Relatividad.
Una palabra que hasta ahora era solo teoría… pero que estaba a punto de experimentarse en carne propia.
Sobre una superficie fría y firme reposaba un cuerpo. Dicho organismo yacía bajo lo que parecía resultado de un sismo. Implementos científicos rotos, vidrios por doquier, muestras de rocas, algunas maquetas y sillas en el suelo.
Lentamente el sujeto iba recobrando la conciencia, vagos recuerdos rondaban su ser; el Doctor Martinz abría sus parpados progresivamente mientras el helado suelo erizaba su piel. Cuando logró enfocar su vista, la desorientación lo hacia su cautivo.
—¿Dónde estoy?... ¿Por... por qué me duele tanto la cabeza?... —Se dijo así mismo a su vez que posaba la mano derecha sobre su frente— Creo que sólo fue un mal sueño...
Al girarse posó su mano izquierda sobre el cúmulo de vidrios, cortándose la palma.
—¡Qué caraj...! ¿Y estos vidrios? —Su mano sangraba— Debo buscar el aerosol regenerador de piel.
Al levantarse quiso dirigirse al botiquín de primeros, pero, todo era distinto, la tecnología no era la misma, mucho más arcaica, sillas y mesas de madera, un pizarrón acrílico, utensilios anticuados. Se percató de que no conocía ese extraño lugar. Era un laboratorio, pero no el suyo.
—Okey, esto no es la AUCYT. Parece un laboratorio-museo o algo así —la mano aun le sangraba—. Debo encontrar una venda para detener este sangrado.
La oscuridad lo envolvía, su visión se limitaba a tres anochecidos metros de campo visual. Sus cautos pasos hacían la tarea mucho más lenta; un desastre se percibía por toda el área, mientras gotas ensangrentadas caían sobre el suelo, una a una, dejando un rastro conforme avanzaba.
Luego de llegar a un escritorio, o eso creía él, revisó gaveta a gaveta, logrando su cometido: un paño suave, luego de una maniobra, propia de paramédico, envolvió su mano con aquella tela, ésta comenzó a absorber el fluido que emanaba su extremidad.
Su rostro empalidecido levantó la mirada, encontrándose, a poca distancia de él, la foto del agujero negro de la galaxia M87 sobre la pared oscura, y mientras la observaba, su mente tuvo un shock, pequeños flashes de recuerdos lo bombardearon. Imágenes de su Proyecto Trébol, su pasante Rafael, el Inspector Abramovich, pasaban por su mente; atónito, todo llegaba a su memoria, cómo si una especie de red descargaba recuerdos sobre el venezolano. De pronto, el rostro de Cristal apareció frente a él, ésta le sonrió y desapareció entre la oscura noche, en dicho instante, Martinz parpadeó incrédulo de aquel momento, casi perdiendo el equilibrio, y recordó todo lo que había pasado.
—¿Qué le pasó a mi laboratorio?, ¿Y el Proyecto? —Se preguntaba a la vez que observaba a su alrededor— ¡Cierto! ¡¿Dónde está Rafael y Abramovich?! Debo salir de acá.
Inmediatamente intentó buscar la salida, una aviso verde sobre la pared indicaba a su derecha una Salida de Emergencia, corrió hacia ella, y al hacer un gesto con su mano derecha le indicó a la puerta se abriera, ésta no se accionó. Se detuvo antes de estrellarse con ella. Perplejo, la observó de arriba a abajo.
—¿Qué le pasa a esta... bendita puerta?, ¿Tendrá sistema de reconocimiento de voz? —Vociferó antes de emitir una orden— ¡Abrir puerta!
El objeto permanecía en inerte, Martinz comenzó a inspeccionar con la ayuda del tacto, ya que en aquella esquina la luz era aún más escasa. Metal y más metal, carente de calor, era todo lo que sentía, hasta que tocó una pequeña protuberancia con su diminuta ranura.
—¿Es esto una cerradura?, ¿Qué clase de lugar aún usa cerraduras en estos tiempos? —y se apartó un poco de la puerta.
Miró a través de la ventada opaca de la puerta. Pudo divisar lo que parecía una especie de pasillo que se perdía al fondo, frente a él. Se corrió un poco a la derecha y distinguió la prolongación de un corredor que se encontraba paralelo a la pared donde reposaba la puerta.
Se encontraba totalmente sólo en aquel sitio. La desesperación lo llegó a colmar a tal punto que empezó a empujar la puerta con todas sus fuerzas para abrir aquel pórtico de metal. Primero con las manos, dejando manchado con sangre debido al paño ensangrentado, luego, tomó distancia y corrió al encuentro, golpeó fuertemente, sintiendo un gran dolor en su hombro izquierdo, aquel en el que fue herido por el reflector. Adolorido, recostó su espalda a la pared, dejándose deslizar hasta llegar al suelo. Allí mientras resistía su dolencia, cual soldado desmoralizado en guerra perdida, deslizaban por sus mejillas lágrimas de impotencia.
—¿Qué he hecho? Ese proyecto trajo tragedia consigo. Ahora, no sé dónde está Rafael... mejor dicho ni sé dónde estoy yo, qué es este lugar, ni nada. ¡¿Qué haré?! ¡Necesito salir!
De pronto, una tenue luz atravesó las ventanas que se encontraban en dirección al exterior del lugar. Martinz levantó la mirada y pudo observar la hermosa Luna llena que reflejaba la luz del Astro Rey desde su superficie. Aquella vista causó en él un momento de reflexión, se levantó, aun sosteniéndose el hombro con su mano derecha, alcanzando una posición totalmente erguida.
—Saldré de aquí, siempre hay una solución, la ciencia siempre tiene una solución —y con una determinación inigualable, culminó— Soy el Dr. Alonso Martinz y puedo cumplir cualquier objetivo con ayuda de la extraordinaria ciencia.
Inmediatamente comenzó su plan, buscar cualquier objeto que le fuera de ayuda para accionar la cerradura y con ello desplegar la puerta. Con lo poco que podía percibir con sus ojos, recorrió todo, escudriñando de lado a lado, muchos eran los instrumentos científicos pero nada que le fuera de ayuda.
Usó una silla para ganar altura y llegar a lugares más elevados. Luego de recorrer con su mano la superficie de un estante, palpó una caja pequeña, y abriéndola consiguió buena cantidad de cerillos.
—¡Excelente! Estos amiguitos me serán de mucha utilidad —comentó, mientras sonreía.