Territorios Z: Apocalíptico ll

8-El Peor de Los Casos; Adam.

Estaban corriendo lo más rápido que sus piernas les permitían, el terror y el miedo recorrían sus cuerpos como el veneno la sangre tras la mordida de una serpiente.

—¡Alan, abre la puerta! —gritó Adam por su radio.

—¡Estoy en posición! —respondió.

—¡Voy contigo, no pares! —avisó Mikkel entre jadeos. Trataba de seguir el paso de su amigo.

Detrás de ellos se podían escuchar los chillidos atemorizantes de los zombis, algunos rugiendo, otros gritando, pero sumados hacían parecer que se encontraban en el mismo infierno. Corrían esquivando las butacas, mesas, mochilas y sillas que yacían en el suelo esparcidas por aquí y allá.

Doblaron una esquina y vieron la puerta de salida tras un largo pasillo, al otro lado de ella vieron a Alan, ajustando algo en ella.

—¡Está todo listo! ¡Deslícense! —ordenó mientras hacía un gesto con el cuerpo indicando cómo hacerlo.

Los dos amigos hicieron caso y en cuanto estaban por llegar a la puerta se dejaron caer sobre su pierna derecha para deslizarse hacia el exterior.

—¡Ahora! —gritó Adam en cuanto se incorporó.

Alan tomó su ballesta modificada y la recargó en el alambre que había colocado en el marco de la puerta para poder apoyarla sobre algo. En vez de disparar flechas, disparaba una hoja de sierra tan fuerte y rápido que podría rebanarle la cabeza a una persona viva. La diferencia con los zombis es que ellos tenían toda la piel, carne y hasta los huesos podridos y frágiles; una sola sierra podía mocharles la cabeza a varios a la vez.

—¡Pequeños hijos de perra! —exclamó Alan en forma de grito de guerra y oprimió el gatillo.

Del arma salió disparada a toda velocidad una hoja de metal redonda con puntas sobresalientes girando tan veloz como si estuviera en su motor correspondiente.

Se escuchó un silbido surcar el aire y la sierra se impactó en la cabeza y cuello de alrededor de quince zombis, rebanándolos en el acto.

Adam y Mikkel tomaron sus pistolas de clavos del suelo detrás de Alan y comenzaron a disparar a los que no logró impactar la ballesta, que fueron demasiados para su gusto.

—¡Ya la estoy recargando! —se apresuró a decir Alan antes de que sus amigos le ordenaran hacerlo.

Las pistolas de clavos hacían un sonido sordo y poco audible a larga distancia, además, con la pequeña modificación que les hizo Alan el clavo salía el doble de rápido, pudiendo así atravesar el cráneo de los monstruos sin problema.

—¿Ya? —le apresuró Adam.

—¡Y yo que no quería que abrieran la puta boca! —gritó en el instante en que se escuchó un clic en el arma, informando que ya estaba lista para usarse—. ¡Paren! —ordenó. Si le daban a la sierra con un clavo le restarían velocidad.

En cuanto las pistolas dejaron de sonar, oprimió de nuevo el gatillo de su arma y otra vez el silbido de la sierra retumbó en los pasillos mientras rebanaba piel y carne entre sonidos húmedos y abrumadores, terminando así con la vida de todos los zombis que los perseguían.

—¿Quedó despejado adentro? —preguntó Alan, mirándolos de arriba abajo con interés.

—Tratamos de atraer a todos los que pudimos, pero llega un punto en el que te pueden empezar a rodear y sería más difícil esquivarlos —dijo Mikkel.

—Básicamente todavía hay unos cuantos en los salones, o eso creemos —añadió Adam.

—¿Cuándo fue la última vez que hicimos una escuela primaria?

—No lo sé, Alan, ¿hace seis meses? —Adam ponía otro cartucho de clavos en su arma.

—¿Recuerdas que era una guardería a la vez? —Alan tenía los ojos perdidos en el interior de la escuela.

—Mierda, Alan, no tienes que recordar eso. —A Mikkel le daban nauseas de recordar.

—Pequeños bebés de dos y tres años convertidos en zombis y arrastrándose por el suelo para llegar hasta tus tobillos y comer un poco de ti…

—Basta, Alan —interrumpió Adam—. Eso quedó en el pasado, hicimos lo que teníamos que hacer para sobrevivir. Además ya no eran humanos, eran bestias.

—No estoy diciendo lo contrario. Pero mira cómo es que hemos evolucionado —dijo apuntando al pasillo lleno de cadáveres—. Son niños de siete a doce años, o bueno, lo eran. Rebanamos su piel, sus huesos y cabezas como si fuéramos unos desalmados…

—Suficiente —se adelantó a decir Mikkel mientras pasaba por enfrente de Alan y se adentraba a la escuela.

—Ya es suficiente —añadió Adam. Pasó también por delante de su amigo y le echó una mirada de arriba abajo, juzgando su salud mental.

Entraron con linternas de mano, evitando a toda costa hacer más ruido del que ya habían hecho.

—¿Se pusieron las espinilleras deportivas? —corroboró Alan.

—Nunca las olvidamos. —Mikkel dio un par de pisotones al suelo para indicar que las tenía.

—Recuerdo bien en la batalla del anochecer que los únicos soldados que sobrevivieron fueron los que tenían unas de estas puestas —señaló Adam.

—¿De nuevo vas a presumirnos que viste al sargento Michael Jobs en persona? —Mikkel iba caminando con cautela, revisando en cada salón a ver si había más zombis escondidos.




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