Territorios Z: Apocalíptico ll

2-Ni un poco de paz; Michael.

—Sargento Michael ¿Me escucha? Cambio —sonó en su radio.

—Aquí Michael ¿Qué pasa?

Estaba en la parte más alta de un edificio que se caía a pedazos, cubierto por una capa degradada de color café, que era una cortina en realidad, la había remendado y agujereado para poderla usar como capa y capucha a la vez, así de lejos se podía camuflar con el color del entorno, color arena y polvo.

—Tenemos noticias enviadas desde el cuartel.

—Gracias Will, en un momento me reuniré contigo.

Estaba vigilando el entorno a su alrededor con su francotirador, también camuflado para evitar ser detectado por las pandillas que había en la ciudad.

—Yo solo podría con esa bola de idiotas si me los llego a topar —dijo alguna vez cuando le advirtieron sobre estar deambulando solo por ahí.

Comenzó a bajar por los agujeros que había entre cada piso, aunque el edificio era inestable, podía soportar su peso cayendo desde dos metros de altura entre cada habitación. Una vez llegó hasta el primero, con las piernas adoloridas de las caídas, avanzó hacia la entrada principal. El día estaba nublado, las nubes grises no dejaban pasar ni una pizca de luz entre ellas, además era peligroso si llovía, debía refugiarse en cuanto el cielo comenzaba a retumbar, las explosiones nucleares habían causado que algunas veces hubiera lluvias ácidas, y era peor en los lugares donde cayeron cerca las bombas.

—¿A caso han perdido la puta cabeza? —Preguntó Michael cuando estaban tomando la decisión en Washington D.C.

—No nos queda de otra, o eso dijeron en la junta —dijo Jameson, quien estaba en igual desacuerdo.

—Si los zombis no nos terminan de matar, las explosiones nucleares lo harán —dijo Will.

—Creen que si pueden concentrar los ataques en los lugares con más infectados del país podrían hacer una diferencia.

—¿Qué acaso fueron a hacer un recuento con lista de asistencia en cada país? ¿Están idiotas?

—La decisión ya fue tomada, Mike, no podemos hacer nada. Son ordenes de arriba… Y las ojivas serán lanzadas mañana a primera hora.

—Que dios se apiade de nosotros… —Terminó Martin mientras entraba a la habitación, con la ligera cojera que le dejó su antigua herida.

—¿A dónde serán lanzadas? —Michael no lo podía creer.

—Es gracioso e irónico que el primer lugar que mencionaron fuera Seattle.

—Tiene que ser una broma…

Una vez salió del edificio avanzó a la calle contigua, estaba a varias manzanas del refugio improvisado que hizo con lo que quedaba de su equipo y el Sargento Jameson. Colgó su francotirador en su espalda y comenzó a trotar, quería llegar lo antes posible al lugar, la noche estaba por caer y con un francotirador y una pistola no podría hacer nada contra los zombis que salían a cazar.

—¡Auxilio! —Recordó cómo gritaron en las puertas de su antiguo refugio meses después de que lanzaran los ataques nucleares.

—¡Abran la puerta! —Ordenó Michael mientras apuntaba a las puertas de madera de la casa donde montaron su campamento.

Al abrirlas, cayó el cadáver del soldado que los acompañaba junto con un niño zombi encima de él, que, a diferencia de los otros zombis, estaba encorvado, como si la columna se le estuviera curvando exageradamente, de las puntas de sus dedos sobresalían los huesos, que estaba usando como garras para destripar al pobre hombre y comerlo con una boca que parecía de un demonio, los dientes los tenía más largos de lo común y gritaba y chillaba en cada movimiento, parecía desgarrar su garganta, la sangre morada y roja salía de sus ojos negros como si se la estuvieran exprimiendo. De un salto imposible cayó arriba de Jameson esta vez, pero rápidamente volaron las balas y la criatura cayó muerta. En ese momento creyeron que era un caso especial, hasta que se hizo más común verlos.

—¡La puta radiación de las bombas hizo que estas mierdas mutaran! —Gritó Martin cuando se toparon zombis que tenían la cabeza hinchada como balones que explotaban y salpicaban por doquier si les disparabas ahí.

—¡Arruinamos más esta porquería en vez de hacer que mejorara!

Un par de años después de descubrir las mutaciones lograron recolectar tanta nueva información como para crear su propio bestiario de zombis mutantes.

—Cerca de veinte variantes de zombis nuevas… —Dijo el doctor César, científico principal que encabezaba la ciencia en la última base humana en Washington D.C, si a un grupo de políticos y soldados que no sobrepasaban los mil integrantes se les podía llamar así.

—¿Ven lo que causaron? —Michael estaba furioso.

—Hicimos lo que creímos correcto…

—No le arranco la cabeza porque es el secretario de defensa, maldito pedazo de mierda, y porque lo último que ocupamos es matarnos entre nosotros.

—¿Cómo se atreve a hablarme así?

—Estos hombres son más leales a mí de lo que jamás le serán a usted, no está en posición de querer retarme —le dijo apuntando con su dedo al rostro del secretario—. Vámonos, que, a diferencia de estos idiotas, nosotros sí hacemos un cambio buscando gente inmune y matando zombis.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.