—Pues vaya mierda, ¿no? —dijo Mikkel en cuanto dieron un par de vueltas por los pasillos. Estaba tan desilusionado como un niño al enterarse que papá Noel no existe.
—¿Cómo es posible que aquí sí hayan hecho un día de descanso obligatorio cuando Flamante anunció el ataque pero en primarias y guarderías no? —Alan despegó un papel de la pared, en él tenía escrito:
“El día 1 de noviembre de 2027 habrá descanso obligatorio para personal académico y administrativo por motivo del aviso de ataque terrorista emitido por seguridad nacional”.
—Pero al menos han logrado poner un pie en Harvard —añadió Adam.
—Cinco años tarde —replicó Mikkel.
—Bueno, más vale tarde que nunca —dijo mientras tocaba cada pared, casillero y puerta del lugar. «O eso decía mi madre», pensó entre cada toqueteo.
—Pues larguémonos de una vez, aquí no hay nada interesante para nosotros, no hay más que comida podrida en las neveras de las cafeterías y las pocas latas que había ya fueron saqueadas. La idea de venir aquí nos llegó varios años tarde a la cabeza.
—Venga, Alan tiene razón —asintió Adam—. En marcha.
Los tres tomaron la siguiente puerta al exterior y llegaron a un gran patio donde había varias estatuas, todas ellas sin importancia alguna ya, simples representaciones de un pasado al que jamás podremos volver. Ahí enfrente tenían estacionado el automóvil.
—Se ve mejor, ¿eh? —dijo Mikkel en cuanto se acercaron.
—Sólo soldaste dos metralletas arriba, ni al caso. —Adam abrió la puerta del conductor para entrar.
—Y para acabarla de cagar, de cargadores. Nos debiste haber preguntado antes de hacerlo, ahora para recargarlas tenemos que sacarle el cargador por abajo trabajosamente y después con la misma dificultad meterle otro. —Alan de verdad estaba molesto.
—¿Cómo iba a saber yo que deben ser ametralladoras ligeras y no una metralleta cualquiera? —Mikkel entró por la parte superior, por el agujero que le habían hecho al techo para poder usar las armas pegadas en él.
—Mero sentido común.
—Bien, dejemos de pelear por favor, ¿a dónde podemos ir? ¿Qué hacemos ahora? —Adam estaba impaciente, la visita a Harvard no fue lo que esperaba y ahora la desilusión se la tenía que quitar con algo cueste lo que cueste.
—Enfoquémonos en salir de aquí primero, ya en el camino nos ponemos a pensar qué hacer, como siempre.
—Qué bonita es la vida así, ¿verdad? —Adam encendió el motor del auto—. No tenemos que preocuparnos por el mañana, todo lo que hacemos es porque la vida nos lleva a ello, dejamos que las cosas fluyan y nos dejamos influir con ellas…
—Esto no es vida, Adam, por dios. —Alan se abrochó el cinturón de seguridad y se reclinó en el asiento.
—Un poco de ánimo, Alan, no puedes estar de mal humor todo el tiempo —dijo Mikkel.
—Lo entiendo, Mikky, de verdad —replicó Adam—, yo también estaría así si no fuera por mi manera de ver la vida, es cuestión de acostumbrarse a vivir así. —El vehículo ya avanzaba por las calles de Harvard y estaban a varios metros de salir a la carretera.
—¿Nosotros pusimos eso ahí? —preguntó Mikkel, cambiando el tema por completo.
—Yo creo que no… —Alan se incorporó en su asiento. Frente al portón principal de la escuela había colocada una barrera de varias decenas de costales, tan alta como un metro y tan gruesa como dos.
—Mikky, sube al arma —ordenó Adam—. Parece que tendremos problemas…
—¡Cuidado! —gritó Mikkel en cuanto estuvo con medio cuerpo afuera y con la metralleta en las manos.
De su lado derecho salió a toda velocidad una camioneta con modificaciones en la parte delantera donde agregaron vigas de metal ancladas a un armazón que cubría el auto por completo. Las vigas apuntaban como la punta de un cono a la parte delantera, si los embestían atravesarían a la mitad su auto.
—¡Mierda! —gritó Adam mientras pisaba el acelerador a fondo y arremetía contra los costales. La camioneta con el pico frontal les pegó tan sólo en las parte trasera de su vehículo, ocasionando que dieran un giro de cuarenta y cinco grados y quedaran volteando en dirección de donde salió la camioneta disparada.
—¡Puta madre! —Mikkel se agachó al interior del blindado con las manos en las costillas—. ¡Puta madre, Adam!
—¿Qué mierda pasa? —Adam metió reversa y acomodó el auto en posición para regresar al interior de Harvard y buscar otra manera de salir.
—¡Hasta aquí escuché cómo se le quebraron todas las putas costillas! —Alan sacaba de debajo de su asiento un fusil de asalto.
—Mikkel, por dios, tienes que agarrarte los putos huevos y salir ahí arriba a disparar el arma —rugió Adam. Ya habría tiempo para revisarlo en cuanto estuvieran a salvo.
—La puta madre, Adam, no me puedo ni poner de pie —Mikkel no paraba de toser.
—¿Por qué mierda no te agachaste cuando viste que nos iban a envestir? ¿Agarraste más fuerte la puta metralleta del techo?
Fueron interrumpidos por los chiflidos y gritos que se acercaban de todas direcciones. Decenas de sujetos salían de cada casa y edificio que estaba alrededor. Todos con armas de fuego y físicas. Se acercaban con precaución y poco a poco, no eran como los demás, parecía que estos sí tenían sentido común a diferencia de todas las otras bandas con las que se topaban.