—Esas cicatrices no se te quitarán nunca, Adam.
—Tan guapo que era, joder —bromeó.
—Igual yo sí te daba —dijo Mikkel.
—Lo estoy diciendo enserio. —Alan parecía irritarse.
—Gracias por todo, Alan, de verdad amigo. Aunque, ya pasaron más de tres meses, no creí que se me fueran a quitar a partir del segundo.
Los cristales que le impactaron en la cara hicieron que se cortara profundamente el labio superior y la ceja izquierda, lo demás en su rostro eran pequeños arañazos que de lejos no se notaban.
—Hey amigo, ¿estás bien? —Se acercó a preguntar Adam, Jaime parecía estar ido.
—¿Qué?, ¿qué? —Se asustó—. Ah, sí, estoy muy bien. —Se intentó poner de pie torpemente—. Sólo estaba pensando en lo que pasó allá, y en Clark, y, joder, es tan difícil.
Jaime había caído en una gran depresión, no quería comer, no dormía bien, tenía pesadillas y se la pasaba llorando.
—Venga amigo, saldremos de esta, juntos. —Lo abrazó y comenzó a sentir el hombro mojado, había comenzado a llorar.
Se habían adueñado ya de otro blindado militar, a las afueras de las ciudades no salían los bandidos, por lo que había muchos recursos todavía, tales como armas, vehículos de policías y soldados que dejaron ahí hace dos años, en el día z.
—Subamos al camión, debemos irnos, va a anochecer muy pronto. —Alan se acercó con una mochila llena de provisiones.
—¿De nuevo latas de frijoles y verduras? —Se quejó Mikkel.
—Alégrate, dentro de unos años no habrá ni siquiera de estas.
Habían llegado a una gasolinera, por lo que entraron a la tienda que esta tenía para surtirse. Como siempre, lo que estaba alejado de las ciudades estaba sin saquear.
—Déjame echarte una mano con eso, amigo. —Jaime quería verse productivo. Desde la muerte de Clark no estaba haciendo mucho por el equipo. No le dirían nada al respecto, pero comía demasiado y no trabajaba en nada.
—Creo que puedo con esto —dijo Alan—, ¿por qué no buscas ahí dentro a ver si hubiera algo más?
—Por supuesto, sí, claro, ahora voy. —Hacía movimientos torpes y erróneos, se le veía nervioso.
—Este cabrón sería ahora mismo el típico adicto de las calles de Manhattan si hubiera traficantes activos —observó Adam.
—Que tú fueras un adicto no significa que todos lo deban ser, amigo —dijo Alan con pereza.
—Significa que conviví con muchos drogadictos, algunos se parecían a él en estos momentos.
—Tan sólo ha entrado en depresión, debemos de ser un poco más comprensivos con él.
—Ojalá poderlo ayudar como se debe, mierda.
—No hay internet para ver qué medicamentos puede tomar y en qué dosis, y no estudiamos psicología ninguno de nosotros. No podemos hacer nada.
—Le daremos nuestro apoyo solamente, que sepa que no está solo —dijo Mikkel mientras se bajaba del mostrador donde estaba sentado y se encaminaba a la puerta.
—¡Jaime! —Gritó Adam—, ¡hora de irnos!
—Sigo sin poder creer que decidieron tirar bombas nucleares como solución a esta mierda —dijo Alan.
—Nunca tomes decisiones desesperadas en momentos difíciles, es la lección que nos ha quedado —señaló Mikkel.
—¿Ahora esto se trata de fabulas y cuentos de niños? —Dijo Adam, incrédulo.
—No es lo mismo, cabrón, esto sí pasó, esto es real y lo estamos viviendo, la cicatriz en tu rostro te lo recordará toda tu vida.
—Venga, está bien, no me regañes.
—Creí que sólo te encargabas de hacer el imbécil, Mikky. No sabía que pudieras usar el cerebro.
—Vamos a ver, Alan, ¿qué te crees que soy?
—Como mínimo, un cabrón.
—Y como último, un pendejo —añadió Adam.
Los tres rieron.
Habían llegado ya a su vehículo que estaba estacionado al lado de un despachador de combustible.
—Nos tomará tiempo volver a encontrar algo para soldarle nuevas armas a este blindado —se quejó Alan.
—Y Clark era el que sabía hacerlo.
—Entonces estamos jodidos —señaló Mikkel.
—Hablando de Clark… ¿y Jaime? —Preguntó Alan.
—¿Por qué no vas a buscarlo, Mikky?
—La próxima vez tú harás de su terapeuta, Adam.
Mikkel volvió a cerrar a la puerta del conductor y entró a la tienda.
—¿Ahora qué sigue?
—¿De qué? —Adam no entendía.
—¿Qué haremos después de esto?, ¿a dónde iremos?
—No lo sé… Es lo bonito de la vida, no saber a dónde ir…
—¡Chicos! —Escucharon gritar a Mikkel—, ¡vengan rápido!
Ambos corrieron apresuradamente hasta llegar a donde se encontraba Jaime, la pequeña bodega en la tienda. El escenario que encontraron les hizo un hueco en el estómago.