El Sol emanó los últimos rayos del día, éstos iluminaban las cinco estrellas doradas que se encontraban en la fachada, sobre las enormes letras que indicaban el nombre del gran edificio, el Hotel Seuden.
En una de sus habitaciones se hallaba la mente prodigiosa del gran Dr. Martinz, el cual usó sus manos para alistar una clásica corbata de color negro que dio el toque de formalidad al ya acostumbrado smoking de las galas importantes.
—Amor, estoy listo —comentó a su novia mientras se observaba en el gran espejo de la sala del lugar.
—Acá estoy Alonso, vamos —respondió Cristal al salir de la alcoba.
Un elegante vestido negro resplandeció por todo el lugar con un pronunciado escote, el cual realzaba sus delicados hombros y delgado cuello. La fina tela se había adaptado ya a su definido cuerpo, llegando hasta al nivel de los muslos para abrirse en una V invertida que dejaba descender una elegante cola de pingüino y así rozar sus delicados tobillos, dejando al descubierto la elegancia y belleza que tanto la caracterizaba, a su vez, su frondoso cabello crespo jugueteaba libremente cual árbol a merced del tempestuoso viento.
—Pero, ¡Qué hermosa estas! —manifestó Martinz mientras se acercaba.
—Tú también estas muy guapo y elegante, querido —dijo la bella joven mientras abrazaba a su novio—. Vamos, el aeroauto debe estar esperándonos.
El afamado científico se acercó a una mesa de noche, allí recogió su reloj cuántico, una prenda-instrumento tecnológico capaz de realizar diversas acciones, desde las mediciones más simples hasta diversas alteraciones de las dimensiones; en el Planeta Terra es único en su clase, aunque el poseerlo también pudía ser catalizador de peligro. Posterior a colocarlo sobre su muñeca izquierda proyectó una línea roja por un segundo: VARIACIÓN TIEMPO-ESPACIO. Alonso la leyó y la sintió como un pinchazo en la sien.
—Esto nunca había pasado —pensó—. Reporte... —ordenó al dispositivo, y apareció Cristal por la entrada de la alcoba.
—Ya llegaron a buscarnos —comentó sin percatarse de aquella extraña alerta, aunque notó abstraído a su hombre.
Martinz se quedó pensativo por un instante, analizando la razón de aquel sobresalto en el aparato. Un movimiento de cabeza, como para desprenderse de esos pensamientos, hizo que el merideño regresara con su prometida para volver a sus planes originales.
La distinguida pareja atravesó el gran vestíbulo del hotel luego de usar el portal, la señorita Larsson los recibió muy carismáticamente.
—¡Jume! Acompáñenme, por favor —indicó la pelirroja señalando a las afueras del edificio.
Una aerolimusina, último modelo, los esperaba mientras su conductor sostenía cortésmente la puerta abierta para la entrada de los elegantes pasajeros venezolanos.
Luego de saludar al chofer de aquel vehículo se dispusieron a entrar, el interior de terciopelo reflejaba un color vinotinto que resaltaba tanto en sus pupilas como en las copas que contenían una fina botella de champán recién destapada; el lujo era exuberante.
Tras el brindis y par de kilómetros recorridos llegaron a su destino, una gran alfombra roja rodeada de periodistas y cámaras se observaba a través de la ventana.
La puerta fue abierta por un joven de protocolo, los flashes no se hicieron esperar cuando lograron divisar al ingenioso y famoso científico que arribaba al agasajo privado. Una pareja envidiable; él, refinado como siempre, ella con su característico glamour, deslumbraron entre los medios de comunicación que estaban cubriendo el evento.
Una vez dentro se pudo ver un gran candelabro cristalino que se suspendía desde el techo del recinto y la orquesta sinfónica hizo ameno el momento para los exclusivos invitados.
El Doctor Martinz no pasó desapercibido, fue recibido entre los aplausos de los asistentes mientras era mencionado por los altavoces de la fiesta.
Eva Larsson los ubicó en una de las mesas reservadas únicamente para los ganadores del galardón. La atención era increíble, la comida exquisita y la música sonaba como si los propios dioses tuvieran los instrumentos en sus manos.
Alonso observó nuevamente su instrumento científico, éste aun titilaba. Consumido por sus pensamientos, algo común en él, y el origen de aquel sobresalto en el sistema hicieron que su mente zagas comenzara a analizar todas las posibilidades para que aquello estuviese ocurriendo. Finalmente llego a una conclusión lógica.
—Seguro tiene una avería —internalizó, antes de retirar el reloj y guardarlo en su bolsillo derecho.
Cristal lo observaba detenidamente pero con delicadeza decidió tomar la iniciativa para extraerlo de ese monólogo profundo.
—¿No crees que sea un poco excéntrica e innecesaria la fiesta en cuanto a algunos lujos? —expuso a su novio.
—Sabes que los tiempos han cambiado, ya la sociedad no es lo mismo que hace años. La 3era Guerra Mundial hizo cambiar, mejorar y unir a la humanidad. Te comento esto ya que todo lo recaudado por el evento será enviado a la AUCYT para la división de Ayuda Humanitaria —explicó el Doctor a su amada con la sonrisa que siempre lo caracterizaba.
—Me parece muy buen gesto de la Fundación Nobel.
—Nada es como antes, la inexorable Ley de Murphy nos dice que si algo debe ocurrir va a ocurrir. Fue necesario que este planeta cayera tan bajo para aprender en muchos ámbitos sociales y resurgir como el fénix al que hace alusión nuestra nueva moneda mundial —bebió un poco del refinado vino.
—Aunque seas un poco modesto entiendes muy bien que el planeta está en deuda contigo —acarició el brazo de su amado.
—Lo mío nunca ha sido estos reconocimientos; el ayudar a mi pueblo, mi estado, mi país, mi planeta, eso es lo que me mueve e incentiva cada día a seguir colaborando durante este pequeño instante de la basta historia del increíble Universo —continuó Martinz mientras sostenía con muy buenos modales uno de los bocadillos—. De allí que le imprimo mi mayor empeño a ese gran proyecto científico del que soy participe.