Terra Fai: Un Nuevo Mundo

KAPTER VI-A

Un juego de muebles, a su lado una mesa donde reposaba lo que parecía ser un dispensador de agua mineral; en la pared frontal algunas imágenes religiosas se adherían mediante un sistema de imanes y el silencio aturdidor de una habitación casi desolada hacía eco en los oídos de un hombre que observaba su reflejo frente al espejo.

Cualquiera que no se hubiese enterado de la noticia que le dio vuelta al mundo el día anterior diría que iba a una fiesta muy elegante, ¿las razones?, zapatos de vestir negro junto a un pantalón del mismo color, una camisa de mangas largas color gris abotonada hasta el nivel del cuello. El motivo no era nada grato.

—Señor, ¿Desea un poco de café? —se escuchó la voz de una mujer de avanzada edad detrás de la puerta.

—No, gracias —respondió aquel individuo mientras ultimaba detalles dentro de la estancia.

—Cualquier cosita que necesite me la hace saber.

—Está bien. Hsedoet.

Un suspiro, como de quien tiene que afrontar la realidad, terminó por empañar el espejo. Sus ojos denotaban cansancio y varias horas vividas en vela; sus facciones parecían no expresar sentimiento alguno pero sus pensamientos eran hostigados por incredulidad. Aparentemente estaba llevando todo bien.

Tras aquellas paredes se percibía el murmullo de una gran cantidad de personas.

—Ya es hora, Doctor —esta vez era un hombre el que hablaba desde la puerta, posterior a golpearla levemente con sus nudillos.

Martinz caminó y con un movimiento de mano la puerta se deslizó para darle paso.

—Es por acá, sígame —añadió un integrante del protocolo.

El camino no era tan largo, pero la ilustre mente de Alonso no se percató de ello, no estaba en aquel lugar. Caminaba simplemente por inercia.

Las instalaciones eran enormes, grandes salas de galerías tipo museo bordeaban el pasillo; las voces que se escuchaban no tenían acento sueco, en realidad eran familiares. El calor del lugar era aplacado por aires acondicionados industriales, aunque su tamaño no reflejaba lo extenso del nombre.

Un grupo de periodistas se divisaba al fondo del pasillo, mientras unos metros antes se hallaba un gran marco de madera, con sus dos puertas abiertas de par en par.

—Doctor Martinz, nos han llegado reportes desde Suecia. Aún se desconoce la identidad del perpetrador del hecho. ¿Qué sabe al respecto? —preguntó a la distancia una corresponsal sin recibir respuesta alguna.

—¿Qué piensa sobre las acusaciones que se le hace a la comunidad androide del Planeta Terra con respecto al homicidio de la economista Di Leone? —esta vez fue una figura masculina quien intentó interrogarlo, pero recibió la misma respuesta de parte del científico a la pregunta anterior.

Tras girar a la derecha, Alonso se encontró frente a un gran auditorio de más de 100.000 personas.

Un pasillo largo y delgado dividía dos columnas de butacas bien amuebladas, los asistentes permanecían en silencio durante la caminata de Martinz mientras éste observaba fijamente al frente. Dos balcones se levantaban a los laterales del gran salón, allí habían corresponsales de la prensa nacional e internacional. Los hermosos mosaicos que eran conformados por vidrios, en las ventanas, coloreaban el suelo de distintos colores; todo estaba impecable y reluciente.

Los pasos del insigne venezolano se acercaban poco a poco a su destino. Cuatro luces emanadas por el fuego de grandes velones eran los guardianes de un féretro brillante que residía en el medio de aquella tarima.

El olor a flores se hacía cada vez más perceptible. Tras la larga caminata, el Doctor tomó asiento en la primera fila, un puesto estaba reservado para él; no podía esperarse menos, debía estar lo más cerca posible de su prometida en su última morada.

Un hombre se aproximó al atril principal, éste vestía pantalón y camisa negra, en el cuello de su vestidura se hallaba una prenda blanca, esto denotaba su carácter de líder religioso.

—¡Jume! Hoy nos encontramos reunidos en el Mausoleo Nacional de Venezuela para rendirle un merecido homenaje póstumo a quien fuere en vida la señorita Cristal Di Leone y darle el último adiós —continuó—. Tras las exequias fúnebres podrán pasar al atril aquellos y aquellas que quieran dar algunas palabras en su memoria.

Luego de la breve ceremonia religiosa comenzaron a desfilar por aquel estrado las personalidades más influyentes en la actualidad venezolana y mundial. Antiguos compañeros de trabajo y empleados del Grupo Empresarial en el cual hizo vida, hasta el punto de ser su Gerente General en los últimos cuatro años; todos dieron testimonios y anécdotas sobre la vida de la mujer que cambió la economía de su país y el planeta.

Hora y media fueron el preámbulo hasta corresponder el turno de Alonso Martinz.

El científico se levantó de su puesto y con aquel porte que lo caracterizaba emprendió el camino hasta el estrado. Mientras subía por el costado izquierdo observó el lugar donde reposaba su querida, allí estaba, simplemente serena como si nada la pudiese perturbar nunca más.

Martinz llegó a su destino, apoyo ambas manos sobre una superficie plana de vidrio levemente inclinado. Bajó la cabeza por un instante, recogió fuerzas y levantó la mirada. Pudo observar todos los espectadores que estaban allí desde muy tempranas horas. Un nudo en la garganta y un sentimiento extraño en su pecho eran sus únicos acompañantes.

—Ya perdí la cuenta... —tras aclarar la voz— ...de las veces que me ha tocado estar frente a un público. Pero hoy es diferente... Nunca se encontraran las palabras precisas cuando éstas se han escapado por las grietas de un corazón roto.

Su voz retumbaba por todo el lugar. Alonso ingresó su mano derecha dentro del bolsillo de su pantalón, de allí sacó una fotografía.

—Habrán muchas promesas que se quedarán en eso, sólo promesas... —dijo mientras observaba fijamente aquella foto que se habían retratado a su llegada al Hotel Seuden- ... y planes que naufragarán por allí, en el océano de mis recuerdos. —Y culminó— Les agradezco el apoyo.



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En el texto hay: tecnologia, romance, accion

Editado: 28.09.2025

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