5-Romeo Whiskey; Michael.
—Ahí vienen —dijo Martin apuntando al cielo desde la ventana.
—Adelante, formación de rescate —ordenó Michael mientras abría la puerta de la guarida para que salieran sus compañeros.
Will sacó de su mochila una granada de humo color verde y la arrojó a la calle frente a ellos.
El helicóptero los divisó y comenzó a descender a su posición, todos estaban formados en un círculo alrededor del humo, esperando que bajara totalmente su transporte.
—Sargento Michael, escuadrón 01, buen día muchachos —saludó a los pilotos una vez subieron a bordo.
Los zombis se comenzaban a observar a lo lejos, se acercaban rápido. Cuando llegaban a un nuevo lugar para quedarse un par de semanas, limpiaban un par de cientos de metros a la redonda para que no hubiera zombis hibernando cerca del lugar.
—¿Hubo suerte, Sargento? —Preguntó el piloto mientras les entregaba un auricular inalámbrico a cada uno de los pasajeros.
—Nada aún, soldado, pero estamos cerca de tenerla —mintió.
—Pronto ya no habrá nadie con quien usar la vacuna cuando la consigamos.
—Pronto ya no habrá piloto si sigues haciendo comentarios estúpidos —añadió Jameson mientras se colocaba su dispositivo en la oreja.
—Lo último que necesitamos son esas mierdas —dijo Will—. Ustedes están en la base volando de aquí para allá, pero nosotros somos los que estamos en el verdadero terreno, en los lugares peligrosos, lejos de quienes queremos.
Will había conseguido pareja.
—Lo sentimos Sargento, mi compañero no quería decir eso —interrumpió el copiloto mientras miraba hacia atrás y le ponía una mano en el hombro a su colega.
—Vámonos de aquí. —Terminó Mike.
El helicóptero comenzó a ascender y se direccionó hacia Washington D.C.
—Pueden descansar, soldados, tardaremos casi dos horas en llegar —informó el Piloto.
Michael se recostó y se ajustó su cinturón de seguridad, no quería quedarse dormido y caer hasta el suelo.
—El condenado sol está en su punto fuerte —se quejó Jameson.
—¿Por qué hacen sin puertas estas mierdas?
—Tengo entendido que sólo los militares no tienen puertas —le respondió Will a Martin.
Michael sólo los observaba.
—Si tuviera puertas no entraría el puto sol por todos lados.
—¿Es que acaso no le importamos al ejército? ¿Por qué no nos pusieron puertas?
—Tal vez porque hace más fácil el ascenso y el descenso. —Michael entró a la conversación—. ¿Para eso les dieron un puto auricular? ¿para que se estuvieran quejando todo el camino?
—Fácilmente podría abrir una puerta. ¿Y tú, Will? ¿Se te dificulta abrir una puerta? —Martin no estaba convencido.
—Creo que podría abrir una puerta para subir y bajar de la nave.
—¿Lo ves? —Le espetó a Mike.
—Si dañan el funcionamiento del helicóptero y los circuitos, ¿Se podrían seguir abriendo las puertas? —Michael volteó a ver al copiloto.
—Bueno —titubeó—. En ese caso la puerta se podría atascar, Sargento.
—Okey, entonces nos vamos a la mierda junto con el helicóptero sin posibilidades de saltar de él.
—Pero… —Habían acabado a Martin—. Pero hey, ¿Quién mierda no se quiere morir en estos tiempos?
Todos rieron.
—Lo importante es que seas tú quien gana. —Escupió Jameson entre las risas.
—Mierda, hombre, mientras las puertas me cubran del sol, yo quiero puertas.
—Pediremos el del presidente la próxima vez, pendejo.
—Lo peor es que creo que a usted, Michael, sí se lo darían.
—Mierda, es cierto —rio.
—Vaya privilegios, lo reconozco —dijo Martin.
—Tendrías los mismos si no te hubieras dejado casi matar en Utah.
—Fue la adrenalina.
El helicóptero iba ya en pleno vuelo, a una gran velocidad, querían llegar rápido. Pasaban por encima de las ciudades donde habían impactado las bombas nucleares, no eran más que cenizas, cráteres y restos de edificios, masas de zombis se movían de aquí para allá, el sonido de las hélices los hacía reaccionar, lanzando chillidos y gritos escalofriantes de vez en cuando.
El humo había cesado hace ya un año, ya no emanaba de los edificios, ni de las gasolineras o automóviles, todo estaba seco, desierto, inmóvil. La vida en la tierra se había acabado, ni siquiera se veían animales correr, era muy rara la ocasión. Los zombis también los atacaban, todo lo que se moviera era devorado sin piedad por las bestias.
Las horas pasaron muy rápido, lamentablemente ver hacia abajo era un completo espectáculo, el tiempo no se hacía notar.
—Aquí águila cero dos, preparándome para el aterrizaje —dijo el piloto.