó con el teléfono en la mano, sus pensamientos desordenados y caóticos. Aquella voz era idéntica a la de Ethan, su esposo.
Pero era imposible.
Él estaba muerto.
Murió hacía ya tres años, en una noche que, pese al pasar del tiempo, nunca podría borrar del todo en su cabeza, en su alma y en su horror.
Desde aquella noche, su memoria había querido suprimir los detalles, como si una cortina oscura se hubiera deslizado sobre sus recuerdos, ocultando lo que no podía soportar ver con claridad. Solo recordaba fragmentos, sensaciones de horror difusas.: un retumbar lejano, el sonido hueco de la puerta abriéndose y gritos lastimeros que aún resonaba en sus oídos.
Lo habían asesinado como un perro en su propia casa.
Mientras ella se encerraba en su habitación, él bajó a enfrentarse al hombre.
No recordaba mucho el proceso, pero sí la vez que al bajar, vio su cuerpo inerte.
Ese cuerpo no era Ethan: era un amasijo de carne y sangre sin forma, que manchaba la alfombra que juntos habían comprado.
¿Cómo podían ser esos restos su querido esposo?
Esa noche, la policía la encontró desmayada.
Casi la misma sensación que la poseía ahora.
Sin poder soportar la soledad de su habitación, Ellie se levantó y, sin pensarlo dos veces, salió a toda prisa de su apartamento. Los pasillos estaban vacías, y la ciudad parecía sumida en un sueño frío y distante.
Corrió hasta el departament de Dylan, su milagro que le había ayudado a recobrar algo de paz en medio del caos de su vida. Golpeó la puerta con fuerza, sin importarle la hora.
Dylan abrió la puerta, y sus ojos reflejaron sorpresa al ver su estado: el cabello revuelto, la respiración agitada, la mirada perdida.
—Cariño, ¿qué pasa? —le preguntó, tomando su rostro entre sus manos para calmarla.
Ella lo miró, y en ese instante, una mezcla de miedo y alivio se apoderó de ella. Debería contarle lo que había ocurrido, pero las palabras parecían un absurdo. Si le confesaba que había escuchado la voz de su difunto esposo, seguramente pensaría que estaba perdiendo la cabeza.
Y ella pensaba que estaba en ese camino.
—Nada —dijo finalmente, esforzándose por controlar el temblor en su voz—. Una pesadilla tonta. Solo… necesitaba verte.
Él la abrazó, fuerte, susurrándole palabras de consuelo. En sus brazos, Sofía sintió una paz temporal, como si aquellas sombras que la acechaban pudieran disiparse en la calidez de su abrazo.
Sin embargo, en lo profundo de su mente, la advertencia seguía presente, la voz de Ethan resonando con cada segundo que pasaba.
“Termina con él”.
Esa noche, mientras se acomodaba junto a Dylan en su cama, intentó convencerse de que había sido una alucinación, un producto de su dolor aún latente. Pero, aunque intentaba convencerse de su propia cordura, el eco de la voz no la abandonaba.
Mientras el reloj avanzaba en la oscuridad, Ellie sentía que algo en su interior empezaba a transformarse. Había miedo, sí, pero también un extraño anhelo.
Intentando sofocar aquel sentimiento, se giró en la cama y observó el perfil de Dylan en la penumbra. Su rostro estaba tranquilo, pacífico, ajeno a ella. Milagrosamente, había vuelto a encontrar el amor en sus brazos. Puro, reconfortante y cálido, la había conquistado durante su periodo más desquiciado.
La amaba y ella también a él.
Pero la voz seguía allí, como un recordatorio de que el pasado nunca moría del todo.
Y así, en la oscuridad de la noche, mientras su prometido dormía plácidamente a su lado, ella quedó atrapada en los susurros de una dulce pesadilla donde su esposo despertaba de entre los muertos.