Ellie estaba frente al departamento de Dylan con una ansiedad que apenas podía contener.
Tenía las llaves en la mano, una copia que le había dado por emergencia. Sabía que él no estaría hasta la noche. A cada paso, el eco de la advertencia de Ethan resonaba en su mente como un pitido constante: “Es un monstruo”
Ellie sentía que necesitaba algo más, una confirmación, una razón que le mostrara que lo que Ethan había dicho no era una simple alucinación.
Necesitaba ver con sus propios ojos.
Entró a la casa y el silencio la envolvió con una frialdad inquietante. Todo parecía normal, demasiado normal.
Se acercó a la habitación de Dylan, moviéndose con cuidado, como si el suelo pudiera delatarla. Al llegar a su habitación, buscó con la mirada algo fuera de lo normal. En su mesita de noche, había una foto suya, por lo que involuntariamente suspiró.
¿En qué estaba pensando?
Él la amaba. Era una buena persona: no le haría daño.
Mientras acomodaba la fotografía, vio cómo se caía una llave. La recogió del piso, y frunció el ceño.
Como si alguien la hubiera puesto a propósito ahí, Ellie se percató que coincidía con la chapa del último cajón de su mesita.
No había tiempo para dudar. Lo abrió.
Dentro, amontonadas de forma descuidada, encontró fotografías que al principio parecían inofensivas. Había varias fotos de él en distintas partes de su vida.
Pero mientras más revisaba, más incomprensible se volvía todo.
Había algo fuera de lugar en algunas imágenes, como si ella estuviera en situaciones que no recordaba.
Ellie ahogó un grito.
En el papel, se vio a sí misma: en una cama, dormida, desnuda y en una pose sugerente.
¿Qué mierda era esto?
Su mente quiso rechazar lo que veía.
No recordaba esto, tampoco lo otro.
Sentía que el suelo bajo sus pies se hundía, y apenas podía sostener las imágenes en sus manos temblorosas.
¿Quiénes eran las otras personas?
Ella no era la única retratada. Había otras mujeres también.
Mujeres que nunca había visto, en las mismas poses, en la misma cama.
Algunas parecían estar dormidas, pero había algo en sus expresiones que parecía trágicamente inmóvil.
Estaban dopadas.
Las palabras de Ethan regresaron a ella con fuerza: “Su vida está llena de secretos y mentiras.”
Con cada imagen, sentía como si su mundo se desmoronara lentamente, pieza por pieza.
¿Por qué Dylan tenía esas fotos? ¿Qué clase de obsesión macabra ocultaba?
Se sentía atrapada en una realidad que de repente había revelado su verdadero rostro, tan oscuro y retorcido como las sombras que comenzaban a inundar la habitación. Este rostro no podía mimetizarlo con el que siempre le había mostrado a ella: un hombre amable, algo terco pero que siempre estaba para ella.
Esa imagen se destruia con cada foto. Quedaba solo la sombra: era malo.
Ellie sintió el impulso de dejar todo, de salir corriendo y nunca mirar atrás, pero sus manos parecían congeladas.
Mientras volvía a poner las fotos en el cajón, sus ojos se detuvieron en algo aún más perturbador: una pistola.
Sintiendo que el aire se volvía pesado, Ellie dio un paso atrás.
El sonido de la puerta principal abriéndose rompió el silencio.
El pánico se apoderó de ella. Sintió una ráfaga de frío recorriendo su cuerpo, mientras cerraba el cajón y trataba de calmar su respiración.
Dylan había regresado. Escuchó sus pasos en el pasillo y sintió cómo su corazón palpitaba con fuerza.
Trató de mantener la calma mientras él se acercaba a la habitación, su sombra alargándose en el umbral de la puerta.
Había salido del trabajo temprano.
Cuando él apareció, le dedicó una sonrisa, como si nada hubiera pasado, pero ella sentía que estaba siendo observada, que Dylan podía leer cada uno de sus pensamientos.
Ella le devolvió la sonrisa, una mueca forzada.
—¿Todo bien, Ellie? —preguntó él, su voz suave pero con un matiz que ahora le resultaba casi siniestro.
—Sí… sólo vine a buscar algo —respondió ella, tratando de sonar casual, pero su voz tembló ligeramente—. No sabía que hoy salías temprano.
Dylan la miró con una expresión que ella ya no podía interpretar. ¿Era preocupación o sospecha?
Sintió que el aire en la habitación se volvía pesado.
—¿Por qué no me dijiste que vendrías? —dijo él, sus ojos fijos en ella, observándola con una intensidad que la hizo estremecerse. Unos ojos que ayer la habrían enternecido ahora la asustaban.
—Lo siento… fue algo rápido.
Él asintió.
No se atrevía a moverse.
Dylan se acercó a ella, extendiendo una mano para acariciar su rostro. Su toque, que antes le había parecido cálido y reconfortante, ahora le resultaba frío. Ellie tuvo que contener un estremecimiento cuando sus dedos rozaron su mejilla. En su mente, las palabras de Ethan resonaron de nuevo, como una advertencia imposible de ignorar.
—Te ves nerviosa —murmuró él, sus ojos brillando con una chispa de curiosidad—Desde hace unos días estás distraída. ¿Ha pasado algo?
—No ha pasado nada—respondió ella, con un hilo de voz—solo es por lo de siempre. Ya sabes, se acerca ese día.
—Ay, cariño, ven aquí—Dylan la acunó en sus brazos—. No llores.
Ella no estaba llorando; estaba temblando.