Quién diría que no es sino hasta luego de ocho minutos que nos daríamos cuenta que el Sol se ha apagado, ya que éste es el tiempo que tarda aproximadamente un quantum de luz para llegar a nosotros.
Dichas partículas lumínicas viajaban a 300000 km/s hasta atravesar el trasparente vidrio de una ventana que protegía del exterior a una habitación, recinto tranquilo y sereno que albergaba una alta biblioteca de madera: Einstein y Newton entre los autores más resaltantes; paredes claras se levantaban por los cuatro costados, las cuales mantenían una temperatura agradable para cualquiera que entrase allí.
Infinidad de reconocimientos adornaban el lugar demostrando que quien frecuentaba había utilizado su tiempo para crecer académicamente.
La foto de una familia de cinco integrantes se podía divisar en un escritorio de vidrio resistente donde, a parte de la instantánea antes mencionada, se ubicaba una pantalla táctil de última generación. Un documento era reflejado por la misma, mientras ciertos ojos de color café realizaban una lectura silenciosa y muy rápida.
La alerta de un aparato de telecomunicación muy avanzado cortó la concentración del momento. Emergió un holograma, el cual mostró la figura delgada de una dama, no menor de 40 años, muy elegante, con el respectivo carnet que la identificaba como empleada de una fundación muy prestigiosa.
—¡Jume!, ¿Hablo con el Doctor Alonso Martinz? —dijo muy formalmente la mujer.
—Sí, con el habla. ¿En qué le puedo servir? —indicó observándola.
—Lo llamo desde Estocolmo, Suecia, para notificarle que ha sido el merecido ganador del Nobel en Fisiología y Medicina del año 2020 que será entregado el próximo diez de diciembre —hizo una pequeña pausa—. Todos los gastos corren por la Fundación Nobel, usted sólo tendrá que estar acá un día antes ya que se realizará la gran cena privada con todos los premiados y homenajeados de esta ocasión.
—Muy agradecido con la organización Nobel. Será todo un placer y honor recibir tan prestigioso galardón.
—El placer es nuestro al engrosar la lista de afamados ganadores con el hombre que salvó tantas vidas en nuestra sociedad y muy personalmente, el de mi madre, algo que tengo que agradecerle, Doctor Martinz —comentó la mujer algo conmovida.
—Me alegra que su mamá goce de buena salud —sonrió.
—Se hospedará en el Hotel Seuden y se le asignará un agente personal para que lo acompañe y guíe en toda su estancia por nuestro país. —Continuó con su característica formalidad— ¿Alguna duda, Doctor?
—Ninguna —respondió con un carismático gesto.
—Complacida de haberme dirigido a usted, ¡Lo esperamos!
—Allá estaré, señorita. ¡Jetve maiho!
Luego de culminar la conversación, el hombre agarró una pequeña taza de porcelana que contenía café. Un café característico de los Andes Venezolanos, su delicioso aroma cubrió toda la habitación reflejando parte de la tradición propia del pueblo santacrucense.
Conmocionado por la noticia recibida se acercó a la foto familiar.
—Sé que están orgullosos de mí donde quiera que se encuentren —pensó observando a todos sus seres queridos víctima de la pandemia en el 2005.
Posterior a ello, tomó su asiento para continuar tranquilamente en su labor cuando una sensación extraña lo hizo detener. Presentía miradas. Levantó la cara y observó con perspicacias a ambos costados.
Todo estaba en su lugar, así que prosiguió con aquel artículo de investigación, sin percatarse que a un par de cuadras cierta amenaza aguardaba.
En un edificio adyacente, determinado artefacto de interferencia electromagnética logró interceptar dicha plática. La habitación donde se encontraba el dispositivo era reinada por la oscuridad y pantallas con luminarias verdes; un sujeto apartó de sus oídos los audífonos, reposándolos a su lado izquierdo sobre la mesa metálica.
Aquel rostro marcó una sonrisa peligrosa y usando sus manos protegidas por guantes compuestos de látex negro apagó el aparato y el humo de cigarrillo se hizo presente.