Terra Fai: Un Nuevo Mundo

KAPTER VII

Aquella mañana helada, a los pies de la sagrada Sierra Nevada, estaba embargada de una leve neblina toda la metrópolis de Mérida. La población percibía ese frío característico de un amanecer emeritense, los ciudadanos se dirigían a sus labores diarias, los jóvenes estudiantes se adentraban en sus respectivas casas de estudio. A pesar del ambiente frío se sentía el calor propio de la compañía de los venezolanos y del tradicional café andino en una mañana como esa.

En la avenida Las Américas, descendiendo por la calle lateral del recién inaugurado Centro de Protección Animal de la AUCYT, extinta Plaza de Toros de Mérida, la brillante mente del reconocido Doctor Martinz se encontraba devastada en su cómoda vivienda, ubicada en las Urbanización Simón Bolívar.

Su llegada a suelo venezolano desde Suecia fue acompañada por el penetrante dolor de haber perdido a su querida prometida, la cual estaba en estado de gestación. Aquella certera bala que atravesó la humanidad de la joven parecía haber traspasado igualmente el corazón del recién Nobel.

La semana siguiente de haber estado en su laboratorio, un dolor en el pecho, cual infarto mortífero, paralizaba la respiración del hombre mientras el llanto era totalmente incontrolable.

La bendita y clásica pregunta -¿Por qué ella y no yo?- retumbaba en lo más profundo de su ser, la humedad en el cobertor de la cama advertían el largo tiempo que llevaba el científico derramando lagrimas por el fatídico hecho perpetrado a sangre fría por un sujeto anónimo de quien no había registro alguno.

—¿Por qué se los llevaron? Teníamos toda una vida por delante que compartir. Tanto que enseñarle a ese bebe que venía en camino —vociferaba solitario en su habitación—. Tantos planes por hacer, lugares que visitar y simplemente ya no será.

Una mezcla de emociones llenaba el alma del ilustre venezolano, todos aquellos sentimientos que enjauló en su pecho ahora se le escapaban sin control alguno.

Tras levantarse de la cama, la postura de un total derrotado y herido de muerte acompañaba cada uno de sus pasos a través de la alcoba hasta acercarse a la pared donde colgaban cada uno de sus cinco títulos universitarios enmarcados y protegidos por cristal, la imagen de su rostro entre lágrimas se reflejaba en ellos.

—Licenciado en Educación Mención Ciencias Físico-Naturales, Maestría en Ingeniería Mecánica y Electrónica, Doctorado en Astrofísica, Doctorado en Ingeniería Espacial Mención Astronáutica y Doctorado en Medicina Espacial... —dijo para sí mismo.

Observó a su derecha, dentro de una maleta tirada en el suelo aun sin desempacar, el brillo característico del metal que estaba compuesta la medalla Nobel resaltaba del resto de objetos; hacía unos siete días todo había sido teletransportado desde la Terminal.

En un arranque de ira tiró bruscamente todos los diplomas y reconocimientos que consiguió a su paso. El frágil cristal de los títulos se separó en miles de fragmentos, el papel que le acreditaba todos sus vastos conocimientos, los cuales adquirió con mucho esfuerzo y dedicación ahora estaban a merced del suelo de la habitación. La medalla Nobel fue estrellada contra la pantalla de su computadora quebrándola por completo.

El lugar era un total caos al igual que el corazón del Doctor Martinz.

Tomándose el rostro como quien muere de vergüenza y culpa se arrojó sobre la cama, golpeándola una y otra vez con sus puños. Su ser quería desahogar y drenar todo aquello que lo colmaba.

Después de unos minutos, el científico se quedó inerte, sollozando hasta acabar profundamente dormido en medio de la desastrosa alcoba, olvidando completamente que a su alrededor la vida continuaba, simplemente pasaba.

Einstein no habría tenido un mejor ejemplo para explicar su teoría: El tiempo es relativo; lo que para Martinz fueron unos instantes, en realidad habían sido días solitarios en su morada, donde toda la civilización seguía su rumbo, mientras dejaba de lado muchas cosas, incluyendo su imponente Proyecto Trébol basado en principios de agujeros de gusano, y que había desactivado a pesar de que por causalidad había funcionado a la perfección gracias al accidentado instante; pero, nada para él tenía sentido ni razón de ser ahora.

Abrió los ojos observando una claridad total a lo que respondió instintivamente con continuos parpadeos. Tras la adaptación de su pupila a la luminosidad miró a su alrededor y colocándose de pie notó una tenue capa de neblina que cubría el suelo hasta llegar a sus tobillos. Horizonte sencillamente no había, todo era absolutamente blanco.

—¿Dónde estoy? —se preguntó.

Miró al suelo y parecía estar sobre una nube, en lo alto no se divisaba Sol o cielo alguno, incluso el escuchar no era posible.

Intentó dar un paso temeroso ya que no sabía lo que existía bajo sus pies, sin problema alguno siguió reposando sus zapatos sobre una superficie sólida.

—¡¿Qué es esto?! —exclamó intrigado.

A lo lejos pareció ver un movimiento, se colocó la mano sobre los ojos a modo de visera para mirar y enfocar mejor. Allí divisó una pequeña silueta.

—¿Hay alguien allí? —gritó sin recibir respuesta alguna.

A pesar de acercarse algo desconocido no sentía temor, es más, hasta sentía cierta conexión con aquello que se avecinaba.

Poco a poco se iba aclarando la imagen; la intriga consumía a Martinz. A escasos metros pudo observar nítidamente de qué se trataba, era un niño de unos 6 o 7 años de edad, con cabello rizado, complexión delgada y una sonrisa tierna. Muy parecido a él cuando chico.

—¡Jume! —saludó el niño— ¿Dúnu itvét?

—N...nao coip —titubeó Alonso Martinz, mirándolo sorprendido pero al mismo tiempo nervioso.

—Seguro no sabes quién soy... ni tampoco donde te encuentras... incluso... el por qué me estoy aquí —hizo una pequeña pausa.

El pequeño lo observó fijamente a sus ojos esperando respuesta alguna, la cual nunca llegó.

—Mi mami me dio permiso de venir por un ratito...



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En el texto hay: tecnologia, romance, accion

Editado: 28.09.2025

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