Territorios Z: Apocalíptico ll

Prólogo.

—No me atrevería a entrar ahí si fuera tú.

—No me atrevo a entrar —dijo mientras daba unos pasos hacia atrás y miraba a Mark de reojo.

—Entonces no te acerques, no sabes lo que puede salir de ahí.

Ambos estaban cerca de un cráter que daba a las alcantarillas.

—Mejor vámonos ya, está empezando a oscurecer.

—Es lo más inteligente que has dicho hoy.

Los dos tomaron sus cosas, una mochila en la que tenían una cantimplora con agua y una lata de comida echada a perder, que les quitaría el hambre con un sabor asqueroso pero las consecuencias podrían ser vomito o diarrea.

—No me puedo creer que no podamos encontrar nada decente para comer en los últimos meses —mencionó Mark mientras caminaban por las calles desiertas de San Francisco.

—No puedo creer que sigamos vivos, de hecho. Tan fácil que es morir últimamente y nosotros seguimos coleando.

—Pero ve en qué condiciones lo hacemos, ni si quiera me siento vivo, casi preferiría estar muerto que saber que voy a pasar el resto de mi vida así.

—No pasaremos el resto de nuestra vida así, Mark. Encontraremos un lugar donde podamos vivir en paz.

De pronto, un sonido metálico sacudió el aire, como si hubieran pisado una lata vieja. Mark se detuvo en seco y puso su mano en el pecho de su compañero indicándole que no se moviera.

Estaban pasando por una calle que tenía edificios gigantes a sus lados, todos llenos de maleza y destruidos. El sol ya se empezaba a ocultar en el horizonte, por lo que la oscuridad se hacía notar en algunas calles bloqueadas por los grandes rascacielos.

—Debemos largarnos ya —susurró Mark.

—Agáchate, vayamos despacio.

—Estamos a tres manzanas de nuestro hogar, alcanzaremos a llegar antes de que caiga la noche.

No se volvió a escuchar el sonido de la lata, pero ahora se podían notar leves pisadas, como si alguien estuviera arrastrando los pies, y lo peor de todo, acercándose a ellos.

—Andando…

Tenían que caminar con cuidado, las calles estaban llenas de grietas, cualquier tropiezo les podría costar la vida, cientos de autos en ruinas, consumidos por la naturaleza y la oxidación, pedazos de edificios que se derrumbaron con los años bloqueaban callejones, calles y carreteras.

Ambos estaban caminando en cuclillas, intentando no hacer ni el más mínimo ruido para no alertar a los zombis que se mantenían en un estado de hibernación.

—Lo más seguro es que haya sido un zombi quien pateó la lata hace rato.

—Es lo más seguro, Jason.

El camino a su casa se hacía cada vez más corto, así como el día más oscuro. Estaban a tan sólo una manzana ya.

—Rápido, con cuidado —apresuró Jason.

—Voy lo más rápido que puedo.

A lo que llamaban su hogar, era lo que antiguamente fue una casa de dos pisos, grande y elegante, con ventanales por doquier, aunque los hayan tapado con tablones para evitar que se colara algún visitante no deseado, y una cochera gigante que usaban como taller de construcción de cualquier cosa que se les ocurriera. Llevaban cinco años siendo nómadas, viajando de un lado a otro, hasta que encontraron ese lugar, el cual les encantó desde el primer instante en que lo vieron. Tenían cerca la ciudad, llena de supermercados gigantes, no obstante, la mayoría tenían sólo polvo en sus estantes, ya habían sido saqueados desde hacía muchísimos años atrás.

Tenían agua saliendo por las tuberías, aunque fuera color café y de dudosa procedencia, les servía para lavarse y mantenerse limpios, ya que cuando intentaron beberla tuvieron diarrea una semana completa. Lo primero que intentaron robar al llegar fueron planos que dijeran dónde estaban las cisternas de agua, para saber a dónde dirigirse con sus galones vacíos y llenarlos hasta el tope.

—Todo mundo busca botellas de agua, pero no los pozos o cisternas subterráneas de donde sale —mencionó Jason en su momento.

Trataban de administrar bien su comida, al menos la enlatada. La mayoría de los productos no enlatados no duran cinco años bien conservados. Ya no había nada en las tiendas ni en ningún lugar comercial. Sólo tenían suerte en algunas casas que no habían sido saqueadas con anterioridad.

—Escúchame —le había dicho Jason esa mañana—. Vi un periódico en la mañana de hace cinco años que se solicitaban trabajadores para una empresa que se dedica a enlatar verduras, no está tan lejos de aquí, en diez horas podríamos ir y venir sin ningún problema.

—Iremos mañana, nos estamos quedando sin comida…

Estaban ya a tan solo un par de casas de llegar a la suya, la noche había caído completamente.

Abrieron la puerta con la llave que Jason llevaba en su bolsillo. Una vez estuvieron dentro, cerraron y pusieron varios seguros improvisados que ellos habían colocado para impedir que algún carroñero o bandido entrara a robarles. En el recibidor, no había más que tablones y polvo, algunos muebles destruidos y un cadáver de un zombi.

—Así si alguien logra entrar lo único que verá será una casa en ruinas donde no hay nada que buscar —sugirió Mark cuando recién habían llegado a esa casa, hacía ya un mes.




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