Termina con él

0 4 : La huida

Ellie giró la llave del auto y escuchó cómo el motor rugía bajo el capó, rompiendo el silencio de la madrugada. Temblaba mientras sus pensamientos corrían a una velocidad tan vertiginosa como el carro que estaba a punto de poner en marcha.

Tenía que salir de ahí. De Dylan, de su casa, del pueblo, de la dolorosa verdad: había sido engañada.

El auto avanzó con un bramido sordo, dejando atrás el departamento donde todo se había vuelto oscuro y peligroso, el lugar que ahora estaba impregnado de secretos horribles que parecían adherirse a su piel.

La noche era profunda y las luces de la ciudad empezaron a perderse a medida que se adentraba en la carretera que conducía hacia el pequeño pueblo en el que alguna vez vivió con Ethan. Ahí tenía su casa abandonada, ahí estaría segura mientras tanto.

No sabía si estaba huyendo hacia la seguridad o si solo estaba volviendo a un recuerdo que ya no existía, pero la idea de regresar al lugar donde lo había tenido, donde se había sentido amada, la impulsaba a no detenerse.

“Escapa”.

“Huye de él”.

La carretera estaba desierta. Ellie mantenía la mirada fija, aferrada al volante mientras el auto avanzaba con una velocidad cada vez más peligrosa. No podía detenerse. No le había dicho nada a él, pero sabría que no estaría al no poder comunicarse con ella.

Las luces de un carro, sin embargo, la cegaron en un instante.

Levantó la vista, y lo vio: unas luces se acercaban, demasiado rápido, demasiado intensas.

Ellie sintió el estómago retorcerse al darse cuenta de lo que significaba.

Era Dylan.

No había escapado de él, no podía simplemente desaparecer de su vida como si todo lo que habían compartido se borrara en un instante.

Se negó a frenar; el pánico se mezclaba con la adrenalina, impulsándola a ir más rápido. Pero las luces traseras no cedían; se mantenían a la misma distancia que cada vez se hacía más corta, siguiendo cada uno de sus movimientos.

El celular le seguía pitando. Era su número. Se había dado cuenta que había escapado.

Él la estaba cazando.

La velocidad aumentaba y el miedo la hacía no detenerse.

Sin embargo, las curvas cerradas y la oscuridad que se extendía delante de ella hacían que controlar el auto fuera cada vez más difícil. El volante se le resbalaba en las manos sudorosas y sus ojos comenzaban a arder de tanto mirar hacia adelante, sin parpadear.

A cada giro, las luces de Dylan se acercaban más y más, como si él supiera exactamente lo que iba a hacer antes de que ella lo intentara.

Ellie empezó a sentir que no podría mantener el control mucho más tiempo. En el último instante, giró con todas sus fuerzas para tomar una curva cerrada, y el auto se deslizó fuera del asfalto, resbalando en la gravilla y el barro antes de estrellarse contra una señal de tráfico.

El choque fue violento.

El sonido del metal retorciéndose y los vidrios estallando llenaron el silencio de la noche, y el impacto la arrojó contra el volante.

Ellie sintió una punzada de dolor en las costillas. Con un esfuerzo, parpadeó y trató de moverse, el cuerpo adolorido y los sentidos aturdidos.

Logró levantarse y salir del auto.

Antes de que pudiera reaccionar, las luces del auto de Dylan se detuvieron a unos metros de ella.

Su respiración se congeló.

Lo miró salir del coche, avanzar hacia ella con pasos lentos, como si no tuviera prisa alguna. Su figura alta y oscura se recortaba contra los faros, que lo iluminaban como una sombra siniestra.

Ella corrió pero, herida, no pudo igualar la velocidad de él. En su desespero, cayó en unas ramas caídas, tropezándose e impactándose contra el pasto. Dentro del bosque, Dylan se inclinó, observándola con una expresión de aparente preocupación

—Ellie… —murmuró—. ¿Qué crees que estás haciendo?

Su voz tenía un tono suave, pero Ellie ya no le creía, más bien parecía como una amenaza. Su garganta estaba seca, pero las palabras salieron, entrecortadas, cargadas de pánico.

—¡Aléjate de mí!

Dylan frunció el ceño, y en sus ojos hubo un destello de molestia.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó—. Sales así de la nada, no contestas el teléfono. Dios, estás herida. Déjame ayudarte. ¿Ha sucedido algo?

—No te acerques —su voz apenas fue un susurro—. Yo sé lo que eres. Sé lo que hiciste.

Él la miró en silencio por un instante. Luego, su expresión cambió. La preocupación desapareció y fue reemplazada por algo mucho más oscuro. Una frialdad gélida se asentó en su rostro, mientras él la observaba, evaluándola.

—¿Qué crees que sabes, Ellie? —preguntó, en un tono casi burlón—. Dime, ¿qué crees haber descubierto?

Ellie sintió que el corazón le martilleaba con fuerza. La idea de lo que había visto, las fotografías, las otras mujeres, el terror de pensar que él había estado manipulándola todo el tiempo… todo se mezcló en una confusión que apenas podía procesar.

—Eres un monstruo —murmuró—. Te he visto, las fotos…

Dylan respiró hondo, sus ojos entrecerrados y su mandíbula apretada.

—Así que has estado husmeando ese día en mi casa—dijo, con su voz contenida—. Pero déjame decirte algo, cariño. No todo es como parece.

Las palabras flotaron en el aire, helándola. Ellie sintió que las piernas le temblaban y que las lágrimas quemaban sus ojos.

—Déjame en paz, Dylan —le dijo, con la voz rota—. No quiero saber nada más. Solo déjame.

Dylan dio un paso atrás, levantando las manos en un gesto que imitaba una rendición.

—¿Pero qué te pasa? No soy el villano aquí, Ellie —dijo —. Sé que estas fechas te afectan. No puedes estar sola aquí.

—Déjame sola. No me mates, por favor —gritó, con las lágrimas corriendo por su rostro.

Dylan la cargó del suelo y la acunó en un abrazo que le enfrió el cuerpo.

¿Hoy sería su última noche?

—Cálmate, Ellie. Vamos a casa, ¿sí? Allí estarás mejor —la endulzó, cargándola hacia su auto.




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